lunes, 22 de enero de 2018

De: “Pueblos, Drogas y Serpientes”, Contexto A “En el principio fue el hielo”


Empezó a tomar forma…un ser compuesto de viento, olas y lluvias, cuya esencia era movimiento y cuyo cuerpo era el de la serpiente. Esta serpiente vivía en el cielo, y su presencia se manifestaba en todas partes: …en los tornados, en las formas de las nubes y en los vientos. En las laberínticas cortinas de lluvia y en los riachuelos…
Algunas veces, este genio serpenteante de los cielos arrojaba incluso hacia la tierra diminutos modelos de sí mismo con la lluvia: serpientes de poca edad que se deslizaban dentro de las grietas de la tierra y espabilaban las almas que dormían allí.” (1)
Antes que cayera a gran velocidad en el vientre acuoso de aquel mundo azul, ella había pasado mucho tiempo dormida en el hielo, protegida por una masiva envoltura gris de roca y polvo.
Es difícil saber cuanto tiempo transcurrió desde que dejó su otro mundo, al otro lado de estos universos estelares y gaseosos. La conciencia del tiempo requiere una complejidad especial que, por lo menos dentro de esta protuberancia sideral en que ella viajaba, aún no existía.
En su lugar de origen había otros seres iguales a ella, espirales  alargadas de vida nutridas por océanos y lagos diferentes, muy antiguos, muy lejanos.
Tal vez no llegó sola, probablemente venían con ella cientos, miles, millones de hermanas igualmente encerradas en sus costras heladas.
En su alargado cuerpo traía toda la información necesaria para reconstruirse entera, para navegar, para crear hijas nuevas replicadas a partir de los códigos viejos.
Cuando cesó la lluvia de partículas y rocas sobre las olas rugientes del gran mar, casi solitario, ella sintió resquebrajarse la costra y fundirse el hielo.
De a poco su roca-útero se fue achicando, hasta que pudo derivar, moverse en este mundo azul desconocido, pero que parecía tan hospitalario como el propio.
Sus hermanas también habían caido allí, antes o después, y estaban buscando sin prisa, los calores, las luces, los alimentos necesarios.
Al cabo de mucho tiempo, ellas, las pequeñísimas serpientes celestiales, se habían extendido a todas las aguas del planeta, a los océanos, a las nubes, a los ríos y lagos, y al rocío. Hasta las venas líquidas en lo más profundo de la tierra pasaron a estar pobladas por una muchedumbre de seres minúsculos. Madres e hijas, innumerables, reproduciendo los registros antiquísimos en las nuevas aguas terrenales, para crear otra esfera de vida en el espacio.
1) Fragmento de “Este árbol brota del infierno” de Ptolemy Tompkins


Reproducido de “Pueblos, Drogas y Serpientes”, D.Antón, Piriguazú Ediciones.

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