martes, 1 de diciembre de 2015

Nuestras pequeñísimas progenitoras
Como llegó la vida a nuestro mundo
Antes que cayera a gran velocidad en el vientre acuoso de aquel mundo azul, ella había pasado mucho tiempo dormida en el hielo, protegida por una masiva envoltura gris de roca y polvo.
Es difícil saber cuanto tiempo transcurrió desde que dejó su otro mundo, al otro lado de estos universos estelares y gaseosos. La conciencia del tiempo requiere una complejidad especial que, por lo menos dentro de esta protuberancia sideral en que ella viajaba, aún no existía.
En su lugar de origen había otros seres iguales a ella, espirales  alargadas de vida nutridas por océanos y lagos diferentes, muy antiguos, muy lejanos.
Tal vez no llegó sola, probablemente venían con ella cientos, miles, millones de hermanas igualmente encerradas en sus costras heladas.
En su alargado cuerpo traía toda la información necesaria para reconstruirse entera, para navegar, para crear hijas nuevas replicadas a partir de los códigos viejos.
Cuando cesó la lluvia de partículas y rocas sobre las olas rugientes del gran mar, casi solitario, ella sintió resquebrajarse la costra y fundirse el hielo.
De a poco su roca-útero se fue achicando, hasta que pudo derivar, moverse en este mundo azul desconocido pero que parecía tan hospitalario como el propio.
Sus hermanas también habían caido allí, antes o después y estaban uscando sin pris, los calores, las luces, los alimentos necesarios. Al cabo de mucho tiempo, ellas, las pequeñísimas serpientes celestiales, se habían extendido a todas las aguas del planeta, a los océanos, a las nubes, a los ríos y lagos, y al rocío. Hasta las venas líquidas en lo más profundo dela tierra pasaron a estar pobladas por una muchedumbre de seresminúsculos. Madres e hijas, innumerables, reproduciendo los registros antiquísimos en las nuevas aguas terrenales, para crear otra esfera de vida en el espacio.
Ellas traían una capacidad principal en sus larguísimas y enroscadas espirales, la del aprendizaje.
Podían reproducirse en millones de copias casi idénticas y tan sólo trasmitir hacia el futuro aquellos rasgos más resistentes, más eficientes, más benéficos.2
Así lograron aprovechar la energía de la estrella del sistema para construir sus propios cuerpos y a utilizar los gases del aire como la base de su materia viva.
Muchas de ellas se unieron para mejorar su adaptación al medio. Formaron numerosas asociaciones en las que cada una adoptó una función determinada. Protegidas en la multitud lograban ayudarse mutuamente en la difícil tarea de la supervivencia.
Cada generación registró la experiencia del éxito y el fracaso. Los códigos se enriquecieron en nueva información sobre el planeta azul y así fueron aprendiendo y trasmitiendo lo aprendido.
De a poco ocuparon todos los espacios líquidos del astro, desde las altas nubes hasta las aguas calientes en las resquebrajaduras de las rocas.
Y el planeta comenzó a vivir de una manera diferente .
Parecían tener una estrategia, y tal vez la tenían, incrustada en los millones de antiguas instrucciones heredadas de otros mundos.
Cambiaron los gases de la atmósfera, consumieron el compuesto ga abundante que ellas mismas habían formado, mientras que las otras continuaban construyendo sus organismos con la ayuda de la luz del sol o de otras fuentes de energía provenientes de las profundidades.
Gracias a estos cambios lograron conservar la temperatura de los aires y las aguas relativamente estable.
Como la estrella se calentaba gradualmente, crearon un sistema de enfriamiento, que permitió refrescar la atmósfera, manteniendo el ambiente dentro de los límites  apropiados para la vida.
A la vez desarrollaron nuevos sistemas para favorecer el aprendizaje y mejorar las réplicas futuras. Algunas especies se dividieron en dos grupos distintos, pero complementarios. Los individuos de un grupo se unían a los del otro grupo para reproducirse en forma más variada.
Ya no eran miles o millones de copias casi idénticas, sino combinaciones múltiples  entre las dos mitades complementarias.
Una de estas mitades, la femenina se dedicó a gestar los huevos y generar nuevas crías, y la otra, la contraparte masculina, a cooperar de diversas formas para su formación y crecimiento.
Así fueron surgiendo numerosísimas variantes.
Algunas especies crecieron a tamaños gigantescos, asociaciones de billones de espirales en sus envolturas acuosas, mientras que otras se mantuvieron separadas, como en los viejos tiempos de la lluvia del hielo.
La mayoría de las asociaciones siguieron flotando o nadando en todos los niveles de mares y lagos, unos grupos intentaron salirse del agua y se arrastraron por la tierra seca llevando sus sacos líquidos a cuestas.
También se desarrollaron en los suelos enterrando raíces en la tierra para absorber la humedad y elevando sus hojas hacia el cielo para obtener la luz y el gas precioso del carbono.
De esa forma se formaron complejas asociaciones en donde trillones de minúsculas serpientes, se agrupaban, crecían y morían, replicándose en número cada vez mayor. En cada nueva generación aprendían muchas cosas, y las trasmitían a la siguiente.
Todo el  planeta estaba vivo, latía al compás de los nuevos intentos y exploraciones,  y así, de a poco, se fue organizando su materia.
Del libro “Pueblos, Drogas y Serpientes” de Danilo Antón, Piriguazú Ediciones

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