El chasque de Artigas (2)
Llegando a la Ilha das Cobras
Se acercó a una hospedaria, ató sus caballos a un palenque cercano a la pensión y solicitó hospedaje por esa noche, para poder descansar antes de emprender la etapa final que lo llevaría hasta la bahía de Guanabara. Allí lo esperaban los criollos prisioneros de la Ilha das Cobras.
Algunos días después, el 5 de enero de 1821, Francisco entraba en Río de Janeiro mezclándose con una multitud de gente que iba y venía en todas direcciones. En esa época Río era la capital del extenso Imperio portugués de Brasil donde se concentraban gran parte de las actividades políticas y administrativas del país. Hacia o desde Río confluían o irradiaban productos y personas. En ese sentido un jinete criollo guaraní que además hablaba bien la lingua geral y el portugués, podía pasar desapercibido por sus calles. Por esa razón Francisco de los Santos pudo atravesar la ciudad hasta llegar al destino previsto, la fortaleza militar de la Ilha das Cobras. Le aguardaban allí sin saberlo Juan Antonio Lavalleja, Fernando Otorgués, Manuel Francisco Artigas y otros líderes de la revolución oriental.
Se instaló en una hospedaría frente a la fortaleza, cerca del Monasterio São Bento para establecer los contactos requeridos para hacer llegar los patacones a su destino.
Se acercó al Monasterio y logró hablar con un sacerdote de la orden para ver como podía cumplir su misión. Tuvo un buen recibimiento y finalmente, a través del Abate Miguel Pinto Lima, que era el superior del monasterio, logró acceder al comandante de la fortaleza, el Brigadier Joaquim Freire da Silva. El Abate puso al corriente a Freire da Silva de la misión de Francisco y aceptó recibirlo en su oficina de la Ilha das Cobras.
Al día siguiente fue a la comandancia del fuerte guiado por un marino, que había sido enviado para escoltarlo. Atravesó el puente que conectaba la isla con el continente, cruzó el patio de armas y entró en los corredores del sector principal del edificio de la Brigada Real da Marinha. Allí lo recibió un Capitán de nombre Oliveira, que lo hizo pasar a una habitación espaciosa con un escritorio de caoba y varias sillas de pino brasil y almohadillas de color púrpura. En la pared había colgado un óleo del Emperador Dom Pedro.
Al cabo de unos minutos apareció un hombre de mediana estatura con un uniforme de la marina portuguesa. Francisco se paró en señal de respeto. Ante las preguntas del Brigadier, Francisco explicó el motivo de su viaje: “Vine para entregar una suma de dinero que el General José Artigas envía para los oficiales presos en la isla.”
El Brigadier sonrió y expresó: “Estou maravilhado, vocé fez mais de seiscentas leguas a lombo de cavalo pra vir a Rio de tan longi? E somente pra traser os patacoes aos castelhaos presos? Não tenha medo, eu vou dar o dinheiro aos prisoneiros. Ademais vou le dizer uma coisa que ninguém sabe. Penso que muito pronto os prisoneiros vão ser liberados. Mais o dinheiro e sempre bem-vindo...”
Probablemente el otorgamiento de la libertad de Lavalleja, Otorgués y Manuel Artigas ya estaba decidido a nivel político tal como lo insinuó Freire da Silva.
El Brigadier aprovechó para cumplir las órdenes superiores ya recibidas, y al mismo tiempo obtener una buena suma de dinero para el cuartel o, ¿quien sabe? para él mismo.
De una manera u otra la misión de Francisco de los Santos fue exitosa y el chasque de Artigas emprendió el camino de regreso casi inmediatamente. Cuatro años después, a fines del año 1825, Francisco se incorporó a las fuerzas orientales rebeldes de Juan Antonio Lavalleja, que habrían de lograr a través de la lucha armada la confirmación de la soberanía de la Provincia. Después de la constitución de la República Oriental del Uruguay en 1830, Francisco de los Santos se aquerenció en la Vuelta del Palmar, cerca de la costa de los Castillos en el sector oriental del nuevo estado.
De "Crónicas de la Peripecia Humana", D.Antón, Piriguazú Ediciones
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