jueves, 17 de agosto de 2017

Un fragmento de la novela "De Todas Partes Venen" (D.A., Piriguazú Ed.)

Capítulo 5

Salvador de Luzía había llegado a Montevideo a fines del siglo XVIII, para ser más precisos en diciembre de 1798. En ese entonces tenía once años.
Su madre, esclava descendiente de esclavos, de nombre Luzía, había fallecido en Río de Janeiro cuando él era pequeño.  Cuando ella se enfermó Salvador tenía 4 años y apenas la recordaba. Apenas rememoraba cuando ella le cantaba en la noche antes de dormir. También había quedado grabado en su memoria un día en que ambos habían ido a caminar por los muelles del puerto. Ella le mostraba los barcos anclados en las dársenas portuarias de Río de Janeiro. Recordaba que ella le había dicho que en uno de esos barcos la habían traído desde África cuando era chiquita.  Allí se terminaban las memorias de su madre. Le hubiera gustado acordarse mucho más.     
El amo de Salvador se llamaba Paulo Fontoura da Silva. En Río de Janeiro  era comerciante. Tenía una barraca donde almacenaba “géneros da terra”,   productos comprados en el interior del país y luego exportados a Portugal o a otros países europeos. Gran parte de los cueros provenían del puerto de Río Grande donde el Sr. Fontoura había establecido una sociedad comercial y adonde se trasladaba con frecuencia. 
Precisamente en uno de estos viajes había extendido su itinerario al cercano puerto de Montevideo donde los cueros eran abundantes y más baratos creando una línea comercial de creciente importancia. 
Con el correr de los años y luego de una desavenencia con el socio riograndense, Fontoura decidió trasladarse con su familia a la ciudad de Montevideo en forma permanente. 
Como decíamos anteriormente, el acaudalado comerciante carioca llegó a la ciudad montevideana en el comienzo del verano de 1798. 
Arribó a la ciudad acompañado por su esposa y dos hijos a los que se agregaban los cuatro esclavos que servían en su casa. 
La mujer del Señor Paulo, Tereza, era una señora muy introvertida, rara vez entablaba una conversación. Había quienes pensaban que padecía una depresión crónica. Sus dos hijas, que eran las que habían sobrevivido a la peste (en la que habían muerto dos varones mayores), eran adolescentes. 
Se instaló en la calle San Gabriel (actual calle Rincón) en una hermosa construcción de varias habitaciones y patio interior que además ostentaba una orgullosa torre que permitía avizorar a la distancia los navíos que se acercaban.
Los esclavos, compañeros de vasallaje de Salvador que a la sazón tenía 11 años, eran Manoel y Pedro, dos hombres mayores de unos 40 y 50 años respectivamente, y una mujer de nombre Jacinta, que no parecía tener más de treinta años. El Sr. Fontoura da Silva mostraba un afecto especial por Salvador,  probablemente porque,  según decían algunas habladurías, podría ser su propio hijo.
De todos modos, Salvador, que era idéntico a su difunta madre, tenía rasgos africanos inconfundibles. Decían quienes la conocieron que Luzía era una mujer muy hermosa, y que Salvador era una versión masculina de su progenitora.
Según los cuentos de cocina, Luzía había llegado de Mozambique con su madre en un barco esclavista cuando era una niña. Su madre había sido secuestrada en Maniamba cerca del lago Nyasa y trasladada al puerto de la isla de Mozambique y de allí a la colonia imperial portuguesa de Brasil. Luzía había sido separada de su madre apenas llegadas a Rió de Janeiro. Nunca más había sabido de ella. 
La pequeña permaneció en la capital del Imperio cumpliendo tareas domésticas variadas, lo cual le permitió evitar los trabajos sacrificados de las plantaciones de caña de azúcar a los que se dedicaba la mayor parte de la mano de obra esclava en el Imperio del Brasil. Su trabajo en la casa del Sr. Fontoura consistía en mantener la casa ordenada, cocinar, limpiar y ocuparse de los niños. Se comentaba, aunque nunca fue demostrado, que el Sr. Fontoura, deslumbrado por los atractivos de la joven Luzía, había tenido una relación íntima con su esclava y que de ella había nacido un niño a quien puso de nombre Salvador. En  la casa de Fontoura da Silva, Salvador realizaba tareas hogareñas
varias y algunos mandados en la ciudad. Iba al almacén de ramos generales de Juan Olivera en la esquina de las calles San Gabriel  y San Benito (calles Rincón y Colón actuales) para comprar artículos de cocina y de costura que le encomendaba Jacinta, ayudaba a cargar y descargar los carros con mercadería que llegaban al puerto para el Sr. Fontoura y eran trasladados a una barraca que su patrón tenía en la calle de las Piedras y San Vicente (correspondientes a las actuales calles Piedras y Pérez Castellano).
Salvador tenía una característica que lo diferenciaba de otros muchachos de su edad.  En tiempos en que vivían en Río de Janeiro, su amo lo mandaba a realizar unos trabajos para una señora amiga que le enseñó los rudimentos de la lectura.  Al poco tiempo de recibir sus clases, con apenas 7 u 8 años de edad, Salvador podía leer escritos y un par de años más tarde algunos libros que estaban en la biblioteca del Sr. Paulo Fontoura. En un mundo predominantemente analfabeto , esa capacidad le habría de servir por el resto de su existencia.
La vida en el Montevideo de fines del siglo XVIII era rutinaria y tranquila, en relación con su población de apenas 15,000 habitantes.  (continúa)
De la novela histórica "De todas partes vienen",  Danilo Antón, Piriguazú Ediciones.



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