jueves, 7 de enero de 2016

Las sociedades industriales  crearon sus propias drogas
Danilo Antón
La sociedad industrial introdujo modificaciones sustanciales en las costumbres de la población. Con relación a las sociedades rurales pre-existentes, las nuevas ciudades significaron un pronunciado descenso en la calidad de vida. Miles de trabajadores y sus familias fueron forzados a vivir en barracones insalubres. Las tareas eran repetitivas y agotadoras. Los trabajadores, muchas veces muy jóvenes, laboraban 14 o 15 horas por día, para volver en las noches al hacinamiento de sus hogares.
El trabajo industrial era insostenible para los obreros, pero también era muy exigente para gerentes y empresarios. Se trataba de un nuevo ritmo operativo social que no se regía, a diferencia con lo que ocurría en épocas pasadas, por los ciclos naturales, sino por la capacidad de producir más en menos tiempo para satisfacer los mercados y aumentar las ganancias.
En la sociedad agrícola las actividades productivas y sociales estaban vinculadas a los fenómenos de la naturaleza: la siembra en primavera, la cosecha en verano, el almacenamiento en otoño, y la comercialización en invierno.
Esto se terminó cuando se impuso la sociedad industrial. La población rural debió mudarse a las ciudades perdiendo los referentes naturales de sus culturas tradicionales.
Al desarraigarse los campesinos, y al desvincularse las actividades productivas y sociales de los ciclos de la naturaleza, se fueron destruyendo gradualmente los remanentes de las antiguas sociedades de tipo comunitario que aún existían en muchos rincones del mundo rural.
Si bien algunos de estos elementos de solidaridad y cooperación sobrevivieron en las ciudades industriales, las nuevas condiciones fueron creando otras formas de relacionamiento que debilitaron los antiguos lazos.
La vida dura, que no dejaba descanso, llevó a que muchos individuos, se refugiaran en los nuevos brebajes que la propia sociedad industrial iba desarrollando para facilitar su funcionamiento. Los productos artificiales que se difundieron más rápidamente, probablemente debido a su precio bajo, fueron las aguardientes.
El proceso industrial imperialista facilitó el acceso a estas nuevas bebidas. Portugueses y españoles primero, y luego los franceses, ingleses y holandeses, habían establecido numerosas plantaciones de caña de azúcar en tierras coloniales con mano de obra esclava. Una parte importante de la producción de caña era utilizada para la preparación de bebidas alcohólicas destiladas, que luego eran transportadas a las ciudades europeas. Debido a ello, una de los primeras impactos que tuvo la urbanización industrial en la clase trabajadora fue la difusión masiva del alcoholismo.
Atrás del alcohol destilado llegaron los tabacos industriales. En poco tiempo toda la sociedad, ricos y pobres, estaban consumiendo tabaco en forma indiscriminada. Todos los días se fumaban miles de toneladas de tabaco, ya sea bajo la forma de cigarros o, a partir de mediados del siglo XIX, de cigarrillos, también armados industrialmente, dentro de una hoja de papel inflamable.
Al mismo tiempo el poder imperial inglés comenzó a promover la difusión de otras sustancias estimulantes con fines análogos: el té de Asia, el café de Africa y del Medio Oriente y el chocolate americano. Todos estos productos son ricos en cafeína, un estimulante moderado, con efectos relativamente inocuos sobre la salud en el corto plazo. A largo plazo, en cambio, el consumo de este alcaloide da lugar a una hiperactividad que se manifiesta en trastornos nerviosos y circulatorios.
Gradualmente, los habitantes de las ciudades industriales se fueron acostumbrando a una dosis diaria relativamente elevada de cafeína que facilitó el ambiente de competencia necesario en sociedades de ese tipo.
A ello se agregó el aumento paulatino del consumo del azúcar refinada, que a menudo se combinaba con el té, el café y el chocolate, multiplicando el efecto estimulante.
Hacia fines del siglo XIX se fueron incorporando nuevos productos traídos de América o importados de las nuevas colonias asiáticas o africanas. Entre ellos se encontraban la kola de Africa Occidental, la coca andina y el opio de la India. Estas incorporaciones habrían de continuar a escala cada vez mayor y con un ritmo crecientemente acelerado a fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX.
A instancias de las políticas gubernamentales de inyectar a los soldados para calmar el dolor de las heridas, se popularizaron los derivados de la amapola y del opio (como la morfina y más tarde la heroína), se amplió el consumo de hachís y cáñamo (que antes estaba restringido al Medio Oriente y luego se habría de extender considerablemente), se difundió la cocaína, a mediados del siglo XX se comenzó a utilizar el LSD (preparado sintético, que se relaciona con el principio activo del ololiuhqui mexicano y el cornezuelo europeo), y otros compuestos artificiales con propiedades similares.
El consumo de estas sustancias cambio cualitativamente cuando se estableció la prohibición. La represión dio lugar a la aparición del consumo clandestino de productos frecuentemente adulterados con diversos elementos espúreos. En algunos casos, la utilización fue promovida por las propias agencias de inteligencia estatales. El resultado de este proceso fue el desencadenamiento de graves problemas sociales graves que se fueron extendiendo globalmente en forma acelerada.

Ante esta situación, que ellos mismos crearon, los gobiernos se embarcaron en una campaña represiva aún más fuerte. La espiral perversa de la prohibición había comenzado a dar vueltas cada vez más rápido.
Al aumentar la represión se generaba un mayor retorno para los traficantes que ante la perspectiva de ganar mucho dinero estaban dispuestos a arriesgar cada vez más, reforzándose de ese modo las redes criminales. Al acentuarse las actividades criminales, se ampliaba el aparato represivo, logrando una mayor escasez de las sustancias prohibidas que, por ese motivo, veían incrementado su precio constantemente. A su vez este aumento de precio hacía rentable los riesgos que conllevaban las actividades de producción, tráfico y consumo de las sustancias ilegales.
El genio se había salido de la botella.
Del libro: Pueblos, Drogas y Serpientes, Danilo Antón, Piriguazú Ediciones.

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