Los gliptodontes, una extinción provocada
Los gliptodontes tenían un cierto parecido con el tatú y la
mulita. Claro, eran 20 o 30 veces más grandes, algo así como el tamaño de un
auto pequeño. Eran unos mamíferos acorazados que llegaron a pesar hasta dos
toneladas, vivieron en América del Sur y se extinguieron hace unos 10.000 años,
justo cuando el Pleistoceno daba lugar al Holoceno y los seres humanos se
establecían en el continente. En realidad, los seres humanos se dedicaron intensamente a
cazar gliptodontes que no tenían más defensa que su caparazón. Esta les servía
para defenderse de esmilodontes (tigres con colmillos), jaguares y pumas, pero era completamente inefectiva con los seres humanos que no tenían más
trabajo que darlos vuelta para que quedaran indefensos. En poco tiempo, los
gliptodontes, que se reproducían lentamente, fueron disminuidos al punto que en
unos pocos siglos no quedaba ninguno. La extinción de los gliptodontes fue
exclusivamente provocada por la depredación de la especie por las primeras
comunidades humanas que llegaron al continente.
En Uruguay, sur de Brasil y pampa argentina, los fósiles de
gliptodontes son abundantes. En las barrancas de ríos y arroyos se encuentran
ejemplares enteros, huesos o fragmentos de huesos y plaquetas de los
caparazones. Se encontraron restos en las barrancas del río Santa Lucía y otros cursos de agua del sur de Uruguay. En mis trabajos geológicos en el norte de Uruguay, en la década de 1970, encontré restos fósiles de gliptodontes y otros megamamíferos en el arroyo Sopas (en los limos de la formación Sopas que bauticé con ese nombre en publicaciones geológicas de la época y que todavía se utiliza),
Si bien hay muchas especies de gliptodontes, la más
abundantes pertenecen al género Glyptodon y las plaquetas de sus
inmensos caparazones, llamadas osteodermos, son uno de los fósiles que más
aparecen en Uruguay.
El asunto es que los animales fosilizados casi nunca
aparecen completos, por lo que muchas veces las especies extintas se definen a
partir de fragmentos y registros parciales, que en el caso de los gliptodontes
suelen ser las placas de sus corazas o de sus colas. En un artículo publicado
recientemente, los investigadores argentinos Francisco Cuadelli y Alfredo
Zurita se propusieron “llevar adelante una revisión exhaustiva de las especies
de Glyptodon reconocidas en base a restos de depósitos del
Pleistoceno tardío de Sudamérica (en territorios de Argentina, Uruguay y el sur
de Bolivia)”. Para ello hicieron análisis morfológicos de 22 cráneos de
gliptodontes que habían sido catalogados como de tres especies (Glyptodon
reticulatus, Glyptodon munizi y Glyptodon elongatus) entre los
que había ejemplares de los dos museos de Colonia del Sacramento (Museo
Municipal Dr. Bautista Rebuffo y Museo Paleontológico Armando Calcaterra) y
para los cuales contaron con la colaboración de los paleontólogos Daniel Perea
y Pablo Toriño, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.
Menos es más
Tras realizar su investigación, los científicos concluyeron
que “sólo la especie Glyptodon reticulatus está bien caracterizada
para el Pleistoceno tardío de Sudamérica” y que la especie Glyptodon
clavipes “debe considerarse una especie inquirenda”, es decir, una
identidad dudosa que requiere un mayor estudio. Por su parte, las mediciones
craneales “no permiten diferenciar los materiales referidos como G.
elongatus de las otras especies del género”.
En declaraciones al Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas de Argentina, el paleontólogo Cuadelli, del Centro de
Ecología Aplicada del Litoral (Corrientes), afirmó: “Muchos de los restos
fósiles que fueron atribuidos a otras especies, como Glyptodon asper o Glyptodon
clavipes, en realidad corresponden a ejemplares juveniles de la entidad
dominante Glyptodon reticulatus”. Debido a que entonces la especie
presente en esta vasta extensión de Sudamérica se trataría de una sola, afirman
que “Glyptodon reticulatus era una especie plástica”, plasticidad que “se
refleja en la relativa abundancia de esta especie en comparación con otros
gliptodontes” y que ocupaba diversos ambientes –desde fríos y áridos a más
cálidos y húmedos–. Por otro lado, sostienen que “G. reticulatus muestra
una variabilidad en la ornamentación del caparazón dorsal tanto durante la
ontogenia como intraespefícamente”, es decir, que varía entre los individuos de
la misma especie y también en las distintas etapas de la vida de cada
individuo, factor que habría contribuido a pensar que se trataba de especies
distintas.
Pablo Toriño cuenta que hace casi dos décadas que él y
Daniel Perea trabajan en colaboración con Cuadelli y Zurita en estos temas.
“Desde 2010 están saliendo trabajos que apuntan cada vez más a mirar el
esqueleto interno de los gliptodontes y no tanto las corazas para buscar
diferencias a nivel de especies. Es un poco dar vuelta lo que se venía haciendo
desde el siglo XIX, un cambio de cabeza que se produce de a poco”, afirma el
paleontólogo compatriota. “La idea es tratar de armonizar toda la información
que tenemos, porque si no lo que nos queda es una lista interminable de nombres
generados, en muchos casos, a partir de plaquitas sueltas”, dice y agrega: “Con
el diario del lunes miramos hacia el siglo XIX y nos decimos ‘cómo van a
definir una especie en base a placas sueltas’, pero eso era lo aceptado en la
época. Capaz que hoy estamos cometiendo errores que mañana horrorizarán a los
paleontólogos. Así es como avanza la ciencia”.
Basado en el siguiente artículo (modificado para este blog): “Late
Pleistocene Glyptodontinae (Mammalia, Xenarthra, Glyptodontidae) from southern
South America: a comprehensive review”.
Publicación: Journal of Vertebrate Paleontology (enero,
2019).
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