Cuando
llegó Pero Alvares Cabral y su expedición a América, al territorio que luego se
llamaria Brasil, el 22 de abril de 1500, se produjo el primer contacto europeo
con los pueblos sudamericanos tupi de la costa atlántica[1].
El cronista de dicha expedición, Pero Vaz de Caminha dejó un relato vivido de
sus experiencias en una carta al rey de Portugal Manoel I en donde le cuenta al
monarca las caracteristicas insólitas de los pueblos recién contactados. En ese
pais vivian mujeres y hombres desnudos, sin verguenza, saludables, actuando
espontáneamente frente a los emperifollados capitanes portugueses. Llamó la
atención de Caminha el hecho de que a pesar de que estos pueblos no tenian ninguno
de los cultivos y animales europeos eran “...más fuertes y mejor alimentados
que nosotros con todo el trigo y las verduras que comemos...”. Y luego: “están
muy bien cuidados y muy limpios y en esto me hacen acordar a los pájaros y a
los animales silvestres, a los cuales el aire les da mejor plumaje y piel que a
los domesticados. Sus cuerpos son tan limpios y carnosos y tan hermosos que no
podria pedirse más.” Además de limpios y
sanos, por regla general estos pueblos eran descriptos como muy amistosos y hospitalarios.
Por
su parte, Alberico Vespucci, el conocido geógrafo florentino, en sus cartas, se admiraba de la libertad e
inocencia en que vivían las sociedades americanas. Señalaba que las sociedades
Indias no conocian la propiedad privada ni el dinero, y que compartian todo en
común. Vivían en una libertad social y moral completa, y sus comunidades
funcionaban armoniosamente sin reyes, religión, templos, palacios o ídolos[2].
Señala
Hemmings que el entusiasmo con que se describían las sociedades americanas, que
vivían prósperamente sin reyes ni iglesias, tenía algo de subversivo. En 1500,
Pietro Martire d’Anghiera decía que entre los nativos americanos: “la tierra
pertenece a todos, como el sol y el agua. Lo mío y lo tuyo, que son las
semillas de todos los males no existen para esta gente. Viven en una edad
dorada, y no rodean sus propiedades con zanjas, paredes o setos. Viven en
jardines abiertos, sin leyes o libros, sin jueces, y naturalmente buscan la
bondad considerando odioso a quien se corrompe a sí mismo practicando la maldad”.
Magalhaes
de Gandavo nos ofrece la siguiente descripción: “En cada casa viven juntos en
armonía sin disensiones entre ellos. Son tan amistosos entre sí que lo que
pertenece a uno pertenece a todos. Cuando alguno tiene algo para comer, sin
importar cuan poco, todos sus vecinos lo comparten”.
Los
relatos de las nuevas sociedades comenzaron a circular por Europa. Se había
descubierto un mundo paradisíaco, donde la naturaleza no había sido
avasallada, donde no había reyes, ni
esclavitud, ni pobreza, ni pestes, donde no existía el dinero, donde todos las
mujeres y hombres eran libres e iguales.
La
lógica de los nativos americanos era rigurosa. Cuenta Jean de Léry que un
anciano le preguntó: “¿Porque ustedes, franceses y portugueses, vienen de tan
lejos a buscar madera para calentarse?
No tienen suficiente madera en su país?” Léry respondió que la madera no se usaba para
quemar sino para hacer tinturas, igual que ellos lo hacían. El anciano continuó:
“me imagino que necesitan mucha cantidad…” El francés respondió que
efectivamente se necesitaba mucha, y que un mercader podía comprar muchos
barcos repletos, y que además había un sinnúmero de otras mercancias. El
anciano se quedó pensando, y reflexionó: “este hombre muy rico, del que usted
me cuenta...¿no se muere? “ … “Si, se muere como todo el resto de la gente”. “Y
cuando se muere...¿que pasa con las cosas que deja?”… “Es para sus hijos o
parientes...” respondió Lery. El anciano lo pensó y luego sentenció: “Ahora veo
que ustedes Franceses son grandes locos. Cruzan el mar y sufren grandes
inconvenientes, tal como nos cuentan, trabajan muy fuerte para acumular
riquezas para vuestros hijos y sus parientes... ¿acaso la tierra que los nutre,
no es suficiente para alimentarlos a ellos también?. Nosotros tenemos, padres,
madres, e hijos a quienes amamos. Pero estamos seguros que después de nuestra
muerte la tierra que nos nutrió a nosotros los alimentará también a ellos. Por
lo tanto no necesitamos preocuparnos.”
Los
primeros cronistas notaron también la vida saludable de las poblaciones
americanas. Abundan las referencias acerca de la longevidad de los americanos.
Según Vespucci, llegaban a 150 años, Pigafetta, integrante de la expedición de
Magallanes, señalaba que podían vivir de 125 a 140 años. El propio Jean de Léry
atribuía a los Tupinambá de Guanabara una expectativa de vida de 100 a 120
años. Años más tarde el Jesuita Fernao Cardim afirmaba que la población de
Piratininga (Sao Paulo) estaba llena de viejos de más de 100 años.
Las
referencias acerca de la longevidad, salud, bienestar, prosperidad y calidad de
vida de los pueblos nativos americanos se sucedieron. Los relatos y crónicas
que contaban estas historias comenzaron a llegar a Europa en la primera década
del siglo dieciseis y habrían de continuar por muchos años. No fue por
casualidad que en ese momento comenzaron a imaginarse las primeras utopías
sociales que con el tiempo habrían de transformar el pensamiento social y
politico europeo de los próximos siglos. Las sociedades ideales que se
empezaron a diseñar a partir del siglo dieciseis, fueron en realidad el
resultado de la profunda impresión recibida por los europeos al conocer esas
sociedades tan diferentes, procesos desencadenados por la comprobación de que
había otras formas de relacionarse con la naturaleza y con los semejantes, de
que el dinero y el atesoramiento no eran en realidad necesarios y de que los
pueblos podian vivir en libertad, sin cadenas ni yugos de reyes o iglesias.
El
origen de las utopías
Las
primeras utopías que tuvieron trascendencia histórica se relacionan claramente
con las versiones novedosas que comenzaban a llegar desde allende el océano
sobre esas “nuevas” sociedades ideales. Ya en 1508, Erasmus de Rotterdam
escribió su famosa obra “El Elogio de la Locura” (Encomium Moreae) cuya heroína
había nacido en las Islas Afortunadas, un lugar similar al Brasil que unos
pocos años antes había descripto Vespucci en que la gente vivía en estado
natural y la tierra proveía el sustento sin esfuerzo. Dicha obra la escribió
Erasmus durante su visita al amigo Thomas More en Londres. Fue precisamente,
este filósofo inglés quien siguiendo los pasos de su colega, escribiera la
primera “utopía” de amplia divulgación, incorporando elementos de las “nuevas”
sociedades americanas[3].
Se
trata de la obra titulada precisamente “Utopía” escrita en 1516, en la que
Thomas More describió en forma eliptica las características de las comarcas
americanas recientemente visitadas por Alberico Vespucci y otros exploradores.
More
era hijo de un magistrado inglés habiéndose educado en la mejor escuela de
Londres (St Anthony’s) y en la casa del canciller y arzobispo de Canterbury,
John Morton. Por ese motivo, además de recibir una educación clásica, estuvo al
tanto de los acontecimientos que estaban ocurriendo allende el Atlántico, asi
como las características de las sociedades diferentes que estaban siendo
conocidas por los viajeros europeos a América. Estas experiencias, trasmitidas
verbalmente por los viajeros y descriptas en varios documentos le permitieron
ponerse al día sobre estas nuevas formas de organización que le sirvieron
finalmente como fuente principal de inspiración para su obra “Utopía”. A ello
hay que agregar, sus contactos de juventud con los monasterios ingleses le permitieron
conocer los sistemas comunitarios religiosos, que ejercieron también una
importante influencia en su obra.
La
palabra “utopía” fue creada por More a partir de las voces griegas “ou- topos”
(ningún lugar) y eu- topos (buen lugar) para designar “el buen lugar que no
existe”. La sociedad de “Utopía” estaba ubicada en una isla de América ubicada
al sur del Ecuador. En gran medida, las características de dicha sociedad
presentaban muchas semejanzas con la imagen que los europeos se comenzaban a
hacer de ese “Nuevo Mundo” que estaban “descubriendo”. Su principal
protagonista era un portugués de nombre Rafael Hythlodaeus.
La
utopía de More se basaba en la igualdad y en la inexistencia del dinero. Todos
los miembros de Utopia participaban en un plano de igualdad en las actividades
relacionadas con la alimentación, vestimentas, vivienda, educación, filosofia,
guerra y religión. Se trataba de una sociedad profundamente religiosa, basada
en un Dios justo y bueno que regia el mundo y que premiaba o castigaba las
buenas o malas acciones en un mundo más allá de la muerte.
La
importancia de More en el desarrollo del pensamiento ulterior europeo es enorme
y frecuentemente subestimada. Su influencia fue tal vez mayor fuera de
Inglaterra que en su propio pais. Fue el primer pensador europeo que planteó
modelos claramente influenciados por las sociedades americanas recientemente
conocidas en Europa. Fue a partir de la “Utopia” de More que una pléyade de
autores desarrollaron múltiples propuestas que habrian de culminar en las
grandes revoluciones intelectuales y sociales de los siguientes siglos. Hasta
el propio nombre “utopia” de uso corriente para designar enfoques ideales de la
vida y la sociedad encontró su origen en More. Ello fue reconocido en la propia
Unión Soviética y su nombre fue inscripto entre los héroes de la revolución
mundial en la Plaza Roja de Moscú. Finalmente, More significó un modelo de vida
y de virtud que fue reconocido por la iglesia que lo canonizó en 1935.
Algunos
años después de la publicación de la obra de More, su cuñado, de nombre John
Ratsell se lanzó a la búsqueda de la “utopia” en América pero no tuvo éxito.
Fue finalmente su hijo quien hizo su viaje en 1536 al otro año de la ejecución
de su padre[4].
En
el siglo dieciseis, un autor francés llamado Rabelais, inspirado en las
múltiples crónicas que describían con asombro la naturalidad, igualdad y
libertad en que vivían las naciones aborígenes de Brasil, y profundamente
influido por Erasmus y por More, escribió su obra “Pantagruel” cuya primera
parte toma muchos elementos de la “Utopia” de More.
Ya
a mediados del siglo, el impacto del conocimiento de las sociedades americanas
había llegado a las principales cortes europeos. Un ejemplo típico de ello lo
encontramos en Francia. Cuando la ciudad de Rouen quiso hacerle una bienvenida
lujosa a Enrique II y a Catalina de Medici en 1550, se preparó una
escenificación de Brasil a la manera de un “homenaje viviente”. Se acondicionó
un prado a orillas del Sena imitando los paisajes de Brasil, se plantaron
árboles y arbustos, a los árboles que ya existían en el lugar se le agregaron
ramas y frutos, se trajeron loros, monos, coatís y otros animales americanos,
se construyeron viviendas de techo de paja, empalizadas de troncos imitando las
aldeas Tupinambá y Tobajaras y se trajeron cincuenta nativos de dichas naciones
a los que se agregaron un buen número de marineros franceses que habian
visitado aquellas lejanas tierras para recrear una imitación de esta tierra
natural prometida. La representación incluyó una “batalla” entre los Tobajaras
y los Tupinambá que culminó con el incendio de una choza.
Durante
dicho siglo (XVI) comenzaron a abundar descripciones e interpretaciones del
“Nuevo Mundo” que había sido “descubierto”. El escritor francés Michel de Montaigne,
quien había estudiado en Bordeaux en la “escuela revolucionaria” del Portugués
André de Gouveia, obtuvo información de viajeros que habían conocido a los
nativos de Brasil e incluso entrevistó personalmente a tres Tupinambá que
conoció en Rouen. Su libro “Des Cannibales” sintetizó todas las virtudes de las
sociedades americanas. En esta obra dice Montaigne que éstos (los americanos)
están “gobernados todavía por leyes naturales y muy poco corruptos por nuestras
propias leyes”.[5] Montaigne
imaginó una conversación entre el rey Carlos IX y un Tupinambá en la que el rey
le explicó al nativo americano las maravillas de la sociedad europea. Cuando
terminó, el Tupinambá reflexionó que en Europa había notado la existencia de
hombres cargados de todo tipo de bienes, pero que al mismo tiempo también había
notado la presencia de mendigos en sus portones muriéndose de hambre en la más
terrible pobreza. Le parecía extraño que los pobres pudieran soportar tanta
injusticia y que no tomaran por el cuello a los otros y les incendiaran las
casas. En cierto modo este es el pre-anuncio de algo que se iba a comenzar a
repetir cada vez con mayor insistencia en cada nueva utopía: la injusticia de
los sistemas sociales, económicos y políticos europeos y la necesidad de cambiarlos.
A
principio del siglo diecisiete fue el holandés Hugo Grotius quien describió la
vida simple y comunitaria de los americanos en su obra fundamental: “La ley de
la guerra y la paz” (1625). Algunos años más tarde, continuando la tradición
iniciada por Erasmus, More y Montaigne, Francis Bacon escribió su “New
Atlantis” (Nova Atlantida) en 1627 y Tommaso Campanella su “Ciudad del Sol” en
1643. Al igual que “Utopía”, estos libros fueron ampliamente traducidos
teniendo significativa influencia sobre varios autores “utopistas”[6] de los siglos
dieciocho y diecinueve.
Así
como el trabajo de More habría de inspirar a Morelly[7],
los de Campanella y Bacon influenciaron
a Cyrano de Bergerac[8], a Vairasse[9] y a Condorcet.
También a fines del siglo diecisiete apareció el trabajo de Gabriel de Foigny
sobre los australianos (1676)[10] y el de
Francois de Salignac sobre la tierra ideal de Salentum[11]
que continuaron desarrollando la temática igualitaria y naturalista.
[1] [1] Por
lo menos el primer contacto del que se tenga registro.
[2][2] John
Hemmings, Red Gold, p.14.
[3]
Thomas More nació en Londres en febrero 1477. Era de familia acomodada y
estudió leyes recibiéndose de abogado en 1501. Fue un hombre de religión, de fe
católica, habiendo pasado varios años de su juventud en proximidad de órdenes
monásticas. Fue muy amigo del filósofo holandes Erasmo de Rotterdam con quien
frecuentemente intercambió ideas e incluso hizo traducciones en común. La
famosa obra de Erasmo “Elogio de la Locura” fue escrita en casa de los More en
Londres, e incluso el nombre latin de la obra “Encomium Moreae” es un juego de
palabras en homenaje a su amigo. More fundó una familia muy numerosa, con su
propia academia doméstica, donde aplicó su propio sistema de educación y de
organización comunitaria. En 1516 publicó su obra más famosa: “Utopia” en
Louvain con gran éxito entre los humanistas y las elites oficiales. En esos
años hizo campaña por el programa religioso y cultural de Erasmo. Sus últimos
años estuvieron dedicados a la actividad pública siendo nombrado canciller de
Inglaterra en 1529. Su cargo le duró hasta 1532 cuando tuvo diferencias con el
monarca Enrique VIII sobre el cisma de la iglesia en Inglaterra. Cuando el rey,
divorciado de Catalina de Aragón (irregularmente según More) se casó en sus
segundas nupcias con Ana Bolena, More no asistió a la boda cayendo aún más en
el desfavor del rey. Poco tiempo después fue acusado de traidor y condenado a
muerte, siendo decapitado el 6 de julio de 1535.
[4] [4]
Brandon, p. 10; Brandon, William. New Worlds for Old: Reports from the New
World and Their Effect on the Devleopment of Social Thought in Europe, 1500-
1800. Athens, Ohio: Ohio University Press, 1986.
[5] 5[5]
Montaigne, pp. 109-10; Montaigne, Michel de, Essays. Translated by J.M. Cohen.
Middlesex, England, Penguin.
[6][6] El
movimiento utopista tuvo gran auge en Francia. Sobre ese tema existe un trabajo
exhaustivo de Manuel y Fritzie P.Manuel titulado “French Utopias. An anthology
of ideal societies” editada por Schocken Paperback en 1971.
[7][7]
Morelly cuya identidad es nebulosa produjo sus obras a mediados del siglo
dieciocho que culminaron en sus dos libros más conocidos: “El Principe, las
Delicias del Corazón o Tratado sobre las Cualidades de una Gran Rey” y “El
Código de la Naturaleza”. En ellas describe una sociedad igualitaria,
vegetariana, utilitaria y sexualmente libre que en muchos aspectos hace recordar
a los modelos indigenas americanos.
[8] Cyrano de Bergerac (1619- 1655), autor francés
conocido por la famosa obra de Rostand escrita dos siglos y medio después de su
muerte, escribió novelas, obras dramáticas y dos sátiras utópicas: Historia
de los Estados de la Luna (1657) e Historia cómica de los Estados del Sol
ambas publicadas póstumamente.
[9] [9] Denis
Vairasse d’Allais (ca. 1630- ca. 1700) probablemente nacido en una localidad
cerca de Nimes, Francia, escribió “La Histoire des Sévarambes” (1677- 1679)
sobre una sociedad cuyos pobladores habitaban viviendas comunales llamadas
“osmasies” y estaban gobernados por un “déspota iluminado” manteniendo el
orden, la limpieza y la igualdad de sus miembros.
[10] [10] Gabriel
de Foigny (1630- 1692) era francés pero vivió gran parte de su vida en Ginebra
y Lausana donde escribió La Terre australe connue: c’est a dire, la
description de ce pays inconnu jusqu’ici” (Ginebra, 1676). Alli pinta una
sociedad ideal donde sus habitantes viven en perpetua salud, tienen su vida
organizada desde la infancia hasta la muerte, en un plano de igualdad.
[11] [11] Francois
de Salignac de la Mothe-Fenelon (1651- 1715) escribió “Las Aventuras de
Telemachus” donde a través de figuras griegas se promovia un sistema monárquico
austero sin despotismo ni lujuria (lo cual se tomó como una critica implicita
al gobierno de Luis XIV).
De "Amerrique, los Huérfanos del Paraiso", D.Antón, Piriguazú´Ediciones
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