lunes, 8 de enero de 2018



Un sutil juego de diplomacia

En la mayor parte de los casos, los conflictos entre individuos de una misma o diferentes especies de un ecosistema no sirven a nadie. En primer lugar, porque siempre hay una cuota de incertidumbre acerca del resultado. Y en segundo lugar, porque  todo enfrentamiento implica un desgaste, un consumo de energía y materia que resulta  más eficaz si se aplica en otras funciones o actividades.
Cuando es posible evitar un conflicto es mejor hacerlo. Luego de muchos millones de años, plantas y animales han desarrollado diversos métodos con el fin de reducir a un mínimo los enfrentamientos. Para ello, desde tiempos muy antiguos, los seres vivos recurren a la diplomacia. Emiten signos sutiles y complejos en donde anuncian su presencia a los organismos destinatarios quienes a su vez retribuyen con señales análogas.
A partir de ese momento se desencadena un proceso de «negociación» que suele desactivar gran parte de los conflictos potenciales.
De todas formas, existen numerosos situaciones en que el «enfrentamiento» resulta inevitable, una o ambas partes consideran que no tienen alternativa, ya sea por razones territoriales o meramente fisiológicas. Pero estos casos son una minoría.  En la naturaleza, la negociación es la regla.

Las formas de comunicación

Para negociar efectivamente, se requieren formas de comunicación  apropiadas, señales que puedan ser emitidas y recibidas por todas las partes involucradas. Los animales, que generalmente se mueven o trasladan, pueden comunicarse por medio de  movimientos o sonidos (emitidos por algunas de sus partes móviles)1 . Las plantas, al ser relativamente inmóviles2 , tienen que recurrir a otros métodos.
Una forma de comunicación frecuente de los vegetales (que comparten con los animales), son los aromas u olores. Estos son sustancias, normalmente emitidas en pequeñas cantidades, susceptibles de ser detectadas por otros organismos, que indican la presencia o el estado de la planta (o el animal) en cuestión.
En algunos casos las señales provocan una reacción de atracción (por ejemplo, el aroma de las flores en los insectos polinizadores), y en otros,  un comportamiento de rechazo.
Las plantas también se comunican mediante la emisión de compuestos a nivel del suelo, ya sea desde las raíces, de los tallos subterráneos o de la hojarasca caída. En todos los casos los mensajes buscan generar un cierto tipo de respuesta en los organismos que rodean al individuo emisor.
Además de los sistemas de comunicación químicos, las plantas tienen la capacidad de emitir señales utilizando otros métodos físico-químicos.
Uno de ellos, poco conocido, son las ondas electromagnéticas (EM)3.

Los tejidos vivos como emisores de ondas EM

Se sabe que los tejidos vivos emiten constantemente una cierta cantidad de ondas electromagnéticas, generalmente de intensidad muy débil1 . No sabemos con exactitud que parte de la célula realiza esas emisiones, pero, de acuerdo a ciertos indicios,lo más probable es que se trate del propio ADN.
El ADN, que es la molécula orgánica por excelencia, está compuesto por una larguísima cadena helicoidal doble de bases. Una parte pequeña de esta cadena (alrededor de un 3%) contiene información genética que permite replicar células, tejidos y organismos o construir proteinas. El resto, a veces llamado, irrespetuosamente, ADN-”basura”,  o “junk DNA”,  por algunos geneticistas (según Narby, J., debería llamarse ADN-”misterio”5 ), está formado por repeticiones cíclicas de secuencias de bases que no parecen tener sentido3 .
Señala el propio Narby que es probable que estas larguísimas cadenas repetitivas, con una estructura molecular casi cristalina, puedan ser verdaderas antenas de trasmisión y recepción de ondas EM. De acuerdo a esta hipótesis, los tejidos animales y vegetales generarían campos electromagnéticos débiles y complejos que serían modulados continuamente por los billones de moléculas adeénicas próximas. Para ello estas moléculas utilizarían sus  segmentos trasmisores- receptores. Con el transcurso del tiempo, los organismos vivos habrían desarrollado este sistema de comunicación para alcanzar una eficacia máxima.
A diferencia de los animales que pueden utilizar métodos de comunicación dinámicos, y que por tanto tienen menos necesidad de otros sistemas comunicativos, los vegetales y otros organismos deben recurrir a sistemas de emisión estáticos. Por ello no es de extrañar que los ecosistemas incluyan un componente electromagnético complejo, proveniente de sus organismos vegetales y animales, que permite optimizar el juego diplomático de las especies que lo constituyen.
Seguramente hay muchas plantas que se han especializado en este tipo de comunicación desarrollando eficaces sistemas de trasmisión de mensajes. Estos estarían destinados tanto a individuos de la misma especie (incluyendo mensajes internos dirigidos a sus propias células) como a los organismos de especies diferentes.
La hipótesis central de nuestro trabajo es que algunos vegetales generan formas de comunicación muy especializadas o de gran fuerza que les permiten trasmitir mensajes complejos a los centros nerviosos de los mamíferos (por ejemplo, a los primates, y en particular a los seres humanos).
Ellos incluyen los mecanismos químicos, cuyo funcionamiento ha sido investigado parcialmente, y probablemente, los métodos electromagnéticos antes mencionados.  Tal vez, el efecto que las plantas psicoactivas ejercen sobre nuestro sistema nervioso sea un combinación de ambos tipos de comunicación.  Para aprehender el funcionamiento holístico de la conciencia será necesario aproximarse al tema con mucho desprejuicio y apertura mental.
Reproducido de "Pueblos, Drogas y Serpientes", D.Antòn, Piriguazù Ediciones

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