La niña nació en 1919 en un antiguo pueblo pampa que se llama Los Toldos. Una vieja tehuelche fue su partera.
Hay quienes pensamos que en ese momento el espíritu de una
china antigua se le subió encima, y no la dejó por el resto de su vida.
Claro que nadie se dio cuenta.
Todos creen que ella era simplemente la quinta hija de
Juana Ibaguren.
Que por casualidad conoció a Agustín Magaldi y al Coronel
Anibal Imbert, entonces Ministro de Comunicaciones, y más tarde al Coronel Juan Domingo Perón.
Allí estaba ella.
Hermosa como siempre. Pálida como se debe estar luego de 22 años de estar muerta. En la tumba de aquel cementerio de Milán decía “María Maggi”.
Hermosa como siempre. Pálida como se debe estar luego de 22 años de estar muerta. En la tumba de aquel cementerio de Milán decía “María Maggi”.
Pero era ella. Evita.
Había sido embalsamada por el patólogo español Pedro Adra y
donde permaneció clandestinamente durante más de dos décadas.
Ahora el cadáver reaparecía en Italia y era trasladado a
España, para luego volver a su tierra natal.
La realidad era otra. Aunque su cuerpo andaba viajando por
el mundo, Evita nunca se fue de la Argentina.
Había estado presente cada minuto de todos esos 22 años, y
aún más, en la memoria de mucha gente
humilde de los barrios obreros, en las villas, en donde la gente necesitase un
consuelo para sobrellevar o protestar una vida de frustraciones y de ausencias.
La niña de Los Toldos no había muerto del todo en el corazón de su gente.
Del libro "Los fantasmas de la memoria", D.Anton. Piriguazú Ediciones.
Del libro "Los fantasmas de la memoria", D.Anton. Piriguazú Ediciones.
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