Acerca de la Caza de Brujas
D.Antón
D.Antón
El cristianismo triunfante, otrora perseguido, pasó a ocupar el lugar de la autoridad. En tanto que tal, evolucionó gradualmente hacia modelos intolerantes adoptando actitudes crecientes de arbitrariedad que llevaron a políticas estatales y eclesiásticas de «caza de brujas» con una intensidad desconocida hasta ese momento.
Sobre el fin de la Edad Media europea y durante los primeros dos siglos de la llamada “Edad Moderna” este proceso se desencadenó con una virulencia extrema.
La institución que tuvo a su cargo la persecución fue el llamado Tribunal del Santo Oficio instaurado por el papado en el siglo XV.
Este tribunal, habitualmente llamado “la Inquisición”, se dedicó a perseguir a las personas que se desviaban de la fe católica, en particular los judíos, los musulmanes, o simplemente aquellas personas que todavía llevaban a cabo prácticas medicinales tradicionales, las “brujas”.
Según Amador de los Ríos, de 1359 a 1525 fueron ejecutadas en España 36060 personas por judaismo, a 350,000 se le confiscaron los bienes en ese mismo período, luego de pasar estancias en mazmorras inquisitoriales.
Entre los siglos XV y XVIII bajo la acusación de “brujería” fueron muertas alrededor de medio millón de personas, la mayoría mujeres, En un estudio realizado en el suroeste de Alemania, de 1562 a 1604, sobre 1258 ejecuciones, 82% eran del sexo femenino, generalmente viejas y comadronas de estratos humildes (Midlefort)4 .
El sistema de acusación incluía rutinariamente el uso de la tortura. Los sistemas eran variados, incluyendo el “trato de cuerda” (en que el torturado era colgado con un peso atado a los pies y luego soltado para provocar dislocaciones), la prueba del agua (por la cual se obligaba a tragar agua al detenido con su espalda apoyada sobre una barra transversal), y la “prueba del fuego” (se untaban los pies al detenido con materia combustible y luego se acercaban al fuego).
No se consideraba indicio de inocencia soportar el suplicio, pues ello podía deberse a “encantamiento diabólico”, y el inculpado era condenado a pesar de su negativa a confesar.
Las bulas papales habían creado un sistema muy eficaz de realimentación para la persecución, pues no sólo el acusado debía pagar su propio alimento mientras pasaba meses o años en el calabozo, sino que la totalidad de sus bienes pasaba al Santo Oficio, y sus parientes quedaban sometidos a exacción.
Para justificar este tratamiento de personas aún no condenadas se decía que no podían ser considerados de la misma manera los “sospechosos” y las personas intachables.
Los familiares de las “brujas” estaban obligados a pagar la factura por los servicios de los torturadores y verdugos. Asimismo, la familia corría con el costo de los haces de leña y el banquete que los jueces daban después de la quema.
Del libro "Pueblos, Drogas y Serpientes", D.Antón, Piriguazú Ediciones.
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