El DNA y los orígenes del conocimiento (Primera parte)
Jeremy Narby
"La primera vez que un hombre Ashaninca me contó
que había aprendido las propiedades medicinales de las plantas bebiendo un
brebaje alucinógeno, creí que estaba bromeando. Estábamos en un bosque sentados
en cuclillas junto a un matorral cuyas hojas, afirmó, podían curar la mordedura
de una serpiente mortal. “Uno aprende estas cosas bebiendo ayahuasca,” dijo.
Pero no estaba sonriendo. Fue a principios de 1985, en la comunidad de
Quirishari en el Valle de Pichis en el Amazonas peruano. Yo tenía 25 años y
estaba empezando un período de dos años de trabajo de campo para obtener un
doctorado en antropología de la Universidad de Stanford. Mi formación me había
conducido a esperar que la gente contara cuentos chinos. Creí que mi trabajo
como antropólogo era descubrir lo que realmente pensaban, como una especie de
detective privado. Durante mi investigación sobre la ecología Ashaninca, la
gente en Quirishari regularmente mencionó el mundo alucinatorio de los
ayahuasqueros, o chamanes. En conversaciones sobre plantas, animales, tierra, o
la selva, se referían a los ayahuasqueros como la fuente de conocimiento. Cada
vez que decían esto, me preguntaba a mí mismo a qué se referían realmente. Mi
trabajo de campo concernía al uso de recursos Ashaninca – con énfasis
particular en sus técnicas racionales y pragmáticas. Enfatizar el origen
alucinatorio del conocimiento ecológico Ashaninca hubiera sido contraproducente
al argumento principal subyacente a mi investigación. Sin embargo, el enigma
seguía estando ahí: Estas personas extremamente prácticas y francas, viviendo
casi de forma autónoma en la selva amazónica, insistían en que su amplio
conocimiento botánico procedía de alucinaciones inducidas por plantas. ¿Cómo
podía esto ser cierto?
El enigma todavía era más intrigante porque el
conocimiento botánico de los indígenas del Amazonas ha sorprendido a los
científicos durante largo tiempo. La composición química de la ayahuasca es un
ejemplo que hace al caso. Los chamanes amazónicos han preparado ayahuasca
durante milenios. El brebaje es una combinación necesaria de dos plantas, que
deben ser hervidas juntas durante horas. La primera contiene una sustancia
alucinógena, dimethiltriptamina, que también parece ser segregada por el
cerebro humano; pero este alucinógeno no tiene ningún efecto cuando se traga,
porque un enzima del estómago llamado monoamino oxidasa lo bloquea. De todas
formas, la segunda planta, contiene algunas sustancias que desactivan esta
enzima estomacal concreta, permitiendo que el alucinógeno alcance el cerebro.
Así que aquí hay gente sin microscopios electrónicos que elige, de entre unas
80,000 especies de plantas amazónicas, las hojas de un arbusto que contienen
una hormona alucinógena del cerebro, que combinan con una trepadora contenedora
de sustancias que desactivan una enzima del aparato digestivo, que si no
bloquearía el efecto alucinógeno. Y hacen esto para modificar su conciencia. Es
como si tuvieran conocimiento sobre las propiedades moleculares de plantas y
sobre el arte de combinarlas, y cuando uno les pregunta cómo saben estas cosas,
dicen que su conocimiento viene directamente de las plantas alucinógenas. No
había venido a Quirishari para estudiar este tema, que para mí se relaciona con
la mitología indígena. Incluso consideré que el estudio de la mitología era un
pasatiempos inútil y “reaccionario”. Mi focalización como antropólogo era el
desarrollo de los recursos Ashaninca. Estaba intentando demostrar que el
verdadero desarrollo consistía, en primer lugar, en reconocer los derechos
territoriales de los indígenas. Mi punto de vista era materialista y político,
más que místico – aún así me quedé bastante impresionado con el pragmatismo de
los Quirishari. Éstas son personas que enseñan mediante el ejemplo, más que con
explicaciones. Los padres animan a sus hijos a acompañarles en su trabajo. La
frase “deja a papá tranquilo porque está trabajando” es desconocida. La gente
desconfía de los conceptos abstractos. Cuando una idea parece realmente mala,
dirán sin tomárselo demasiado en serio: “Es pura teoría”. Las dos palabras
clave que surgían una y otra vez en las conversaciones eran práctica y táctica
– sin duda, puesto que son requisitos para vivir en la selva. Después de
aproximadamente un año en Quirishari, me di cuenta de que el sentido práctico
de mis anfitriones era mucho más fiable en su entorno que mi comprensión de la
realidad procedente de la formación académica. Su conocimiento empírico era
innegable, pero sus explicaciones sobre el origen de su conocimiento eran
increíbles para mí. Mi actitud era ambivalente. Por un lado, quería entender lo
que pensaban – por ejemplo, sobre la realidad de los “espíritus” – pero por el
otro, no podía tomar seriamente lo que decían porque no lo creía. Cuando dejé
Quirishari, supe que no había resuelto el enigma del origen alucinatorio del
conocimiento ecológico Ashaninca. Partí con la extraña sensación de que el
problema tenía que ver más con mi incapacidad de comprender lo que la gente
había dicho que con la insuficiencia de sus explicaciones. Siempre habían usado
palabras muy simples. En junio de 1992, fui a Río para asistir a la conferencia
mundial sobre el desarrollo y el medio ambiente. En la “Cumbre de la Tierra”,
como fue conocida, todo el mundo estaba hablando sobre el conocimiento
ecológico de los indígenas, pero ciertamente nadie estaba hablando sobre el
origen alucinatorio de una parte, tal como afirman los mismos indígenas. Los
colegas preguntaban: “¿Quieres decir que los indios afirman que reciben
información molecular verificable de sus alucinaciones? ¿No lo creerás,
verdad?”. ¿Qué podía responder? No hay nada que se pueda decir sin contradecir
dos principios fundamentales del conocimiento occidental. Primero, las
alucinaciones no pueden ser la fuente de la información real, porque
considerarlas como tal es la definición de psicosis. El conocimiento occidental
considera que las alucinaciones son, en el mejor de los casos, ilusiones y, en
el peor, un fenómeno patológico. Segundo, las plantas no comunican como los
seres humanos. Las teorías científicas de comunicación consideran que sólo los
seres humanos utilizan símbolos abstractos como palabras e imágenes y que las
plantas no retransmiten información en forma de imágenes mentales. Para la
ciencia, el cerebro humano es la fuente de alucinaciones, que las plantas
psicoactivas desencadenan meramente por medio de las moléculas alucinógenas que
contienen. Fue en Río donde me di cuenta de la magnitud del dilema formulado
por el conocimiento alucinatorio de los indígenas. Por un lado, sus resultados
son empíricamente confirmados y usados por la industria farmacéutica; por otro
lado, su origen no puede ser debatido científicamente porque contradice los
axiomas del conocimiento occidental. Cuando comprendí que el enigma de la
comunicación de las plantas era un punto ciego para la ciencia, sentí la
llamada de llevar a cabo una profunda investigación del tema. Además, había
llevado conmigo el misterio de la comunicación de las plantas desde mi estancia
con los Ashaninca, y sabía que las exploraciones de contradicciones en la
ciencia con frecuencia llevan a resultados fructuosos. Me pareció que esta
cuestión requería dirigirse a establecer un diálogo serio con los indígenas
sobre ecología y botánica. Yo mismo ingerí ayahuasca en Quirishari, una
experiencia que me enfrentó con un ámbito irracional y subjetivo terrorífico,
aunque lleno de información. En los meses después, pensé bastante en lo que
había dicho mi principal consultor Ashaninca, Carlos Pérez Suma. ¿Qué pasaría
si fuera cierto que la naturaleza habla en señales y que el secreto para
comprender su lenguaje consiste en darse cuenta de las similitudes en la
configuración o la forma? ¿Qué pasaría si lo tomara literalmente? Me gustó esta
idea y decidí leer los textos antropológicos sobre chamanismo, prestando no
sólo atención a su contenido sino a su estilo. Pegué una nota en la pared de mi
despacho: “Mira la FORMA.” Una cosa se hizo clara cuando pensé en mi estancia
en Quirishari. Cada vez que había dudado sobre las explicaciones de uno de mis
consultores, mi comprensión de la visión de la realidad de los Ashaninca se
había agarrotado; por el contrario, en las raras ocasiones en las que había
conseguido silenciar mis dudas, mi comprensión de la realidad local había
aumentado – como si hubiera veces en las que uno debía creer para ver, más que
a la inversa. Se me había hecho claro que los ayahuasqueros en sus visiones
conseguían acceder de alguna forma a información verificable sobre las
propiedades de las plantas. Por ello, razoné, el enigma del conocimiento
alucinatorio podía ser reducido a una cuestión: ¿Provenía esta información
desde el interior del cerebro humano, tal como afirmaría el punto de vista
científico, o desde el mundo exterior de las plantas, como afirmaban los
chamanes? Ambas perspectivas parecían presentar ventajas e inconvenientes. Por
una parte, la similitud entre los perfiles moleculares de los alucinógenos
naturales y de la serotonina parecía indicar realmente que estas sustancias
trabajan como llaves que encajan en la misma cerradura dentro del cerebro. De
todas formas, no podría estar de acuerdo con la postura científica según la que
las alucinaciones son meramente descargas de imágenes almacenadas en
compartimentos de la memoria subconsciente. Estaba convencido de que las
enormes serpientes fluorescentes que había visto gracias a la ayahuasca no
correspondían de ninguna manera con nada de lo que hubiera podido soñar incluso
en mis más extremas pesadillas. Además, la velocidad y coherencia de algunas de
lasimágenes alucinatorias excedía en muchos grados a los mejores vídeos de
rock, y sabía que no hubiera sido capaz de filmarlas. Por otra parte, cada vez
me parecía más fácil suspender la incredulidad y considerar el punto de vista
indígena como potencialmente correcto. Después de todo, existía todo tipo de
puntos ciegos y contradicciones en el conocimiento científico de los
alucinógenos, que en principio parecía tan fiable: los científicos no saben
cómo afectan estas sustancias a nuestra conciencia, ni han estudiado verdaderos
alucinógenos en detalle. Ya no me parecía irrazonable considerar que la
información sobre el contenido molecular de las plantas podía realmente
proceder de las mismas plantas, tal como afirmaban los ayahuasqueros. De todas
formas, fracasé en ver cómo esto podría funcionar concretamente."
Continúa en:
https://daniloanton.blogspot.com.uy/search/label/La%20serpiente%20c%C3%B3smica2
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El tema ha sido desarrollado en profundidad en el libro "Pueblos, Drogas y Serpientes", Danilo Antón, Piriguazú Ediciones
Fuente:
http://www.onirogenia.com/lecturas/la-serpiente-cosmica-por-jeremy-narby.pdf
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