viernes, 10 de mayo de 2019

Historia de la Caza de Brujas 
Danilo Antón
Los varios sistemas religiosos mistéricos greco-latinos y orientales antiguos fueron una forma de rebelión contra el autoritarismo imperial, que imponía por fuerza su religión en todos los territorios conquistados. Además de los rituales dionisíacos o báquicos antes mencionados, se desarrollaron los ceremoniales órficos, de gran influencia en la génesis de las primeras comunidades cristianas, los cultos a Isis (de origen egipcio), los de Mitra (provenientes de Persia) y los Misterios de Attis (cultos de la Gran Madre, originarios de Frigia).
En varios momentos históricos estos movimientos religiosos fueron ilegalizados y censurados. Finalmente, fue precisamente uno de ellos, el cristianismo, que habría de imponerse en la propia ciudad de Roma, dando lugar a la disgregación del imperio.
El cristianismo triunfante, otrora perseguido, pasó a ocupar el lugar de la autoridad. En tanto que tal, evolucionó gradualmente hacia modelos intolerantes adoptando actitudes crecientes de arbitrariedad que llevaron a políticas estatales y eclesiásticas de «caza de brujas» con una intensidad desconocida hasta ese momento.
Sobre el fin de la Edad Media europea y durante los primeros dos siglos de la llamada “Edad Moderna” este proceso se desencadenó con una virulencia extrema.
La institución que tuvo a su cargo la persecución fue el llamado Tribunal del Santo Oficio instaurado por el papado en el siglo XV.
Este tribunal, habitualmente llamado “la Inquisición”, se dedicó a perseguir a las personas que se desviaban de la fe católica, en particular los judíos, los musulmanes, o simplemente aquellas personas que todavía llevaban a cabo prácticas medicinales tradicionales, las “brujas”.
Según Amador de los Ríos, de 1359 a 1525 fueron ejecutadas en España 36060 personas por judaismo, a 350,000 se le confiscaron los bienes en ese mismo período, luego de pasar estancias en mazmorras inquisitoriales.
Entre los siglos XV y XVIII bajo la acusación de “brujería” fueron muertas alrededor de medio millón de personas, la mayoría mujeres, En un estudio realizado en el suroeste de Alemania, de 1562 a 1604, sobre 1258 ejecuciones, 82% eran del sexo femenino, generalmente viejas y comadronas de estratos humildes (Midlefort).
El sistema de acusación incluía rutinariamente el uso de la tortura. Los sistemas eran variados, incluyendo el “trato de cuerda” (en que el torturado era colgado con un peso atado a los pies y luego soltado para provocar dislocaciones), la prueba del agua (por la cual se obligaba a tragar agua al detenido con su espalda apoyada sobre una barra transversal), y la “prueba del fuego” (se untaban los pies al detenido con materia combustible y luego se acercaban al fuego).
No se consideraba indicio de inocencia soportar el suplicio, pues ello podía deberse a “encantamiento diabólico”, y el inculpado era condenado a pesar de su negativa a confesar.
Las bulas papales habían creado un sistema muy eficaz de realimentación para la persecución, pues no sólo el acusado debía pagar su propio alimento mientras pasaba meses o años en el calabozo, sino que la totalidad de sus bienespasaba al Santo Oficio, y sus parientes quedaban sometidos a exacción.
Para justificar este tratamiento de personas aún no condenadas se decía que no podían ser considerados de la misma manera los “sospechosos” y las personas intachables.
Los familiares de las “brujas” estaban obligados a pagar la factura por los servicios de los torturadores y verdugos. Asimismo, la familia corría con el costo de los haces de leña y el banquete que los jueces daban después de la quema.
Las acusaciones más frecuentes incluían la utilización de plantas y sustancias psicoactivas (a menudo definidas como «pociones» o «ungüentos diabólicos”).
Juana de Arco, que fuera quemada en la hoguera en el siglo XVI, fue acusada de “llevar siempre una mandrágora en su seno”.
En tiempos posteriores, el avasallamiento de las prácticas tradicionales en Europa fue menos evidente. El fortalecimiento de los movimientos rebeldes que cristalizó en la revolución de las colonias inglesas de América del Norte en la década de 1770 y, a partir de 1789, en Francia, obstruyó la persecución de curanderos y médicos tradicionales.
Tanto en Europa como en las sociedades criollas americanas, la “caza de brujas” se desvió a la persecución de los revolucionarios que propugnaban subvertir los sistemas absolutistas.
A medida que los movimientos de resistencia ideológica y utopistas se multiplicaban en los países centrales, y en algunas de sus principales colonias, las elites económicas y políticas de éstos, continuaban trasladando sus impulsos expansivos al resto del mundo
Así se fueron generando extensos imperios que abarcaban casi todo el orbe conocido. Gradualmente fueron cayendo en manos de las potencias europeas extensos territorios en Africa, Asia y Oceanía.
Este proceso implicó un proceso aparentemente contradictorio. Si bien por un lado fue posible obtener una gran variedad de plantas desconocidas con usos nuevos e interesantes y dichas plantas se incorporaron al acervo cultural de la metrópoli, por otro lado, en las colonias, se imponían prácticas religiosas y sociales que limitaban la utilización de esas mismas plantas en los países de origen. En los hechos, la “caza de brujas” se fue desplazando a la periferia del sistema imperial. Así, a fines del siglo XIX, varias de las sustancias hoy prohibidas (como la cocaína y la morfina) se pusieron de moda entre la elite intelectual y profesional de los países europeos. Fue recién a partir de la primera década del siglo XX que se reiniciarían con más intensidad los empujes prohibicionistas de las plantas psicoactivas y los compuestos de ellas derivados.
De "Pueblos, Drogas y Serpientes", Danilo Antón, Piriguazú Ediciones
Blog in English: daniloanton-en.blogspot.com

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