La comarca valdense (continuación)
En el momento en que Isabella llegaba a Vercelli, Patricio, que estaba trabajando en la cosecha del arroz en la llanura padana6, había regresado de una jornada de trabajo a la casa donde se estaba alojando perteneciente a un correligionario valdense que habitaba en la ciudad.
Se conocieron en una fiesta familiar.
Patrizio fue invitado por un amigo a la casa de la prima de Isabella y no teniendo nada que hacer ese día decidió concurrir para pasar el rato.
Allí conoció a Isabella. Ella era morocha con vivaces ojos castaños y una silueta muy atractiva. Por su parte, él tenía el tipo alpino característico. Estatura media, cabello rubio y ojos claros. Se podía decir que era un hombre apuesto.
Desde que se vieron y comenzaron a hablar notaron que había algo que los atraía mutuamente. Toda la noche estuvieron conversando y mirándose con ojos especiales hasta que se despidieron con la promesa de verse el día siguiente en el mercado de la ciudad. Al día siguiente, con la excusa de acompañar a su prima, Isabella fue a la feria donde reencontró a Patrizio. Conversando animadamente recorrieron los puestos de la feria y aprovecharon para seguir conociéndose. Al fin de la mañana lograron concertar una nueva cita antes que Isabella volviera a su casa.
Algún tiempo después, terminada la zafra del arroz, Patricio fue a visitar a Isabella a Varallo, tal como habían quedado la última vez que se habían visto. Ella lo esperaba con ansiedad. Le presentó a su familia y de a poco, en esos días, la relación se fue consolidando.
Patrizio iba caminando por las calles de Génova donde había ido a comprar herramientas recién llegadas de Inglaterra a pedido del padre de Isabella. Su itinerario lo había llevado cerca de los muelles de la activa ciudad portuaria.
Fue en ese momento se encontró con un antiguo amigo de Torre Pellice que había conocido en la niñez. Allí se enteró que en dos meses saldría un barco con emigrantes de los valles valdenses que viajaban a América para fortalecer una nueva comunidad que se estaba fundando en la República del Uruguay, más allá del Atlántico. Le comentó que todavía quedaban algunos lugares libres y que la Iglesia Valdense estaba colaborando con parte del importe de los pasajes de los peregrinos.
No le fue difícil a Patrizio convencer a Isabella que lo acompañara en esa nueva y exótica aventura. Desde que se habían casado hacía un año la pareja llevaba una vida enamorada y armónica, y ambos coincidían en sus deseos de nuevas experiencias y aventuras. En el tiempo que llevaban casados habían acumulado algo de dinero y con una pequeña suma que les dio el padre de Isabella tomaron la decisión de partir y se largaron a la incertidumbre de lo desconocido.
En el invierno de 1868 el barco partió de Génova en dirección a Montevideo, la capital del remoto país de destino. Luego de casi un mes de viaje y escalas en Palma de Gran Canaria y Río de Janeiro llegaron a la ciudad de Montevideo en pleno verano austral.
Varios representantes de la recientemente formada colonia de los valdenses en Uruguay los estaban aguardando.
Todavía les esperaban varias horas de viaje por las aguas del río de la Plata hasta la boca del río Rosario, y de allí, remontando este pequeño curso de agua, llegaban hasta el muelle provisorio que los nuevos colonos habían instalado en el lugar donde se estaban estableciendo.
Los habitantes de la nueva colonia pusieron a su disposición un carro de caballos en que pudieron desplazarse desde los muelles hasta una pequeña población que apenas comenzaba a construirse. Había sido bautizada como Pueblo La Paz.
Allí los recibió el pastor de la iglesia que estaba establecida en forma en un rancho preexistente. A cambio de una suma de dinero les otorgarían un predio en la zona urbana y un terreno agrícola a unas dos leguas de distancia del pueblo; constituido por unas doce cuadras en la margen derecha del arroyo Pichinango.
No hay comentarios:
Publicar un comentario