El
prohicionismo perdió la guerra
Hace
mucho tiempo que el prohibicionismo de las sustancias psicoactivas ha
demostrado que solo produce violencia y muerte. La legalización de las
sustancias psicoactivas es la única forma de minimizar los perjuicios.
Uruguay
ha dado un tímido paso con la legalización de cannabis marcando una tendencia.
Canadá está legalizando cannabis en los próximos meses. Ahora sería el nuevo
gobierno mexicano que inicia un proceso para terminar con el nefasto
prohibicionismo.
La
lucha contra la represión absurda que genera violencia y mantiene millones de
personas en las prisiones a nivel mundial está tomando fuerza. Esperemos que
esto sea el comienzao de una liberalización del consumo y a la búsqueda libre
de estados de conciencia sin daños ni represión.
Los demonios de la sociedad industrial terminan acabando con sus propios inventores.
El tráfico y el consumo de sustancias ilícitas se
han extendido como reguero de pólvora por todo el mundo industrializado. No hay
rincón en los países llamados “ricos” que esté libre de este mal.
De poco sirven los esfuerzos policiales
internacionales, la imaginación de los consumidores, traficantes y productores
parece estar siempre un paso adelante de los esfuerzos represivos de las
autoridades. A medida que la represión se profundiza, al mismo
tiempo se incrementa el precio de la “droga” al consumidor, aumentando
los incentivos económicos para producirla y traficarla.
La represión del consumo es muy difícil, tal vez
imposible. Los consumidores potenciales son muchos. Todos los individuos que
componen la sociedad pueden, en un contexto favorable, transformarse en adictos
a las drogas. Ello sucede aún en el seno de las fuerzas represivas propiamente
dichas, entre los políticos que toman decisiones o formulan políticas en este
campo, o sus familiares.
En una sociedad que privilegia los valores
hedonistas, el último escape sensual son las drogas sicoactivas. Los ricos
tienen el dinero con qué comprarlas.
Aunque las drogas sean caras, siempre aparecerán
personas con los recursos necesarios dispuestas a pagar sumas exorbitantes para
procurárselas. Los pobres no tienen el dinero para obtener la “mercancía” de
forma lícita. Por esa razón se ven impulsados a procurársela por otros medios.
La represión del consumo de drogas fomenta la delincuencia.
Los traficantes, que se ven obligados a
enfrentarse a los poderes de los
estados, deben crear sus propios aparatos para
contrarrestar la acción represiva.
Aparecen organizaciones delictivas multifacéticas
e internacionales, ejércitos privados. El dinero de la droga inunda y
“contamina” todos los campos de la economía y sectores de la sociedad.
Políticos, profesionales, militares y empresarios
están implicados en este
tráfico. Favorecido por la globalización, el lavado del
dinero producido por las
drogas ha pasado a ser un elemento importante en
la economía mundial. No
hay voluntad política ni interés a nivel de las
instituciones financieras para
ejercer ningún tipo de control significativo.
En muchos casos, la supuesta lucha contra las
drogas, contiene un doble
discurso, no existe real disposición para que el
tráfico y el consumo se elimine, usándoselos como excusa para lograr otros
fines políticos, como por ejemplo, reprimir los movimientos sociales,
rebeliones de campesinos, luchas guerrilleras de origen popular, etc.
Los productores, en cambio, son agricultores de
países pobres que han
encontrado en la producción agrícola de las
plantas prohibidas una fuente de ingreso que no pueden lograr con otro tipo de
cultivos.
Estos campesinos son muy vulnerables a la
represión. En general, no están
organizados para enfrentar las fuerzas policiales
y militares, y son fácil víctima de las operaciones represivas, de la quema y
confiscación de cultivos, del envenenamiento con desfoliantes, del arresto,
maltrato y matanzas de las fuerzas represivas al servicio de los gobiernos e
intereses económicos internacionales.
Desde hace tiempo las autoridades globales están
dedicadas a luchar contra
los campesinos más pobres en algunas de las
regiones más aisladas o desvalidas del mundo.
Para ello utilizan todos los recursos, políticos,
económicos y militares.
En esta lucha desigual son los pobres quienes
pagan el precio más costoso.
Los traficantes disponen de bases de operación y
escondites, de aviones, helicópteros y mucho dinero. Los campesinos
productores, en cambio, no pueden escapar, su único recurso es la tierra y la
voluntad de cultivarla. Debido a su vulnerabilidad están sometidos a la
arbitrariedad y al atropello. Los gobiernos dependientes y corruptos, azuzados
por la presión imperial y transnacional, se dedican a combatir a sus propios
ciudadanos sin ofrecer alternativas viables.
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