En la mayor
parte de los casos, los conflictos entre individuos de una misma o diferentes
especies de un ecosistema no sirven a nadie. En primer lugar, porque siempre
hay una cuota de incertidumbre acerca del resultado. Y en segundo lugar,
porque todo enfrentamiento implica un
desgaste, un consumo de energía y materia que resulta más eficaz si se aplica en otras funciones o
actividades.
Cuando es
posible evitar un conflicto es mejor hacerlo. Luego de muchos millones de años,
plantas y animales han desarrollado diversos métodos con el fin de reducir a un
mínimo los enfrentamientos. Para ello, desde tiempos muy antiguos, los seres
vivos recurren a la diplomacia. Emiten signos sutiles y complejos en donde
anuncian su presencia a los organismos destinatarios quienes a su vez
retribuyen con señales análogas.
A partir de ese
momento se desencadena un proceso de «negociación» que suele desactivar gran
parte de los conflictos potenciales.
De todas formas,
existen numerosos situaciones en que el «enfrentamiento» resulta inevitable,
una o ambas partes consideran que no tienen alternativa, ya sea por razones
territoriales o meramente fisiológicas. Pero estos casos son una minoría. En la naturaleza, la negociación es la regla.
Las formas de
comunicación
Para negociar
efectivamente, se requieren formas de comunicación apropiadas, señales que puedan ser emitidas y
recibidas por todas las partes involucradas. Los animales, que generalmente se
mueven o trasladan, pueden comunicarse por medio de movimientos o sonidos (emitidos por algunas
de sus partes móviles)1 . Las plantas, al ser relativamente inmóviles2 , tienen
que recurrir a otros métodos.
Una forma de
comunicación frecuente de los vegetales (que comparten con los animales), son
los aromas u olores. Estos son sustancias, normalmente emitidas en pequeñas
cantidades, susceptibles de ser detectadas por otros organismos, que indican la
presencia o el estado de la planta (o el animal) en cuestión.
En algunos casos
las señales provocan una reacción de atracción (por ejemplo, el aroma de las
flores en los insectos polinizadores), y en otros, un comportamiento de rechazo.
Las plantas
también se comunican mediante la emisión de compuestos a nivel del suelo, ya
sea desde las raíces, de los tallos subterráneos o de la hojarasca caída. En
todos los casos los mensajes buscan generar un cierto tipo de respuesta en los
organismos que rodean al individuo emisor.
Además de los
sistemas de comunicación químicos, las plantas tienen la capacidad de emitir
señales utilizando otros métodos físico-químicos.
Uno de ellos,
poco conocido, son las ondas electromagnéticas (EM)3.
Los tejidos
vivos como emisores de ondas EM
Se sabe que los
tejidos vivos emiten constantemente una cierta cantidad de ondas
electromagnéticas, generalmente de intensidad muy débil1 . No sabemos con
exactitud que parte de la célula realiza esas emisiones, pero, de acuerdo a
ciertos indicios,lo más probable es que se trate del propio ADN.
El ADN, que es
la molécula orgánica por excelencia, está compuesto por una larguísima cadena
helicoidal doble de bases. Una parte pequeña de esta cadena (alrededor de un
3%) contiene información genética que permite replicar células, tejidos y
organismos o construir proteinas. El resto, a veces llamado, irrespetuosamente,
ADN-”basura”, o “junk DNA”, por algunos geneticistas (según Narby, J.,
debería llamarse ADN-”misterio”5 ), está formado por repeticiones cíclicas de
secuencias de bases que no parecen tener sentido3 .
Señala el propio
Narby que es probable que estas larguísimas cadenas repetitivas, con una
estructura molecular casi cristalina, puedan ser verdaderas antenas de
trasmisión y recepción de ondas EM. De acuerdo a esta hipótesis, los tejidos
animales y vegetales generarían campos electromagnéticos débiles y complejos
que serían modulados continuamente por los billones de moléculas adeénicas
próximas. Para ello estas moléculas utilizarían sus segmentos trasmisores- receptores. Con el
transcurso del tiempo, los organismos vivos habrían desarrollado este sistema
de comunicación para alcanzar una eficacia máxima.
A diferencia de los
animales que pueden utilizar métodos de comunicación dinámicos, y que por tanto
tienen menos necesidad de otros sistemas comunicativos, los vegetales y otros
organismos deben recurrir a sistemas de emisión estáticos. Por ello no es de
extrañar que los ecosistemas incluyan un componente electromagnético complejo,
proveniente de sus organismos vegetales y animales, que permite optimizar el
juego diplomático de las especies que lo constituyen.
Seguramente hay
muchas plantas que se han especializado en este tipo de comunicación
desarrollando eficaces sistemas de trasmisión de mensajes. Estos estarían
destinados tanto a individuos de la misma especie (incluyendo mensajes internos
dirigidos a sus propias células) como a los organismos de especies diferentes.
La hipótesis
central de nuestro trabajo es que algunos vegetales generan formas de
comunicación muy especializadas o de gran fuerza que les permiten trasmitir
mensajes complejos a los centros nerviosos de los mamíferos (por ejemplo, a los
primates, y en particular a los seres humanos).
Ellos incluyen
los mecanismos químicos, cuyo funcionamiento ha sido investigado parcialmente,
y probablemente, los métodos electromagnéticos antes mencionados. Tal vez, el efecto que las plantas
psicoactivas ejercen sobre nuestro sistema nervioso sea un combinación de ambos
tipos de comunicación. Para aprehender
el funcionamiento holístico de la conciencia será necesario aproximarse al tema
con mucho desprejuicio y apertura mental.Reproducido de "Pueblos, Drogas y Serpientes", D.Antòn, Piriguazù Ediciones
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