El Uruguay Guazú
(Capítulo 2 de la novela histórica "De todas partes vienen")
Los pueblos misioneros de las reducciones jesuíticas
habían tenido una existencia tranquila desde la derrota de los bandeirantes por
el ejército del cacique Abiarú en 1641. En esa oportunidad los guaraníes de las
Misiones estaban armados de lanzas, chuzas, cañones de tacuara, unas pocas
armas de fuego y abundantes municiones, y aún así, vencieron a los esclavistas
que estaban mucho mejor pertrechados..
Este triunfo, que despejó las tierras guaraníes de
invasores indeseados permitió la fundación de varias misiones en la costa
oriental del río Uruguay.
Una de las misiones más importantes, que a mediados
del siglo XVIII tenía más de 3,000 habitantes, fue San Francisco de Borja que
luego habría de ser conocida simplemente como San Borja (o São Borja
luego de la ocupación portuguesa).
María Ñangacatú era una joven guaraní oriunda de la misión jesuítica
de San Lorenzo que había emigrado a San Borja en la niñez (1740) junto con su
familia.
El padre de María, de nombre Benito, era tropero o camilucho, como acostumbraban llamarlos
en las reducciones jesuíticas. Había arriado tropas desde San Lorenzo a San
Borja durante varios años, hasta que se le pidió que participara en las
arriadas desde las vaquerías del mar a Yapeyú y San Borja.
En esa nueva tarea había que tropear miles de
cabezas por más de cien leguas cruzando numerosos ríos y arroyos. Benito estaba
capacitado para hacerlo. Era un hombre con larga experiencia y gran habilidad
para manejar haciendas cimarronas.
Desde que había llegado a San Borja y fuera
encargado de las larguísimas tropeadas, Benito Ñangacatú partía por períodos de
varios meses rumbo al lejano Pará. Mientras tanto su familia permanecía en la
Misión.
Los hijos de Benito cumplían diferentes tareas en la
reducción. María ayudaba en las labores de la cocina y sus tres hermanos
varones trabajaban en las huertas del
pueblo.
Todo parecía normal en San Borja y los guaraníes
misioneros proseguían su vida sin mayores contratiempos. Continuó así la vida
en paz y tranquilidad por bastante tiempo.
Sin embargo, pronto llegó una noticia que pareció
amenazar dicha situación de sosiego provocando alarma general entre los
pobladores. Y ello ocurrió no solo en San Borja, sino también en las otras
reducciones jesuíticas de la Banda Oriental.
Los reyes de España y Portugal habían acordado
rectificar los límites de sus esferas de influencia en el sur de América. La
gravedad de dicho acuerdo era que por el
mismo se establecía que los siete pueblos misioneros al este del río Uruguay
pasarían a poder de Portugal.
Para los guaraníes cristianizados de las Misiones
este cambio de jurisdicción política implicaba que quedarían otra vez a merced
de los bandeirantes esclavistas. Y evidentemente, apenas se establecieran las
nuevas fronteras vendrían otra vez los bandeirantes con todo lo que su llegada
podía representar. El recuerdo de las vejaciones sufridas en tiempos pasados
cuando miles de guaraníes misioneros habían sido secuestrados en las
reducciones jesuíticas y vendidos como esclavos en São Paulo todavía
estaba presente en la memoria de las comunidades misioneras.
Si bien los españoles no se caracterizaban por el
respeto de los derechos de los pueblos indígenas, el comportamiento de la
corona de Portugal había sido mucho peor, otorgando a las huestes de
aventureros total inmunidad para el secuestro y la violación de los poblados aborígenes,
incluso aquellos que estaban organizados bajo la éjida de la Compañía de Jesús.
Debemos recordar que el rol de los jesuitas en las
Misiones era poco menos que nominal. Hacía tiempo que las autoridades efectivas
en los pueblos eran los propios jefes nativos.
Los guaraníes misioneros no podían aceptar este
atentado a sus libertades mínimas.
Luego de consultas y reuniones decidieron no
reconocer el tratado y desconocer la orden de desalojo. Los líderes de la
rebelión eran Nicolás Ñeenguirú y Sepé Tiarajú. El primero de los nombrados fue
declarado Nicolás I, rey de Paraguay.
La guerra se desencadenó en 1751. A medida que el
alzamiento ganaba fuerza, se fueron incorporando otros pueblos nativos que
estaban en rebelión desde hacía tiempo, los guaraníes cimarrones, los charrúas,
los guanoás y otros, iban engrosando el ejército rebelde. Al cabo de pocos
meses esta rebelión ya se había constituido en una verdadera confederación
multiétnica y anti-imperial que habría de enfrentar a los ejércitos ibéricos
para defender su libertad.
El conflicto duró cinco años. Las fuerzas
confederadas establecieron su dominio en todo el territorio misionero al margen
de las autoridades de Buenos Aires o Río de Janeiro.
El intento libertario llegó a su fin cuando las
potencias ibéricas decidieron despachar un numeroso contingente militar.
Las fuerzas guaraníes y luso-españolas se
enfrentaron a orillas del arroyo Caibaté.. (continúa)
Fragmento del capítulo 2 de la novela histórica "De todas partes vienen" de Danilo Antón, Piriguazú Ediciones.
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