viernes, 4 de agosto de 2017

Fragmento de la novela histórica "De todas partes vienen..." 

Capitulo 2
Más allá del océano


Salía el sol entre las colinas boscosas y savanas del interior de Angola. En las comunidades nganguela de las tierras altas del Bié la vida se desarrollaba tranquilamente, sin mayores preocupaciones, como había ocurrido durante muchos años en el pasado.
Recostada apaciblemente sobre las laderas contiguas al río Cuanza la pequeña aldea Bieguela despertaba al nuevo día. Se podían escuchar los graznidos de las perdices de franjas grises y el lejano tronar de una tropa de elefantes caminando hacia su baño de barro matinal.
En la proximidad del poblado algunas mujeres se dirigían a los campos vecinos para remover la tierra seca con sus azadas. Allí depositarían las semillas de mijo, sorgo y maíz que crecerían en la próxima estación lluviosa. Más lejos, algunos hombres con sus hachas de hierro abrían terreno para ampliar las plantaciones cuando fuera necesario. Otras campesinas con sus niños se dirigían al río portando las vasijas en las que cargarían agua para sus hogares. 

Sobre las orillas del curso de agua varios pescadores habían desplegado sus redes donde esperaban cosechar la pesca para asegurar la alimentación de la población. 
En un claro cercano pastaban una decena de vacunos flacos y unos pocos terneros. Sentados bajo un baobab dos jóvenes de escasa edad observaban el movimiento de los animales.
En un bosquecillo próximo, un joven ayudaba a una mujer madura recogiendo leña para el fuego. Ya habían obtenido una cantidad suficiente como para cocinar durante varios días. 
Lukamba, que ese el nombre del muchacho,  era un típico adolescente nganguela recién había pasado la ceremonia de la pubertud en la que habvía sido tatuado con tres rayas verticales en su cara. Desde ese día sintió orgullosamente que ya era un hombre.De todas maneras ayudaba a su madre Banasa en la  tarea de recoger leña para la cocina.

Gran parte de la población de Bieguela estaba fuera de la aldea. En las casas habían quedado solamente mujeres, niños y algunos ancianos.
Parecía que sería otro día rutinario y sin mayores novedades en la tranquila comunidad nganguela del Bié.

Fue entonces que se los vió llegar.  
Eran no menos de cincuenta hombres, una veintena de jinetes con sus caballos y el resto de a pie, ostentando armas y cadenas, con varios perros de pelea y rastreadores. 
Habían cruzado el río sin ser advertidos y de improviso llegaron a la aldea.  
Entraron rápidamente a los gritos disparando sus armas de fuego mientras los aldeanos que allí habían quedado trataban de refugiarse en sus casas o escapar hacia los montes vecinos. 
Varios individuos armados se acercaron al río donde estaban los hombres pescando y otros a las mujeres que trabajaban los campos de cultivo vecinos. 
Hubo resistencia pero fue infructuosa. Por lo menos tres hombres que intentaron resistir  cayeron bajo las balas de los mosquetes. Los perros atacaban azuzados por sus dueños.
Antes que los habitantes del poblado pudieran reaccionar, los atacantes habían reunido más de un centenar de personas en la plaza principal y comenzaron a  ponerle cadenas.  
A pesar de sus llantos y súplicas muchas mujeres fueron separadas de sus hijos y conducidas con el resto.
En breves momentos ya estaba organizada la caravana. Las mujeres encadenadas en tobillos y cuellos gritaban y lloraban.  Para mejor control a los hombres les agregaron  cadenas en las muñecas. 
Lukamba, observó sorprendido como unos hombres corrían y atrapaban a varias mujeres que estaban trabajando los campos y obedeció a su madre cuando ésta le dijo que corriera muy rápido para evitar que lo alcanzaran. 
Todo fue inútil. Banasa fue inmobilizada rápidamente y luego de un intento infructuoso de evadir a sus agresores, Lukamba también cayó en sus manos. 
Solo unos pocos pobladores lograron escabullirse hacia las colinas boscosas de la vecindad procurando alejarse lo más pronto posible para evitar ser atrapados. Desde la distancia pudieron apreciar como los esclavistas incendiaban las chozas. Más tarde, cuando algunos de ellos pudieron regresar a Bieguela, comprobaron que la mayor parte de sus pobladores habían sido capturados y las viviendas habían sido consumidas por el fuego. En pocas horas una comunidad pacífica y próspera había sido borrada de la faz de la tierra. 
Fragmento de la  novela "De todas partes vienen", Danilo Antón, Piriguazú Ediciones

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