Cazadores de Brujas
"Si el gobierno hubiera de recetarnos nuestras
medicinas
y nuestra dieta, nuestros cuerpos se hallarían en un
estado
tan calamitoso como nuestras almas, tras tantos siglos
de
censura.» Thomas Jefferson"
Desde los primeros tiempos en que se impusieron las
sociedades dominadoras, hace seis o siete milenios, los detentadores del poder
decidieron perseguir a todos aquellos que por sus pensamientos, actitudes o
actividades podían amenazar las bases culturales y políticas de su dominio.
Los principales objetivos de las campañas
persecutorias fueron aquellas personas o comunidades que mantenían vivas las
prácticas de ingestión ceremonial de las plantas y sustancias que promovían
estados modificados de conciencia.
Con esa óptica autoritaria cualquier vegetal o
medicina podía ser considerado indeseable. En diferentes épocas, varias
costumbres o usos fueron perseguidos bajo diversas acusaciones o excusas.
En Grecia hubieron varios períodos y lugares en que se
ilegalizaron las prácticas del éxtasis. Esta situación aparece bien explicitada
en la tragedia Bacantes de Eurípides. En ella se cuenta la historia de un rey
de Tebas, Penteo, que decidió perseguir los cultos dionisíacos del vino. De
acuerdo a Eurípides, la política de hostigamiento logró un resultado opuesto al
buscado. La mayor parte de las tebanas de sociedad dejaron de lado sus deberes
familiares y cívicos y se lanzaron a los bosques a vivir una existencia disipada,
con serpientes enroscadas que lamían sus mejillas, y dándole de mamar a cabras
monteses o lobeznos salvajes.
Los ancianos de Tebas, Cadmo y Tiresias, propusieron
reconocer en ese Dios-Planta un elemento esencial de la naturaleza humana. Sin
embargo, Penteo no les hizo caso, y en nombre de la salud y el decoro público,
decidió prohibir las ceremonias, prometiendo «cazar» a las transgresoras en los
montes y encerrarlas en redes de hierro para que dejasen esas criminales
«orgías». Al joven extranjero, supuesto encantador de mujeres que las incitaba
al vicio amenazó con cortarle la cabeza
«Dicen que ha llegado un extranjero, un encantador que
lleva en sus ojos las oscuras gracias de Afrodita y pasa los días y las
noches brindando fiestas báquicas a las jóvenes. Si llego a tenerle en esta
casa le separaré el cuello del tronco. ¿No merece todo esto terrible horca, y
enfurecerse con toda furia, sea quien sea el extranjero?»
Eurípides ironiza acerca de este «extranjero» capaz de
tales poderes de convicción, un extraño «afeminado» que posee un increíble magnetismo sexual que atrae las
mujeres, y se pregunta como es posible «encarcelar» un vegetal que crece libre
en los campos, «fruto renovado de la Madre Tierra».
En Roma las fiestas dionisíacas (llamadas "bacanales") tuvieron gran auge en
los siglos III y II antes de la era común. Al fin, en el año 186 a.e.c. el
Senado romano las prohibió en toda Italia3, los practicantes, muchos de ellos
mujeres, fueron perseguidos y encarcelados.
Fue supuestamente en ese momento que los cónsules que
propusieron la medida vinieron a «enterarse» de esa «plaga moral» que había
invadido la península,
los misterios orgiásticos nocturnos. Los acusados eran
condenados ipso facto. Se instalaron piquetes armados en varios puntos y en las
puertas de la ciudad. Por primera vez, Roma cerraba las puertas, no para
controlar la entrada, sino para impedir que la gente saliera. Se fueron
acumulando prisioneros en las mazmorras.
En la ciudad cundió el pánico, la gente trataba de
escapar, muchos cometieron suicidio. Al fin de cuentas fueron ejecutadas al
cuchillo o la crucifixión unas siete mil personas (5% de la población de la
urbe).
Los varios sistemas religiosos mistéricos
greco-latinos y orientales antiguos fueron una forma de rebelión contra el
autoritarismo imperial, que imponía por fuerza su religión en todos los
territorios conquistados. Además de los rituales dionisíacos o báquicos antes
mencionados, se desarrollaron los ceremoniales órficos, de gran influencia en
la génesis de las primeras comunidades cristianas,
los cultos a Isis (de origen egipcio), los de Mitra
(provenientes de Persia) y los Misterios de Attis (cultos de la Gran Madre,
originarios de Frigia).
En varios momentos históricos estos movimientos
religiosos fueron ilegalizadosy censurados. Finalmente, fue precisamente uno de
ellos, el cristianismo, que habría de imponerse en la propia ciudad de Roma,
dando lugar a la disgregación del imperio.
El cristianismo triunfante, otrora perseguido, pasó a
ocupar el lugar de la autoridad. En tanto que tal, evolucionó gradualmente
hacia modelos intolerantes adoptando actitudes crecientes de arbitrariedad que
llevaron a políticas estatales y eclesiásticas de «caza de brujas» con una
intensidad desconocida hasta ese
momento.
Sobre el fin de la Edad Media europea y durante los
primeros dos siglos de la llamada “Edad Moderna” este proceso se desencadenó
con una virulencia extrema.
La institución que tuvo a su cargo la persecución fue
el llamado Tribunal del Santo Oficio instaurado por el papado en el siglo XV.
Este tribunal, habitualmente llamado “la Inquisición”,
se dedicó a perseguir a las personas que se desviaban de la fe católica, en
particular los judíos, los musulmanes, o simplemente aquellas personas que
todavía llevaban a cabo prácticas
medicinales tradicionales, las “brujas”.
Según Amador de los Ríos, de 1359 a 1525 fueron
ejecutadas en España 36060 personas por judaismo, a 350,000 se le confiscaron
los bienes en ese mismo período, luego de pasar estancias en mazmorras
inquisitoriales.
Entre los siglos XV y XVIII bajo la acusación de
“brujería” fueron muertas alrededor de medio millón de personas, la mayoría
mujeres, En un estudio realizado en el suroeste de Alemania, de 1562 a 1604,
sobre 1258 ejecuciones, 82% eran del sexo femenino, generalmente viejas y
comadronas de estratos humildes
(Midlefort).
El sistema de acusación incluía rutinariamente el uso
de la tortura. Los sistemas eran variados, incluyendo el “trato de cuerda” (en
que el torturado era colgado con un peso atado a los pies y luego soltado para
provocar dislocaciones), la prueba del agua (por la cual se obligaba a tragar
agua al detenido con su espalda apoyada sobre una barra transversal), y la
“prueba del fuego” (se untaban los pies al detenido con materia combustible y
luego se acercaban al fuego).
No se consideraba indicio de inocencia soportar el
suplicio, pues ello podía deberse a “encantamiento diabólico”, y el inculpado
era condenado a pesar de su negativa a confesar.
Las bulas papales habían creado un sistema muy eficaz
de realimentación para la persecución, pues no sólo el acusado debía pagar su
propio alimento mientras pasaba meses o años en el calabozo, sino que la
totalidad de sus bienes pasaba al Santo Oficio, y sus parientes quedaban
sometidos a exacción.
Para justificar este tratamiento de personas aún no
condenadas se decía que no podían ser considerados de la misma manera los
“sospechosos” y las personas intachables.
Los familiares de las “brujas” estaban obligados a
pagar la factura por los servicios de los torturadores y verdugos. Asimismo, la
familia corría con el costode los haces de leña y el banquete que los jueces
daban después de la quema.
Las acusaciones más frecuentes incluían la utilización
de plantas y sustancias psicoactivas (a menudo definidas como «pociones» o
«ungüentos diabólicos”).
Juana de Arco, que fuera quemada en la hoguera en el
siglo XVI, fue acusada de “llevar siempre una mandrágora en su seno”5 .
En tiempos posteriores, el avasallamiento de las
prácticas tradicionales en Europa fue menos evidente. El fortalecimiento de los
movimientos rebeldes que cristalizó en la revolución de las colonias inglesas
de América del Norte en la década de 1770 y, a partir de 1789, en Francia,
obstruyó la persecución de
curanderos y médicos tradicionales.
Tanto en Europa como en las sociedades criollas
americanas, la “caza de brujas” se desvió a la persecución de los
revolucionarios que propugnaban subvertir los sistemas absolutistas.
A medida que los movimientos de resistencia ideológica
y utopistas se multiplicaban en los países centrales, y en algunas de sus
principales colonias, las elites económicas y políticas de éstos, continuaban
trasladando sus impulsos expansivos al resto del mundo. Así se fueron generando
extensos imperios que abarcaban casi todo el orbe conocido. Gradualmente fueron
cayendo en manos de las potencias europeas extensos territorios en Africa, Asia
y Oceanía. (continúa)
Del libro "Pueblos, Drogas y Serpientes", Danilo Antón, Piriguazú Ediciones
Del libro "Pueblos, Drogas y Serpientes", Danilo Antón, Piriguazú Ediciones
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