sábado, 27 de agosto de 2016

Arabia Saudita 5 Serie Naciones y Estados
EL MUNDO:
Geografía, Historia y Algo Más
Capítulo 5
                         Arabia Saudita (Parte 5)

La babel Saudita
Arabia Saudita contemporánea es una gran babel que reúne gente de todos los rincones del planeta, y sobre todo, una heterogénea y numerosísima población musulmana.
Por la calle se encuentran fornidos yemenitas y bengalíes con sus polleras a cuadros, pakistaníes con sus túnicas, afganos y omaníes con sus turbantes, árabes de los emiratos y muchos otros extranjeros provenientes de diversos países vestidos a la usanza occidental.
Desde el punto de vista de la evolución de la cultura islámica Arabia Saudita representa un lugar de mezcla y sincretismo de ideas y corrientes ideológico- religiosas que está teniendo gran importancia en los enfoques y acontecimientos que están modelando el futuro del Islam contemporáneo.
Estuve varios años en Arabia durante la década de 1980 y tuve oportunidad de recorrer la mayoría de las comarcas del Reino.
En esa época no pensé que ese caldo de cultivo de culturas podría gestar los procesos políticos que estamos observando ahora.
Tampoco imaginé que fuera posible que una ciudad conservadora como Riyad, firmemente controlada por la familia real saudita, pudiera ser ya el lugar natal y de crianza de alguien, que como Osama Bin Laden, se iba a convertir, a principios del siglo siguiente, en el principal enemigo declarado de la mayor potencia mundial.
Claro, que en ese momento tampoco me detuve a reflexionar que fue precisamente en Riyad que se originó el movimiento musulmán más estricto y radical de los últimos siglos, la secta wahabi. Esta secta fue derrotada y renació varias veces hasta que en 1933, gracias al liderazgo del rey Abdul Azíz se impuso en toda la península.
 jihad, y la afirmación absoluta de los cinco pilares de la fe.
La ideología wahabi es sencilla. El Corán es la palabra de Dios y por ende debe respetarse literalmente. En base a ello los wahabis han legalizado la poligamia y la segregación de la mujer, la eliminación de las imágenes humanas, la obligatoriedad de las oraciones diarias, la igualdad de los fieles, el tratamiento discriminatorio de los infieles, la creencia en la predestinación, la aceptación del principio de la guerra religiosa o
Ha pasado mucho tiempo desde las épocas dogmáticas y austeras de Mohammed Abd Al Wahab y de Abdul Azíz ibn Saud. Los diez mil descendientes de Abdul Azíz que constituyen la familia real en la actualidad han dejado de lado muchos de los aspectos más rigurosos de la religión, se han occidentalizado en pensamiento y costumbre, adquiriendo comportamientos muy diferentes a los de sus progenitores.
Si bien la realeza saudita se jacta de su adhesión a los principios wahabis, en los hechos su conducta se ha apartado mucho del dogma original y para muchos religiosos deja bastante que desear.
Son conocidos los excesos de la realeza en materia de consumo de alcohol, su libertinaje, la hipocresía de quienes hablan de una forma y actúan de otra muy diferente.
Este comportamiento va claramente contra el grano de la cultura beduina del Najd. Por eso, hoy no me llama la atención que Osama Bin Laden, nacido en Riyad, esté acaudillando, al igual que lo hicieron los kharajitas del siglo VII, Mohammed Abd al Wahb en el siglo XVIII, y el propio Abdul Azíz ibn Saud a principios del siglo XX, una nueva cruzada de renovación del Islam.
Desde un cierto punto de vista, es una lógica continuación de una historia antigua que se niega a ser globalizada con los parámetros occidentales.

La crisis política que se avecina

Esta situación se ha visto agravada últimamente por los problemas económicos que está experimentando el Reino. Paradójicamente, a pesar de los enormes ingresos recibidos por la exportación de petróleo, el país ha experimentado un déficit crónico como resultado de los voluminosos gastos militares  (su “contribución” financiera a las guerras de Siria y Yemen) y el despilfarro financiero de ciertos miembros de la familia real y sus allegados.
Para equilibrar las cuentas, el gobierno ha tomado medidas monetaristas relativamente estrictas: ajuste de las cuentas del estado, reducción de gastos, incluyendo eliminación de cargos, tercerización o privatización de los servicios públicos, y otras estrategias de tipo fondomonetarista.
Al mismo tiempo, la población ha continuado creciendo a un ritmo acelerado, y hoy excede los 20 millones de habitantes con una composición predominantemente juvenil.
La desocupación, que era casi desconocida en las décadas de 1970 y 1980, ahora superaría el 20% (aunque la ausencia de datos oficiales no permite conocer su magnitud real).
Al mismo tiempo se ha extendido la marginalidad social y se observa un aumento del crimen en las principales ciudades.
Con la excusa de combatir el delito, las autoridades han incrementado su represión contra los grupos y militantes fundamentalistas.
A pesar del hostigamiento oficial las organizaciones radicales han crecido considerablemente en la mayor parte del país.
A ellas se debe adjudicar el sangriento atentado de Al Khobar de 1996, y recientemente, el alzamiento y represión de los Ismaelistas en Najran (zona suroriental cerca de la frontera yemenita).
Todo parece indicar que el panorama se irá agravando a medida que se incremente la crisis económica y social, y ello puede tener incidencia en el panorama político interno.
El aumento de la desconformidad popular por la situación económica se agrava por la presencia de fuerzas estadounidenses en territorio saudita, y en particular por el uso de los aeropuertos de Arabia para misiones de bombardeo y destrucción en otros países islámicos, como Iraq y Afganistán. Este sentimiento contra el gobierno puede culminar con un cambio político que alteraría profundamente la correlación de fuerzas en la región.
Si la monarquía saudita es derrocada, o si su actual orientación pro-occidental cambia, se generará una situación de inestabilidad geopolítica mundial cuya trascendencia futura es difícil pronosticar.
Arabia Saudita es el principal exportador de petróleo y posee las mayores reservas del mundo. En un momento en que la producción petrolera de los Estados Unidos desciende aceleradamente, la pérdida del acceso al petróleo saudita implicaría una reducción de importaciones que la economía norteamericana no podría resistir.
Tal vez el efecto más importante del conflicto afgano no se encuentre en el desenlace final de la contienda militar en Afganistán, sino en su potencial para promover la diseminación de regímenes radicales en otros países, y más particularmente en Arabia Saudita.

Las mujeres sauditas: el velo y la tristeza

En gran parte del mundo islámico se aplican reglas de vestimenta, sobre todo al sexo femenino, que determinan que las mujeres deban cubrir su cuerpo de la cabeza a los pies con una larga túnica (abaya, chador) y su cara con un velo, e incluso un doble velo. Este atuendo recibe diferentes nombre sen los distintos países islámicos: en Arabia se llama abaya, en Irán chador, y en Afganistán burqa.
Las mujeres se ven limitadas de muchas otras formas. En Arabia Saudita no pueden conducir vehículos, deben salir acompañadas, no pueden trabajar en ambientes en donde haya hombres (lo cual limita enormemente sus posibilidades de encontrar trabajo), para viajar necesitan el consentimiento de su padre o marido, independientemente de su edad, no pueden divorciarse por su sola decisión (los hombres se pueden divorciar con un trámite muy sencillo) y, en los casos en que los maridos “las divorcien”, éstos se quedan con los hijos.
Las mujeres divorciadas o viudas sin familia suelen encontrarse en una situación muy difícil, a menudo obligadas a vender en los suks (mercados) o a pedir limosna.
Por otra parte, el carácter polígamo de la sociedad introduce problemas complejos en las relaciones de pareja. Algunos hombres, sobre todo cuando son acaudalados consiguen una segunda o tercera, e incluso cuarta esposa, generalmente más jóvenes, limitando el poder efectivo que algunas mujeres mayores pueden tener dentro del hogar. Las situaciones son variadas, a veces las primeras esposas, que son varios años, e incluso décadas mayores que las segundas esposas, actúan como “madres adoptivas” para las jóvenes cónyuges generándose una relación armónica, pero en otros casos los hombres pueden verse obligados a separar su familia en dos o más “hogares” para evitar conflictos.
La vida de las mujeres en las sociedades fundamentalistas islámicas está por ende muy limitada por un código social de gran intolerancia. Tienen muchas obligaciones y pocos derechos. Su libertad civil está restringida y su bienestar está en gran medida ligado a la voluntad o los caprichos de su marido o de los hombres de su familia.
Demás está decir que al haber hombres que tienen varias esposas hay muchos otros que no consiguen ninguna (generalmente por carecer de medios). Esta situación da lugar a que los varones en esas condiciones no logren formar familia generándose una frustración social con consecuencias difíciles de prever. En muchos casos los jóvenes no pueden obtener una esposa debido a que no logran reunir dinero para pagar la dote que se requiere en esos casos. La poligamia, la situación claramente subordinada y la represión que sufren las mujeres cuando quieren salirse de las normas estrictas que las rigen, tiene su contrapartida masculino en la imposibilidad de muchos hombres de realizarse a través de una vida familiar normal.
Afganistán y Saudi Arabia son países donde se aplican con diferentes grados de rigor los principios wahabis.
En otros países musulmanes las reglas son un poco menos restrictivas (por ejemplo en los Emiratos Arabes, en Kuwait, Bahrein, Yemen y Omán).
Hay algunas naciones islámicas que aplican los principios en forma mucho más tolerante, reconociendo con más liberalidad los derechos de la mujer (por ejemplo, Turquía y Egipto).
Con todo, incluso en los países más liberales, las sociedades islámicas cargan un peso cultural de discriminación femenina difícil de eliminar, y que incluso en algunos de ellos, se ha acentuado en los últimos años.
Supuestamente, el tratamiento restrictivo que reciben las mujeres está concebido para protegerlas, y a veces, tal vez efectivamente pueda cumplir esa función. En la mayoría de los casos, sin embargo, estas limitaciones sólo logran reducir la formación femenina, limitar sus posibilidades, malogrando riquísimos potenciales que afectan el desarrollo de la sociedad en su conjunto.
Una sociedad que realmente respete a las mujeres no necesita prohibirles nada ni condenarlas severamente por salirse de ciertas reglas que se supone que son para “protegerlas”. Se debe educar a los hombres para que valoricen la capacidad intrínseca e incluso superior de las mujeres para todas las funciones sociales, y formar a las propias mujeres para que reconozcan su aptitud para alcanzar cualquier meta espiritual o material que deseen y busquen.

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