jueves, 10 de mayo de 2018


Fragmento de la novela histórica "De todas partes vienen"

La llegada a extrañas tierras

El viaje fue tranquilo y rápido. Ninguna tormenta fuera de lo común, apenas unas marejadas de corta duración
Algunos cautivos se enfermaron y hubo una decena que murieron y fueron arrojados por la borda como solía ocurrir. 
Por lo demás no hubo mayores problemas. Al fin del trayecto el buque estaría llegando la Bahía de Guanabara en la costa brasileña con más de 150 prisioneros africanos que serían vendidos en el mercado local.
A fines del siglo XVIII la ciudad de Río de Janeiro era una urbe con numerosa población y un dinamismo extraordinario. Era la capital del vasto imperio portugués del Brasil que se extendía desde el río Amazonas hasta muy cerca del río de la Plata. 
La diversidad cultural y étnica era muy grande. La mayor parte de la población tenía origen tupí más o menos mestizado. En los barrios cariocas se hablaba principalmente la lingua geral que era un dialecto local derivado del tupinambá del sur. Pero también se escuchaban diálogos en idiomas africanos: congo, kimbundo, ovimbundo y yoruba
Por supuesto, el idioma oficial del Imperio era el portugués y, a pesar que la población en general no lo hablaba fluidamente, todos los trámites burocráticos y administrativos debían realizarse en ese lenguaje. 
Los esclavos eran desembarcados en el Cais do Valongo, principal muelle de entrada de los esclavos provenientes de Africa, situado al norte de la ciudad. Se señala que en el siglo en que estuvo operativo el Cais do Valongo pasaron por allí más de un millón de cautivos rumbo a la esclavitud en Brasil y otras colonias europeas en América.
La nave había atracado en Río de Janeiro pocos días antes de las fiestas de Natal. Las iglesias de la ciudad estaban más concurridas que de costumbre con sus presepios1 pintorescos colmados de figurines de colores, San José, la Virgen, el Niño en su cuna, los animales del establo. Una procesión religiosa recorría la ciudad desde la Plaza de Armas hasta la Iglesia de San António. Las principales familias, sacerdotes y sacristanes competían para crear la mejor escenografía icónica de la ciudad. En los barrios populares con población mestiza y ascendencia africana comenzaban a celebrarse fiestas relacionadas con las creencias aborígenes a las que se habían agregado elementos religiosos provenientes de África. La sociedad carioca se encontraba en pleno proceso de sincretización de las festividades católicas con las visiones espirituales y ceremonias de aborígenes, esclavos y libertos de origen africano.  
El verano en Río de Janeiro era caluroso y húmedo. El final de diciembre es coincidente con el comienzo  de la estación lluviosa. Si bien la radiación solar era más fuerte y las temperaturas tendían a subir,  el efecto de la lluvia impedía que el calor se incrementara demasiado. Las precipitaciones generalmente  acontecían al atardecer pero en ocasiones podían continuar por varios días. Esta situación climática perturbaba la operación de desembarco y albergue de los cargamentos humanos traídos por los buques esclavistas.
Al momento de llegar el São Jorge estalló una lluvia muy intensa que habría de durar tres días sin escampar. Los prisioneros debieron permanecer todo ese tiempo a la intemperie mojándose y recién cuando dejó de llover fueron trasladados a dos grandes barracones en donde ya había más de un centenar de cautivos. Durante ese período se les alimentó precariamente con galletas secas. 
Cansado, hambriento y confundido Lukamba creía estar viviendo un mal sueño. Y sin embargo era real.  Ya iban más de dos meses que había sido hecho prisionero en Bié y desde entonces estaba encadenado sin poder mover libremente sus brazos y sus piernas, ni poder atender sus mínimas necesidades fisiológicas, se había alimentado con poca comida de muy mala calidad y solo había recibido insultos y castigos por parte de sus captores.  Para empeorar la situación había sido trasladado más allà del océano a tierras extranjeras totalmente desconocidas. 
Atrás había quedado su familia, sus amigos, los parajes habituales, en fin, todos los recuerdos de vida desde su niñez. 
Mientras cavilaba estos pensamientos y comprobaba que un rayo de sol matutino afloraba por unas rendijas del cobertizo donde él y sus compañeros de reclusión estaban alojados pudo apreciar que se aproximaban tres guardias. Parecían africanos pero hablaban entre sí un dialecto ininteligible. Se acercaron al grupo de prisioneros con baldes de agua y jabones y comenzaron a lavar los prisioneros uno por uno. 
Al cabo de algunos minutos le tocó el turno a Lukamba que, a pesar de todos los sinsabores parecidos, recibió con placer el líquido que lo liberaba de las costras de mugre y olores que había acumulado en las últimas semanas. 
A medida que fueron completando la operación los hombres permitieron que los cautivos se pusieran de pie, sin quitarles las cadenas, y lentamente los fueron llevando fuera de los barracones en grupos de diez. Una vez en el exterior los comenzaron a subir a una especie de tablado donde quedaban expuestos a la vista de algunas personas que esperaban conversando animadamente.
Lukamba fue obligado a subir al estrado mientras un hombre vociferaba palabras, para él indescifrables, destinadas al público que se había aproximado al lugar en el transcurso de la mañana.
Tal como lo había imaginado, en ese lugar él y sus compañeros de infortunio estaban siendo vendidos como esclavos.
Un hombre pequeño y delgado, que ya había comprado otros cuatro esclavos en el remate, también ofertó por Lukamba quien, al igual que los demás, fue bajado del tablado incorporándose a otros cautivos encadenados que habían sido ubicados al costado del tablado de exposición y venta. 
El contingente estaba formado por cinco varones jóvenes incluyendo a Lukamba.
Mientras esperaban, los prisioneros procuraban comunicarse discretamente a través de sus lenguas comunes o por medio de señas con éxito limitado. Lukamba comenzaba a rearmar su comprensión del mundo desde este nuevo contexto tan diferente. Según pudo enterarse, de acuerdo a las pocas palabras que pudo escuchar, y observando los tatuajes faciales ceremoniales, ninguno pertenecía a la nación ngenguele. Pudo deducir que dos de los presos eran congos, uno era ovambo y el otro ovimbundo-
Luego de una prolongada espera los cautivos fueron conducidos a un sector contiguo al barracón principal donde había varios hombres calentando fierros al rojo en un brasero lleno de carbones candentes. Se escuchaban los gritos de los esclavos que eran marcados con un ferro quente para colocar un carimbo en sus nalgas. Cuando le tocó el turno a Lukamba dos hombres le obligaron a bajarse sus calzones y lo sostuvieron durante la operación. El carimbeiro no tuvo ninguna misericordia. Aplicó su fierro marcador sobre la piel delicada y casi inmediatamente lo retiró dejando una herida profunda. Nunca había Lukamba experimentado un dolor igual, tan insoportable e intenso. Según pudo sentir en ese momento su pesadilla no había terminado. En realidad, recién empezaba.
Se despertó esa mañana pensando en las tareas que le esperaban en el día. La vida para los esclavos que habían sido destinados a las factorías balleneras del sur de Brasil (armaçãos baleeiras) era exigente y sacrificada. Los tripulantes y arponeros de los barcos balleneros debían asumir riesgos permanentes. Los mares en las latitudes de la isla de Santa Catarina eran ásperos y tormentosos, los naufragios eran frecuentes y muchos esclavos morían ahogados. En tierra el trabajo era duro e incesante. El personal de las factorías o armaçoes se ocupaba de carnear los cetáceos, procesar la grasa y cortar leña para los hornos de los ingenios.
A Lukamba, quien había sido bautizado Joazinho por sus compradores, le había tocado la ingrata labor de faenar las ballenas recién capturadas. La tarea consistía en separar la grasa de la piel dura del cetáceo, cortar la carne y extraer los demás órganos para su posterior comercialización o consumo. También, junto con otros esclavos, debía ir a cortar leña en los bosques cercanos para abastecer los hornos de la armação.
Tomado de "De todas partes vienen", D.Antón, Piriguazú Ediciones

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