Teotihuacan y el Árbol de la Vida
El ololiuhqui o
coatl-xoxouhqui (Turbina corymbosa) también llamado “semillas de la Virgen” es una
enredadera con flores acampanadas, que crece en los valles de México Central.
Desde tiempos muy antiguos los pueblos nativos molían y
humedecían sus
semillas para obtener un preparado con propiedades visionarias.
El nombre ololiuhqui,
que en nahuatl quiere decir “cosa redonda”, se deriva seguramente de la
forma de la raíz. La denominación coatl-xoxouhqui, “serpiente
verde”, está probablemente
relacionada tanto con las visiones serpentinas que
provoca, como con la
configuración de los órganos aéreos de la planta. Los principios activos
más importantes del ololiuqui son una amida y una
hidroxietilamida del
ácido lisérgico, emparentadas con los alcaloides del cornezuelo o ergot.
El consumo del ololiuhqui parece haber sido un elemento
esencial en la evolución de los sistemas religiosos y espirituales del México
aborigen. Si bien las referencias
son relativamente escasas, y las evidencias indirectas, se
considera que el rol de esta planta en las sociedades nativas
mesoamericanas fue fundamental.
Sabemos que la cultura teotihuacana, que floreció en los
primeros siglos de la era común, le atribuía una gran importancia.
Las pinturas de Teotihuacán revelan versiones gráficas simbólicas
de la enredadera. En una de ellas se aprecia una deidad central
ubicada en la raíz de la planta de donde se elevan los tallos serpenteantes, que
culminan en las flores en forma de campana características del ololiuhqui. De
éstas se derraman gran cantidad de semillas que caen en forma de “lluvia” para ser
utilizadas por dos sacerdotes que se ubican en ambos flancos de la imagen.
No sabemos quiénes eran los pueblos que habitaban el valle de
México en los tiempos del apogeo de la cultura teotihuacana.
El principal testimonio arqueológico constituido por las
pirámides y restos de otros edificios de Teotihuacán ha sido insuficiente,
hasta ahora, para reconstruir cabalmente el funcionamiento espiritual de estas antiguas
sociedades. Ni siquiera se sabe su nombre original o la composición étnica
de su población (López Luján, 20001 ).
Reivindicando los pueblos otomianos
Debido a su peso demográfico en el México Central es posible
que los pueblos que construyeron las pirámides y habitaron Teotihuacan hayan
sido naciones de raíz otomiana, y que su caída política pudo haberse debido
al advenimiento de sucesivas invasiones de naciones nahuas provenientes del
norte. Estas últimas ocuparon los sitios más productivos de los valles centrales,
desde Tula (en el período habitualmente llamado “Tolteca”) a
México-Tenochtitlán, ya en la época de dominio azteca.
Por razones que aún no comprendemos, el rol político de los
otomianos, clara mayoría étnica en las tierras altas mexicanas durante mucho
tiempo (e incluso en la actualidad), ha sido descartado sin mayor argumentación
de la historia regional.
El prejuicio anti-otomí que se observa en muchos autores se
extiende todavía hoy a buena parte de la sociedad criolla. .
Un ejemplo de ello la dio el propio Fernando Benítez,
prestigioso historiador indigenista mexicano. En su obra Los Indios de México3 , al
referirse a los otomíes, Benítez expresa:
“El mismo otomí es extraño e inquietante. Extraño, porque
desde épocas muy remotas siempre ha vivido en los lugares más
inhospitalarios formando un grupo homogéneo, e inquietante, porque perteneciendo a
las altas culturas, nunca edificó ciudades ni llevó una existencia urbana.
Tal vez fue el habitante más antiguo del centro de México.
Asistió de algún modo al esplendor y caída de Teotihuacán, de Tula y del
imperio mexicano.
Testigo de ilustres civilizaciones, esclavo de los
victoriosos, incluidos los españoles, sobrevivió aferrado a su lengua, a sus caracteres étnicos y
a su desierto.Todavía en la actualidad constituye uno de los grupos
indígenas más numerosos de Mëxico.”
No se le planteó a Benítez la idea de que precisamente los
otomíes pudieron haber sido los verdaderos y auténticos pueblos originarios
del Alto México,
plantadores de maíz, descubridores del pulque y del
ololiuhqui, en fin, los constructores de Teotihuacán.
Es difícil de otro modo explicar su fuerza demográfica y
persistencia cultural en los valles centrales de México, Toluca y Tula, entre
otros.
La discriminación que experimentan en la actualidad los
otomíes y otros pueblos relacionados, como los mazahuas y mazatlincas, es
tal vez el relicto de las derrotas históricas que estas naciones sufrieron a
manos de los nahuas primero, y luego de los españoles.
Aún así, a pesar de su marginación prolongada, la población
que se identifica como otomí u otomiana es de varios cientos de miles de
habitantes, y tal vez todavía hay varios cientos de miles de personas que
hablan alguna de las lenguas del tronco, a lo largo de los estados centrales
mexicanos (Estados de México, Puebla, Veracruz, Michoacán, Guerrero, Oaxaca y
Querétaro, entre otros).
Entre ellos, como entre los pueblos nahuas del México
Central, sobrevive aún hoy la antigua tradición espiritual de la preparación y
consumo de la antigua enredadera de la serpiente: el ololiuhqui.
Reproducido de "Pueblos, Drogas y Serpientes" de Danilo Antón, Piriguazú Ediciones
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