miércoles, 5 de junio de 2019

América indígena, culturas y poblaciones saludables desarticuladas y eliminadas inescrupulosamente
La destrucción de las verdaderas Utopías
Danilo Antón
Cuando llegó Pero Alvares Cabral y su expedición a América, al territorio que luego se llamaria Brasil, el 22 de abril de 1500, se produjo el primer contacto europeo con los pueblos sudamericanos tupi de la costa atlántica23 . El cronista de dicha expedición, Pero Vaz de Caminha dejó un relato vivido de sus experiencias en una carta al rey de Portugal Manoel I en donde le cuenta al monarca las caracteristicas insólitas de los pueblos recién contactados. En ese pais vivian mujeres y hombres desnudos, sin verguenza, saludables, actuando espontáneamente frente a los emperifollados capitanes portugueses. Llamó la atención de Caminha el hecho de que a pesar de que estos pueblos no tenian ninguno de los cultivos y animales europeos eran “...más fuertes y mejor alimentados que nosotros con todo el trigo y las verduras que comemos...”. Y luego: “están muy bien cuidados y muy limpios y en esto me hacen acordar a los pájaros y a los animales silvestres, a los cuales el aire les da mejor plumaje y piel que a los domesticados. Sus cuerpos son tan limpios y carnosos y tan hermosos que no podria pedirse más.” Además de limpios y sanos, por regla general estos pueblos eran descriptos como muy amistosos y hospitalarios.

Por su parte, Alberico Vespucci, el conocido geógrafo florentino, en sus cartas, se admiraba de la libertad e inocencia en que vivían las sociedades americanas. Señalaba que las sociedades Indias no conocian la propiedad privada ni el dinero, y que compartian todo en común. Vivían en una libertad social y moral completa, y sus comunidades funcionaban armoniosamente sin reyes, religión, templos, palacios o ídolos.
Señala Hemmings que el entusiasmo con que se describían las sociedades americanas, que vivían prósperamente sin reyes ni iglesias, tenía algo de subversivo. En 1500, Pietro Martire d’Anghiera decía que entre los nativos americanos: “la tierra pertenece a todos, como el sol y el agua. Lo mío y lo tuyo, que son las semillas de todos los males no existen para esta gente. Viven en una edad dorada, y no rodean sus propiedades con zanjas, paredes o setos. Viven en jardines abiertos, sin leyes o libros, sin jueces, y naturalmente buscan la bondad considerando odioso a quien se corrompe a sí mismo practicando la maldad”.
Magalhaes de Gandavo nos ofrece la siguiente descripción: “En cada casa viven juntos en armonía sin disensiones entre ellos. Son tan amistosos entre sí que lo que pertenece a uno pertenece a todos. Cuando alguno tiene algo para comer, sin importar cuan poco, todos sus vecinos lo comparten”.
Los relatos de las nuevas sociedades comenzaron a circular por Europa. Se había descubierto un mundo paradisíaco, donde la naturaleza no había sido avasallada, donde no había reyes, ni esclavitud, ni pobreza, ni pestes, donde no existía el dinero, donde todos las mujeres y hombres eran libres e iguales.
 La lógica de los nativos americanos era rigurosa. Cuenta Jean de Léry que un anciano le preguntó: “¿Porque ustedes, franceses y portugueses, vienen de tan lejos a buscar madera para calentarse? No tienen suficiente madera en su país?” Léry respondió que la madera no se usaba para quemar sino para hacer tinturas, igual que ellos lo hacían. El anciano continuó: “me imagino que necesitan mucha cantidad…” El francés respondió que efectivamente se necesitaba mucha, y que un mercader podía comprar muchos barcos repletos, y que además había un sinnúmero de otras mercancias. El anciano se quedó pensando, y reflexionó: “este hombre muy rico, del que usted me cuenta...¿no se muere? “ … “Si, se muere como todo el resto de la gente”. “Y cuando se muere...¿que pasa con las cosas que deja?”… “Es para sus hijos o parientes...” respondió Lery. El anciano lo pensó y luego sentenció: “Ahora veo que ustedes Franceses son grandes locos. Cruzan el mar y sufren grandes inconvenientes, tal como nos cuentan, trabajan muy fuerte para acumular riquezas para vuestros hijos y sus parientes... ¿acaso la tierra que los nutre, no es suficiente para alimentarlos a ellos también?. Nosotros tenemos, padres, madres, e hijos a quienes amamos. Pero estamos seguros que después de nuestra muerte la tierra que nos nutrió a nosotros los alimentará también a ellos. Por lo tanto no necesitamos preocuparnos.”

Los primeros cronistas notaron también la vida saludable de las poblaciones americanas. Abundan las referencias acerca de la longevidad de los americanos. Según Vespucci, llegaban a 150 años, Pigafetta, integrante de la expedición de Magallanes, señalaba que podían vivir de 125 a 140 años. El propio Jean de Léry atribuía a los Tupinambá de Guanabara una expectativa de vida de 100 a 120 años. Años más tarde el Jesuita Fernao Cardim afirmaba que la población de Piratininga (Sao Paulo) estaba llena de viejos de más de 100 años.
De "Amerrique, los Huérfanos del Paraiso", Danilo Antón, Piriguazú Ediciones












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