Danilo Antón
Se sabe que los tejidos vivos emiten constantemente una cierta cantidad de ondas electromagnéticas, generalmente de intensidad muy débil1 . No sabemos con exactitud que parte de la célula realiza esas emisiones, pero, de acuerdo a ciertos indicios,lo más probable es que se trate del propio ADN.
El ADN, que es la molécula orgánica por excelencia, está compuesto por una larguísima cadena helicoidal doble de bases. Una parte pequeña de esta cadena (alrededor de un 3%) contiene información genética que permite replicar células, tejidos y organismos o construir proteinas. El resto, a veces llamado, irrespetuosamente, ADN-”basura”, o “junk DNA”, por algunos geneticistas (según Narby, J., debería llamarse ADN-”misterio” ), está formado por repeticiones cíclicas de secuencias de bases que no parecen tener sentido .
Señala el propio Narby que es probable que estas larguísimas cadenas repetitivas, con una estructura molecular casi cristalina, puedan ser verdaderas antenas de trasmisión y recepción de ondas EM. De acuerdo a esta hipótesis, los tejidos animales y vegetales generarían campos electromagnéticos débiles y complejos que serían modulados continuamente por los billones de moléculas adeénicas próximas. Para ello estas moléculas utilizarían sus segmentos trasmisores- receptores. Con el transcurso del tiempo, los organismos vivos habrían desarrollado este sistema de comunicación para alcanzar una eficacia máxima.
A diferencia de los animales que pueden utilizar métodos de comunicación dinámicos, y que por tanto tienen menos necesidad de otros sistemas comunicativos, los vegetales y otros organismos deben recurrir a sistemas de emisión estáticos. Por ello no es de extrañar que los ecosistemas incluyan un componente electromagnético complejo, proveniente de sus organismos vegetales y animales, que permite optimizar el juego diplomático de las especies que lo constituyen.
Seguramente hay muchas plantas que se han especializado en este tipo de comunicación desarrollando eficaces sistemas de trasmisión de mensajes. Estos estarían destinados tanto a individuos de la misma especie (incluyendo mensajes internos dirigidos a sus propias células) como a los organismos de especies diferentes.
La hipótesis central de nuestro trabajo es que algunos vegetales generan formas de comunicación muy especializadas o de gran fuerza que les permiten trasmitir mensajes complejos a los centros nerviosos de los mamíferos (por ejemplo, a los primates, y en particular a los seres humanos).
Ellos incluyen los mecanismos químicos, cuyo funcionamiento ha sido investigado parcialmente, y probablemente, los métodos electromagnéticos antes mencionados. Tal vez, el efecto que las plantas psicoactivas ejercen sobre nuestro sistema nervioso sea un combinación de ambos tipos de comunicación. Para aprehender el funcionamiento holístico de la conciencia será necesario aproximarse al tema con mucho desprejuicio y apertura mental.
Las plantas y el lenguaje
Los individuos o comunidades que consumían el hongo lograban una mejor comunicación a través del lenguaje. Aquellos o aquellas que no lo hacían se encontraban en franca desventaja. De a poco las poblaciones consumidoras, que a su vez eran los grupos más aptos para el lenguaje simbólico, lograron una predominancia sobre las no consumidoras.
Henry Munn argumentó en ese sentido en su trabajo “Los hongos del lenguaje”. Sostiene Munn:
“El lenguaje es una actividad extásica de significación. Intoxicado por los hongos, la fluidez, la facilidad, las expresiones apropiadas que uno puede desarrollar son tales, que uno se assombra por las palabras que emergen del contacto entre la intención de articulación con la materia de la experiencia. La espontaneidad que liberan los hongos no es solo de percepción, sino lingüística. Para el shaman, es como si la existencia misma estuviera expresándose a través de él..”
La amanita muscaria, un conocido hongo que crece en los bosques templados y fríos de Eurasia también provoca reacciones de intensa actividad y locuacidad.
La ingestión de ayahuasca (infusión de la planta amazónica Banisteriopsis caapi) produce un significante aumento de la acuidad sensorial, visual, auditiva y olfativa.
Tanto la ayahuasca como el teonanacatl y la amanita muscaria se adaptan muy bien a la fisiología humana, son relativamente inocuos y no producen adicción. En ambos casos el impacto en la psicoactividad es muy intenso, pero sus efectos secundarios son escasos y poco duraderos.
Existen numerosas especies vegetales con propiedades sicoactivas parecidas a la ayahuasca, a la amanita muscaria o al teonanacatl. Su influencia varía de acuerdo a las especies, las variedades, e incluso el lugar donde crecen. Algunas de estas plantas han sido utilizadas como fuente de conocimiento por miles de generaciones. Es probablemente a través de ellas que llegan a la conciencia individual y social ideas o información que vienen siendo procesadas y compartidas por las comunidades humanas desde tiempos muy antiguos.
Muchas sociedades tradicionales centraron sus actividades en la ingestión o utilización de estas sustancias. Esta consideración especial llevó a que se las considerara sagradas y que su uso o consumo constituyera una parte esencial de los sistemas religiosos y espirituales. Siguiendo la terminología utilizada por Jacques Mabbit, las denominamos “Plantas Maestras”.
De "Pueblos, Drogas y Serpientes", Danilo Antón, Piriguazú Ediciones
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