Capítulo 1 del libro "Pueblos, Drogas y Serpientes", de D.A., Piriguazú Ediciones
Se cierran los ojos y se
encienden cientos de diseños curvilíneos, elongadas serpientes de múltiples
colores. Figuras enroscadas y tonalidades llamativas se suceden. El tiempo
transcurre muy lentamente.
La mente se ha iluminado
y sus componentes destellan expresando mensajes cuyos contenidos y sentidos
parecen querer descifrar los misterios de la conciencia.
Algunas curvas se
organizan asumiendo una forma serpentina mayor, que observada con más atención
resulta ser un par idéntico y complementario enroscado alrededor de sí mismo.
La gran serpiente habla.
Dice cosas. Conceptos
sabios, que se sienten antiguos como el mundo.
Nos trae a una nueva
realidad.
Reduce el ego a su
expresión más minúscula.
La ansiedad se calma.
Es la purificación.
Abrimos los ojos.
El cielo está tachonado
de estrellas.
Hay muchos puntos
luminosos. Muchos más de los que acostumbramos
observar habitualmente.
Se escuchan sonidos
lejanos de ranas y de insectos.
El perfume de la noche
nos invade hasta lo más profundo.
Luego el sueño.
Dormimos profundamente y
al otro día despertamos diferentes.
En la noche de ensueños
hemos ganado en humildad y sabiduría.
La escena se ha repetido
una y otra vez, por miles de generaciones.
Los hongos sagrados
recolectados con la luna llena, luego de las primeras
lluvias, en la primavera,
fueron el alimento ritual que por largo tiempo nutrió
la antigua ceremonia.
Las mujeres y hombres
santos emprendieron viajes al mundo de las verdades para llamar a los
espíritus, bajo la forma de aves coloridas que traen belleza y sanación.
Los cantos y danzas se
suceden toda la noche.
Al amanecer todos
duermen.
Las sonajas, flautas y
tambores están callados.
A medida que sale el sol
se aproxima una enorme bandada de aves multicolores, que cubren el cielo y
entonan gorjeos inverosímiles.
Las plegarias de la noche
las han traido.
El nuevo día será
armónico y próspero.
Habrá paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario