En el noreste del continente
norteamericano, en los valles del río Hudson y del San Lorenzo, habitaron desde tiempos inmemoriales los pueblos nativos de las naciones iroquesas o Haudenosaunee, como se
autodenominan ellos mismos.
Las seis naciones iroquesas, Séneca, Cayuga, Onondaga,
Tuskarora, Oneida y Mohawk ocuparon sus territorios en armonía con sus vecinos y con la naturaleza de la
que extraían su sustento.
Su cultura se basaba en el cultivo de
maíz, porotos y zapallos, la pesca, la cría de pavos y la caza controlada del
búfalo.
Este tipo de actividades permitía la
subsistencia de una población relativamente numerosa, una economía próspera y
el desarrollo de una cultura política sofisticada con una base institucional
federativa.
Los iroqueses también habían desarrollado una cultura política e institucional muy sofisticada. Sus naciones se habían organizado en forma federal en lo que se llamó la Confederación Iroquesa. Esta estructura política fue imitada por las colonias inglesas de Norte América bajo el influjo de Benjamín Franklin que había asistido a varias reuniones entre las autoridades coloniales inglesas y los líderes nativos.
El sistema político federal que finalmente fue adoptado en los EEUU fue también utilizado en la construcción institucional de varias confederaciones y estados de América Latina, incluyendo la Liga Federal artiguista.
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Los iroqueses también habían desarrollado una cultura política e institucional muy sofisticada. Sus naciones se habían organizado en forma federal en lo que se llamó la Confederación Iroquesa. Esta estructura política fue imitada por las colonias inglesas de Norte América bajo el influjo de Benjamín Franklin que había asistido a varias reuniones entre las autoridades coloniales inglesas y los líderes nativos.
El sistema político federal que finalmente fue adoptado en los EEUU fue también utilizado en la construcción institucional de varias confederaciones y estados de América Latina, incluyendo la Liga Federal artiguista.
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La destrucción de la confederación iroquesa
La invasión europea cambió radicalmente la situación en el noreste de América del Norte. Las comunidades Haudenosaunee fueron atacadas, saqueadas, esclavizadas, eliminadas física y culturalmente. Al cabo de trescientos años de agresión los sobrevivientes se vieron desplazados a tierras marginales y de baja productividad donde aún se encuentran en la actualidad.
La invasión europea cambió radicalmente la situación en el noreste de América del Norte. Las comunidades Haudenosaunee fueron atacadas, saqueadas, esclavizadas, eliminadas física y culturalmente. Al cabo de trescientos años de agresión los sobrevivientes se vieron desplazados a tierras marginales y de baja productividad donde aún se encuentran en la actualidad.
Sin embargo, los pueblos iroqueses son altamente resilientes. Su lucha en defensa del derecho a
la tierra y la propia identidad que comenzó en el tiempo de la invasión ha
continuado sin cesar hasta el presente, Este esfuerzo se vió reflejado en el
enfrentamiento de los mohawk de Kanesatake con los gobiernos de Québec y Canadá
por el derecho de posesión y utilización ritual de tierras sagradas en las
cercanías de la ciudad de Oka en 1990,
El tema volvió a tomar actualidad en 1989
cuando el National Museum of the American Indian devolvió a los iroqueses once
cinturones de cuentas o wampum de elevada significación simbólica. La tribu de
los Onondaga, que los recibió en medio de una ceremonia simbólica y emotiva,
era la guardiana tradicional de estos registros fundamentales.
Por miles de años los líderes tribales
iroqueses peregrinaban a la Gran Montaña Manataka (el Sitio de la Paz) para
reunirse con representantes e integrantes de otras tribus. Algunos venían cada
once años, otros en períodos de siete años, mientras que otros hacían el viaje
con más frecuencia, dependiendo de las costumbres de cada grupo particular.
Los shamanes decían sus oraciones y hacían
ofrendas de paz a la Gran Montaña Manataka. Los participantes danzaban y
cantaban alrededor de grandes hogueras que se encendían en el estrecho valle
situado entre la montaña Manataka y su hermana, conocida como Montaña del
Norte. Una tercera hermana, que hoy se llama Montaña Indígena, montaba guardia
al este. Las mujeres recogían hierbas medicinales que crecían en abundancia,
formando un círculo alrededor de la montaña. Los hombres encontraban preciosos
cristales claros, oro, plata, pirita y otras piedras[1].
Sentado veo la niebla que se eleva del
manantial,
En el vapor hay un extraño movimiento
fantasmal
No sé bien que cosa se mueve a mi
alrededor en este antiguo círculo
Veo tipís, humo circular ascendiendo desde
los fuegos internos
Mi pulso se acelera y veo venir a los
antiguos desde los tipís,
Ellos, que estaban aquí cientos de años
antes que yo.
La niebla se eleva más alto y el sol
dibuja un arco iris
Los antiguos llaman a los niños para que
me vean
Ríen y señalan, crecen sus sonrisas
Me estremezco un poco, soy testigo de algo
importante
Dentro de mí se despierta un conocimiento
Fui así anteriormente
La brisa del Sur despeja la niebla y se
aclara mi visión
Me estoy desplazando hacia el centro del
círculo
Algo me lleva desde donde estoy al lugar
donde estuve en otro tiempo
Escucho el susurro del agua caliente y
dulce que corre
Sé que he regresado a Manataka[2]
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