domingo, 3 de diciembre de 2017

Del otro lado del océano

Mientras tanto, del otro lado del océano, la historia había seguido un rumbo muy diferente.
Una miríada de variedades domesticadas se cultivaban con mínima disrupción de la naturaleza. El carácter periódicamente itinerante y las rotaciones de cultivos practicadas promovían la conservación de los ecosistemas nativos y los suelos.
Pero aún más que las prácticas productivas eran las actitudes para con la tierra que marcaban la diferencia. La tierra era la madre17  y por lo tanto no podía ser objeto de apropiación individual ni enajenación. De la misma manera, el carácter espiritual de los productos de la tierra restringía su comercialización.
Como no se usaba el arado, no eran necesarios los animales de tiro salvo en circunstancias especiales, y para otros fines. En todo el continente, solo usaban animales de tiro los inuit (también inapropiadamente llamados esquimales) que usaban perros para tirar de los trineos. En las montañas de Ameriske del Sur los pueblos andinos utilizaban la llama como bestia de carga. Exceptuando los casos antes mencionados, en el resto del continente no habían ningún otro animal de trabajo.
Debido a ese tratamiento respetuoso de los animales, que no eran usados para trabajar, sino tan solo como alimento dentro de un marco espiritual y a menudo ceremonial determinado, en la mayor parte del continente no se había desarrolado una cultura de “esclavización de los animales de trabajo”. Por esa razón, el desarrollo de formas esclavistas de explotación del explotación del trabajo humano no se desarrollaron en la misma medida. Estrictamente, en el sentido europeo de la palabra, en Amerrique no habían verdaderos “esclavos”.
Reproducido de "Amerrique, los huèrfanos del paraìso", Danilo Antòn, Piriguazù Ediciones.

No hay comentarios: