viernes, 16 de noviembre de 2018


Mapu: una nación nativa destruida por los estados criollos de Argentina y Chile

La Confederación de Salinas Grandes era un verdadero estado, desde su toldería capital, Kalfukurá dirigía los asuntos de la gran nación puelche multi-étnica. En las extensas llanuras y en las sierras vivían varias decenas de miles de personas, pastando su ganado, labrando la
tierra o cazando guanacos y ñandúes, comerciando, y llevando una existencia pacífica y próspera. Había comunidades mapuches, pehuenches, ranquelches, tehuelches, voroganos e incluso algunos winka que habían preferido el mundo de la toldería a la sociedad impostada y falsa de las ciudades criollas.
Era el caso de Manuel Baigorria, antiguo coronel del ejército de José María Paz, que se había ido a vivir entre los ranqueles. Baigorria, que era aliado de Kalfukurá, llegó a ser un importante lonco ranquel, que indignado por las agresiones de los cristianos, atacó la propia ciudad de Córdoba y el oeste de Buenos Aires.
Veinte años después de la caída de Rosas, en 1872, ya constituida la República Argentina, y en pleno período sarmientino, se produjo el temido malón de los winkas que en la historia oficial se conoce como la batalla de San Carlos, y que al poco tiempo, habría de terminar con la muerte del anciano toqui de las pampas.
Su hijo, Namunkurá, continuaría la resistencia por varios años más.
Las autoridades centrales, representadas por el nuevo presidente Nicolás Avellaneda y sus Ministros de Guerra Adolfo Alsina y Julio Argentino Roca, y la presión inglesa para la colonización y extensión de las vías férreas, llevó a planificar una estrategia de destrucción y ocupación del país confederado.
En 1876, Alsina ordenó el avance de cinco divisiones sobre la “Tierra Adentro” estableciendo una línea de pueblos) y fortines (Carhué, Guaminí, Puán, Trenque-Lauquen e Ita-ló), y una zanja de 374 km de largo entre Carhué y Laguna del Monte.
En 1877 y 1878 las comunidades indígenas estaban debilitadas por el hambre y la continua agresión de las fuerzas armadas de los winkas.
Fue en ese momento que se produjo la estocada final. El ejército encabezado por Julio Argentino Roca, cada vez más numeroso, y ahora armado con el poderoso fusil Remington, descargó toda su fuerza contra las naciones del sur. La campaña, que duró algo más de un año, permitió derrotar completamente a los pueblos confederados y ocupar
su tierra en forma permanente.
De acuerdo con la Memoria del Departamento de Guerra y Marina de 1879, los resultados de la campaña fueron los siguientes:
“5 caciques principales prisioneros, 1 cacique principal muerto (Baigorrita), 1.271 indios de lanza prisioneros, 1.313 indios de lanza muertos, 10.513 indios de chusma prisioneros, 1.049 indios reducidos
En 1882 una nueva campaña lograba expandir la frontera a todo Neuquén, 364 indígenas habían sido muertos y más de 1700 hechos prisioneros.
El 5 de mayo de 1883 el General Villegas informaba: “En el territorio comprendido entre los ríos Neuquén, Limay, Cordillera de los Andes y Lago Nahuel Huapi; no ha quedado un solo indio, todos han sido arrojados a occidente... Al sur del río Limay, queda del salvaje los restos de la tribu del Cacique Sayhueque, huyendo, pobre, miserable y sin prestigio”.
En 1884 el general Wintter decidió aniquilar a Sayhueque e Inacayal.
Hambriento y agotado, Namuncurá ya se había visto obligado a rendirse con 330 guerreros.
Los últimos loncos del Puelmapu, reunidos en asamblea, intentaron organizar una defensa desesperada con el compromiso de pelear hasta morir.
En una situación de arrinconamiento insostenible, Sayhueque se entregó el 1º de enero de 1885 con más de 3000 hombres.
Algunos loncos continuaron la lucha.Un gran número de guerreros murieron en combate y los restantes enfrentaron a los invasores en una última batalla el 18 de octubre de 1884.
Hubieron más muertos y los dos loncos sobrevivientes, Inacayal y Foyel cayeron prisioneros.
En 1886, ambos jefes fueron llevados, junto con los restos de sus familias a vivir al Museo de la Plata donde se expusieron al público curioso como piezas cautivas de la “civilización” triunfante.
Cuando murió Calfucurá en 1873 sus amigos juntos, llenos de temor, abrieron su cuerpo. Hallaron dos corazones que seguían latiendo alegremente, que no podían morir y que seguramente laten debajo de la tierra, llenos de vida y fuerzas eternas y que, tal vez por eso, la tierra tiembla a veces...los corazones siguen latiendo bajo la tierra para volver en ayuda de los araucanos, a conducirnos a la victoria final” (Tradiciones araucanas, Instituto de Filología, Facultad de Humanidades, UNLP, 1962, p 239)

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