Fragmento de la novela histórica "De todas partes vienen"
Lukamba fue obligado a subir al estrado mientras un hombre vociferaba palabras, para él indescifrables, destinadas al público que se había aproximado al lugar en el transcurso de la mañana.
Tal como lo había imaginado, en ese lugar él y sus compañeros de infortunio estaban siendo vendidos como esclavos.
Un hombre pequeño y delgado, que ya había comprado otros cuatro esclavos en el remate, también ofertó por Lukamba quien, al igual que los demás, fue bajado del tablado incorporándose a otros cautivos encadenados que habían sido ubicados al costado del tablado de exposición y venta.
El contingente estaba formado por cinco varones jóvenes incluyendo a Lukamba.
Mientras esperaban, los prisioneros procuraban comunicarse discretamente a través de sus lenguas comunes o por medio de señas con éxito limitado. Lukamba comenzaba a rearmar su comprensión del mundo desde este nuevo contexto tan diferente. Según pudo enterarse, de acuerdo a las pocas palabras que pudo escuchar, y observando los tatuajes faciales ceremoniales, ninguno pertenecía a la nación ngenguele. Pudo deducir que dos de los presos eran congos, uno era ovambo y el otro ovimbundo-
Luego de una prolongada espera los cautivos fueron conducidos a un sector contiguo al barracón principal donde había varios hombres calentando fierros al rojo en un brasero lleno de carbones candentes. Se escuchaban los gritos de los esclavos que eran marcados con un ferro quente para colocar un carimbo en sus nalgas. Cuando le tocó el turno a Lukamba dos hombres le obligaron a bajarse sus calzones y lo sostuvieron durante la operación. El carimbeiro no tuvo ninguna misericordia. Aplicó su fierro marcador sobre la piel delicada y casi inmediatamente lo retiró dejando una herida profunda. Nunca había Lukamba experimentado un dolor igual, tan insoportable e intenso. Según pudo sentir en ese momento su pesadilla no había terminado. En realidad, recién empezaba.
Se despertó esa mañana pensando en las tareas que le esperaban en el día. La vida para los esclavos que habían sido destinados a las factorías balleneras del sur de Brasil (armaçãos baleeiras) era exigente y sacrificada. Los tripulantes y arponeros de los barcos balleneros debían asumir riesgos permanentes. Los mares en las latitudes de la isla de Santa Catarina eran ásperos y tormentosos, los naufragios eran frecuentes y muchos esclavos morían ahogados. En tierra el trabajo era duro e incesante. El personal de las factorías o armaçoes se ocupaba de carnear los cetáceos, procesar la grasa y cortar leña para los hornos de los ingenios.
A Lukamba, quien había sido bautizado Joazinho por sus compradores, le había tocado la ingrata labor de faenar las ballenas recién capturadas. La tarea consistía en separar la grasa de la piel dura del cetáceo, cortar la carne y extraer los demás órganos para su posterior comercialización o consumo. También, junto con otros esclavos, debía ir a cortar leña en los bosques cercanos para abastecer los hornos de la armação.
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