viernes, 6 de septiembre de 2019


Los gliptodontes, una extinción provocada
Los gliptodontes tenían un cierto parecido con el tatú y la mulita. Claro, eran 20 o 30 veces más grandes, algo así como el tamaño de un auto pequeño. Eran unos mamíferos acorazados que llegaron a pesar hasta dos toneladas, vivieron en América del Sur y se extinguieron hace unos 10.000 años, justo cuando el Pleistoceno daba lugar al Holoceno y los seres humanos se establecían en el continente. En realidad, los seres humanos se dedicaron intensamente a cazar gliptodontes que no tenían más defensa que su caparazón. Esta les servía para defenderse de esmilodontes (tigres con colmillos), jaguares y pumas, pero era completamente inefectiva con los seres humanos que no tenían más trabajo que darlos vuelta para que quedaran indefensos. En poco tiempo, los gliptodontes, que se reproducían lentamente, fueron disminuidos al punto que en unos pocos siglos no quedaba ninguno. La extinción de los gliptodontes fue exclusivamente provocada por la depredación de la especie por las primeras comunidades humanas que llegaron al continente.
En Uruguay, sur de Brasil y pampa argentina, los fósiles de gliptodontes son abundantes. En las barrancas de ríos y arroyos se encuentran ejemplares enteros, huesos o fragmentos de huesos y plaquetas de los caparazones. Se encontraron restos en las barrancas del río Santa Lucía y otros cursos de agua del sur de Uruguay. En mis trabajos geológicos en el norte de Uruguay, en la década de 1970, encontré restos fósiles de gliptodontes y otros megamamíferos en el arroyo Sopas (en los limos de la formación Sopas que bauticé con ese nombre en publicaciones geológicas de la época y que todavía se utiliza),
Si bien hay muchas especies de gliptodontes, la más abundantes pertenecen al género Glyptodon y las plaquetas de sus inmensos caparazones, llamadas osteodermos, son uno de los fósiles que más aparecen en Uruguay.
El asunto es que los animales fosilizados casi nunca aparecen completos, por lo que muchas veces las especies extintas se definen a partir de fragmentos y registros parciales, que en el caso de los gliptodontes suelen ser las placas de sus corazas o de sus colas. En un artículo publicado recientemente, los investigadores argentinos Francisco Cuadelli y Alfredo Zurita se propusieron “llevar adelante una revisión exhaustiva de las especies de Glyptodon reconocidas en base a restos de depósitos del Pleistoceno tardío de Sudamérica (en territorios de Argentina, Uruguay y el sur de Bolivia)”. Para ello hicieron análisis morfológicos de 22 cráneos de gliptodontes que habían sido catalogados como de tres especies (Glyptodon reticulatus, Glyptodon munizi y Glyptodon elongatus) entre los que había ejemplares de los dos museos de Colonia del Sacramento (Museo Municipal Dr. Bautista Rebuffo y Museo Paleontológico Armando Calcaterra) y para los cuales contaron con la colaboración de los paleontólogos Daniel Perea y Pablo Toriño, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.
Menos es más
Tras realizar su investigación, los científicos concluyeron que “sólo la especie Glyptodon reticulatus está bien caracterizada para el Pleistoceno tardío de Sudamérica” y que la especie Glyptodon clavipes “debe considerarse una especie inquirenda”, es decir, una identidad dudosa que requiere un mayor estudio. Por su parte, las mediciones craneales “no permiten diferenciar los materiales referidos como G. elongatus de las otras especies del género”.
En declaraciones al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, el paleontólogo Cuadelli, del Centro de Ecología Aplicada del Litoral (Corrientes), afirmó: “Muchos de los restos fósiles que fueron atribuidos a otras especies, como Glyptodon asper o Glyptodon clavipes, en realidad corresponden a ejemplares juveniles de la entidad dominante Glyptodon reticulatus”. Debido a que entonces la especie presente en esta vasta extensión de Sudamérica se trataría de una sola, afirman que “Glyptodon reticulatus era una especie plástica”, plasticidad que “se refleja en la relativa abundancia de esta especie en comparación con otros gliptodontes” y que ocupaba diversos ambientes –desde fríos y áridos a más cálidos y húmedos–. Por otro lado, sostienen que “G. reticulatus muestra una variabilidad en la ornamentación del caparazón dorsal tanto durante la ontogenia como intraespefícamente”, es decir, que varía entre los individuos de la misma especie y también en las distintas etapas de la vida de cada individuo, factor que habría contribuido a pensar que se trataba de especies distintas.
Pablo Toriño cuenta que hace casi dos décadas que él y Daniel Perea trabajan en colaboración con Cuadelli y Zurita en estos temas. “Desde 2010 están saliendo trabajos que apuntan cada vez más a mirar el esqueleto interno de los gliptodontes y no tanto las corazas para buscar diferencias a nivel de especies. Es un poco dar vuelta lo que se venía haciendo desde el siglo XIX, un cambio de cabeza que se produce de a poco”, afirma el paleontólogo compatriota. “La idea es tratar de armonizar toda la información que tenemos, porque si no lo que nos queda es una lista interminable de nombres generados, en muchos casos, a partir de plaquitas sueltas”, dice y agrega: “Con el diario del lunes miramos hacia el siglo XIX y nos decimos ‘cómo van a definir una especie en base a placas sueltas’, pero eso era lo aceptado en la época. Capaz que hoy estamos cometiendo errores que mañana horrorizarán a los paleontólogos. Así es como avanza la ciencia”.
Basado en el siguiente artículo (modificado para este blog): “Late Pleistocene Glyptodontinae (Mammalia, Xenarthra, Glyptodontidae) from southern South America: a comprehensive review”.
Publicación: Journal of Vertebrate Paleontology (enero, 2019).

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