viernes, 31 de mayo de 2019


Replanteando las teorías acerca de la génesis de la corteza terrestre y de los fluidos que contiene

En este artículo y los siguientes intentamos presentar un enfoque innovador sobre el origen de la corteza y la evolución del manto superior de nuestro planeta. De acuerdo a la teoría que estamos presentando la corteza se forma debido a cambios de fases minerales en su base (desarrollada por el eminente geólogo Vicente Sánchez Cela) que complementamos con  la teoría sobre el origen abiótico de los hidrocarburos (de Thomas Gold).
Estas concepciones han sido adaptadas para permitir su integración en un único modelo de evolución geológica.
De acuerdo a Sánchez Cela el origen de la corteza terrestre se debe al cambio de fase de ciertos minerales silicatados que en profundidad poseen estructuras cristalinas densas y que en la base de la corteza experimentan una reestructuración transformándose en estructuras cristalinas con menor empaquetamiento atómico y por ende menor densidad. Este fenómeno produce un aumento del volumen generalizado, aunque heterogéneo, provocando el hinchamiento de la superficie en aquellos lugares donde el cambio de fase fue más intenso. A la vez este “hinchamiento” da lugar a la formación de escudos continentales predominantemente graníticos.
Hay varios minerales silicatados densos que han sido identificados y que probablemente constituyan la base petrológica del manto superior. Ejemplos de ello son la coesita y stishovita (SiO2) y las holanditas (constituidas por silicatos de aluminio, sodio y potasio de mayor densidad).
Los minerales de menor densidad que se fueron desarrollando a partir de ellos y como resultado del cambio de fase fueron los cuarzos y los feldespatos. Esta neoformación condujo a la formación de rocas graníticas que constituyen el fundamento rocoso de los continentes y el elemento estructural básico de la corteza terrestre. ´
Estos cambios de fase dieron lugar a un aumento de volumen generalizado en la capa planetaria externa (que llamamos corteza).
Si extendemos esta hipótesis a niveles más profundos y asumimos que estos cambios de fase se repiten en los niveles inferiores del manto e incluso en el núcleo podríamos concluir el proceso de aumento de volumen se reiteraría en cada uno de dichos niveles.
Estos cambios de fases producirían expansión en las sucesivas capas inferiores que sumados pudieron generar un aumento gradual y significativo de volumen terrestre a lo largo de las eras geológicas.
Estos procesos tenderían a confirmar la hipótesis de la expansión planetaria de S.W.Carey y J. Maxlow, quienes descartan los elementos principales de la teoría de la tectónica de placas y asumen que las disyunciones continentales y la formación de suelos oceánicos se debe a la expansión planetaria y no a movimientos horizontales o tangenciales de las placas.
Por su parte, de acuerdo a Sánchez Cela, los basaltos oceánicos se formarían por digestión de calizas y margas en los magmas graníticos subyacentes. Este fenómeno se produciría en los niveles inferiores de las cuencas sedimentarias oceánicas. Los conceptos expresados anteriormente están en discrepancia con la teoría de la tectónica de placas que sostiene que el diámetro terrestre ha aumentado gradualmente sin que haya habido subducción (sumersión de algunas placas por debajo de otras).
Complementamos estas teorías con la hipótesis sobre la génesis abiótica de los hidrocarburos desarrollada por el astrofísico austríaco Thomas Gold. De acuerdo a este autor las condiciones del manto superior (profundidades de 100 a 300 km) permiten que se formen hidrocarburos por combinación del hidrógeno con el carbono. El principal compuesto originado de esa forma es el metano (CH4).
Las tensiones provocadas por la expansión cortical debido a los cambios de fase (señalados por Sánchez Cela) generan fracturas que permiten el ascenso de los hidrocarburos formados en el manto superior hacia la corteza inferior y eventualmente a la superficie.
Por oxidación de los hidrocarburos ascendentes, que Gold considera ser predominantemente bacteriana se formarían hidrocarburos más pesados (con proporciones mayores C/H) que emergerían en las áreas fracturadas y que localmente se acumularían en las trampas estratigráficas existentes (generalmente de naturaleza sedimentaria). En la práctica, estas trampas dan lugar a la formación de yacimientos petrolíferos y de gas natural. Los volúmenes involucrados por estos procesos a nivel planetario serían de gran magnitud y de ello es posible deducir que las reservas reales de hidrocarburos son considerablemente mayores de lo que se estima habitualmente.
Por otra parte, el conjunto de estas hipótesis geofísicas y petrológicas se complementa con una concepción que sostiene que la densidad atmosférica terrestre habría sido muy superior a la actual en tiempos mesozoicos (aproximadamente 300 a 100 millones de años) y anteriores. Una mayor densidad atmosférica habría permitido la evolución de animales terrestres voladores y de gran tamaño, como fueron los dinosaurios gigantes y voladores y los grandes insectos del mesozoico temprano.
Una atmósfera mucho más rica en CO2 habría tenido mayor densidad que la actual (que es del orden de 1.2 kg por metro cúbico). Se pùede pensar en densidades 5 a 10 veces mayor lo cual permitería compensar la acción de la gravedad en parte y facilitar el desarrollo de animales y árboles de gran tamaño. 
En la medida que se instaló una vegetación de cierta densidad tanto marina como continental el CO2 comenzó a ser inmovilizado bajo la forma de carbonatos que se acumularon bajo la forma de calizas en cuencas epicontinentales. Estas cuencas se pueden observar en la actualidad en la mayor parte de las franjas oceánicas contiguas a los continentes, tanto de plataforma, como de talud o abisales.
Al disminuir el CO2 la densidad atmósférica se habría reducido sensiblemente y estos grandes animales (megasaurios) no pudieron mantener su vigencia ecológica y se fueron extinguiendo gradualmente (o tal vez rápidamente cuando se llegó a una densidad menor en la cual su tamaño se volvió desventajoso). Ello haría innecesario acudir a un evento catastrófico de tipo extraterrestre como se suele señalar (un asteroide o bólido impactando el planeta). Estos últimos eventos fueron mucho más numerosos de lo que habitualmente se cree y si bien sus rastros geològicos no son fàciles de desentrañar (debido a los procesos erosivos y tectónicos) ocurrieron con cierta frecuencia en el tiempo. Tal vez un bólido de más de 100 metros cada millón de años. En la mayor parte de los casos su efecto no habría pasado de ser local o regional, y no es muy creible que alguno de ellos fuera responsable de la extinción de un grupo de vertebrados (dinosaurios) de alta diversidad.  
Como se ve, en este complejo teórico se replantean muchas de las teorías (a veces sostenidas a modo de dogmas) que hay sobre la evolución de la Tierra tanto en las profundidades del manto y del núcleo, como en la corteza y en las coberturas hídricas y gaseosas que la envuelve.
El resultado es  una visión integrada y coherente de la  historia planetaria que estamos presentando para la discusión tanto teórica como práctica.
En los próximos artículos iremos desarrollando los diversos aspectos y elementos que integran esta teoría general.

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