miércoles, 2 de diciembre de 2015

Haití: Una identidad forjada a partir del sufrimiento y el esfuerzo.

Danilo Antón

Tout moun fèt lib, egal ego pou diyite kou wè dwa. Nou
gen la rezon ak la konsyans epi nou fèt pou nou aji
youn ak lot ak yon lespri fwatènite

(artículo 1º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en créole)

A partir de la invasión europea a fines del siglo XV la isla de Haití (hoy inadecuadamente denominada “Hispaniola”) comenzó a cargar un pesadísimo karma, que tal vez no sea posible encontrar en ningún otro lugar del mundo. Es una historia dramática y trágica, desenvuelta a través de sucesivos genocidios, masacres y explotación masiva de la mayoría de los grupos humanos que habitaron el país.
Cuando llegaron las primeras expediciones españolas capitaneadas por Cristóbal Colón, el territorio isleño, hoy ocupado por las repúblicas de Haití y República Dominicana, estaba habitado por varias naciones de la etnia taína.
Se trataba de un lugar extremadamente próspero, con suelos fértiles, caudalosos ríos y costas marinas muy productivas. Si bien es difícil calcular con precisión la población nativa de la época, de acuerdo a las estimaciones del sacerdote contemporáneo Bartolomé de las Casas, sus 76,500 km2 albergaban a más de 2 millones de habitantes.


En poco tiempo ese número disminuiría dramáticamente. La eliminación sistemática de los taínos por parte de los conquistadores constituyó uno de los genocidios más crueles que se conocen. Los invasores ocuparon, atacaron, destruyeron, persiguieron, violaron, torturaron y ejecutaron a la numerosa población taina con una saña pocas veces registrada en la historia. En menos de medio siglo el pueblo taíno desapareció de la faz de la tierra. Nos quedan como herencia sus restos arqueológicos y unas cuantas palabras en el vocabulario español e internacional: cacique, batata, maíz, casave, yuca, hamaca, canoa, enagua, tabaco, entre otras.
Para poder producir azúcar en Haití, rebautizada Santo Domingo, los españoles secuestraron e “importaron” poblaciones de muchos países cercanos. Así, trajeron cientos de miles de aborígenes de las Lucayas (Bahamas), Antillas Menores, Nicaragua, Panamá, costas de Venezuela. La mortandad de los nuevos esclavos fue tan alta que esta fuente de trabajo forzado se terminó agotando rápidamente.



                                                           
                                                                  Los tainos

Ya a mediados del siglo dieciséis se habían abierto las puertas para la importación masiva de mano de obra esclava de las colonias europeas en Africa (particularmente las enclaves portugueses y zonas de influencia: Guinea, Congo, Dahomey, Angola, los reinos Yorubas, etc). 
Al cabo de unas décadas la isla se transformó en uno de los principales centros de producción de caña de azúcar (y por tanto de aguardiente y sus derivados) que tanta importancia se daba en Europa, así como de algodón, tabaco y otros productos. Los colonos podían obtener cuantiosas ganancias porque tanto la tierra como la mano de obra esclava eran “gratis”.
A fines del siglo XVII España cedió la porción occidental de la isla a Francia constituyéndose la colonia francesa de Saint Domingue.
Al igual que el “Santo Domingo” español, la porción francesa de la isla desarrollaba su producción en base a una numerosa población esclava de origen africano que a fines del siglo XVIII alcanzaba 1 millón de personas.(en la década de 1780 al 1790 se llegaron a “importar” 40,000 esclavos por año).
La colonia producía azúcar, algodón, tabaco, café, índigo (tintura azul) y daba lugar a una gran prosperidad económica para los plantadores. Éstos eran apenas 20,000 colonos que, sin embargo, debido a su pequeño número, experimentaban crecientes dificultades para controlar la rebeldía de la numerosísima población esclava.
Fue en ese contexto que, a partir de 1789, al producirse la revolución en Francia, las ondas expansivas del fenómeno comenzaron a llegar a la colonia.
En 1791 estalló una revuelta generalizada que habría de durar varios años y finalmente, luego de mucha lucha y sangre, culminaría, el 1º de enero de 1804 con la declaratoria de independencia de un nuevo estado recuperando el viejo nombre taíno: Haití.
Era el primer país independiente de América luego de los Estados Unidos y el único quilombo afro-americano que fue victorioso y obtuvo su soberanía.
Para los haitianos no fue fácil organizar un estado funcional con la historia de explotación extrema y diversidad étnica que tenían los ciudadanos del nuevo país.
No había experiencia para desarrollar un estado al estilo “europeo” y las bases culturales africanas, que hubieran permitido una organización política estable y consolidada, estaban desestructuradas debido a la mezcla de pueblos y a la degradación social y cultural resultante de las condiciones de esclavitud.
En los hechos, se sucedieron gobernantes y regímenes, incluyendo intervenciones de los imperios de turno, terminando con la ocupación del país por las fuerzas militares norteamericanas desde 1915 hasta 1934. La desocupación de Haití en 1934 fue simbólica. Los EEUU continuaron controlando la política interna de Haití en las décadas siguientes. El acontecimiento político más autoritario lo constituyó la subida al poder de Francois Duvalier “Papa Doc” en 1957 quien apoyado en sus Tonton Macoutes (llamados así por un “monstruo” de la religión afro-haitiana del vudu) gobernó el país con mano de hierro por 14 años hasta su muerte en 1971.
“Papa Doc” fue sucedido por su hijo “Baby Doc”, de 19 años, quien prácticamente se desinteresó de las funciones del gobierno, promoviendo un ambiente de extrema corrupción que terminó con su derrocamiento por el ejército en 1986.
Luego de un período de estabilización que culminó en las elecciones presidenciales de 1990, fue elegido el sacerdote salesiano Jean-Bertrand Aristide con 67% del voto popular. Al año siguiente (1991) Aristide fue derrocado por un golpe de estado militar iniciándose un nuevo período de inestabilidad con realineamiento de las fuerzas políticas que culminó con la vuelta al poder de Aristide en el año 2001. Su nuevo gobierno duró tres años al cabo de los cuales fue nuevamente derrocado (se sospecha del involucramiento de los EEUU) en febrero del año 2003.
Antes que su líder partiera del país al exilio forzado los partidarios de Aristide distribuyeron armas en la población para ayudar a la resistencia contra el golpe. Esta acción ayudó a crear las condiciones para que más tarde se desencadenara una situación de violencia urbana y bandidismo que habría de afectar la vida en el país en los años siguientes.
En el año 2004, con el fin de devolver la tranquilidad y reordenar la situación política y social del país, las Naciones Unidas decidieron enviar fuerzas de paz cuyos contingentes principales incluían a Brasil, Uruguay, Francia, Canadá, Chile y otros países. Estas fuerzas todavía se encuentran en Haití pero crecen las demandas en la sociedad haitiana para que se retiren, Haití no necesita tropas de ocupación. Solo se logrará la estabilidad política en el país cuando los haitianos se apoyen en sus propias fuerzas. .
Además de los problemas políticos, económicos y sociales que han dificultado enormemente la sobrevivencia de Haití como estado organizado, los haitianos han debido convivir con una naturaleza contradictoria, a la vez .pródiga y despiadada. En un ambiente de alta fertilidad y humedad donde pueden crecer varios cultivos por año con elevados rendimientos, existe otro aspecto de las condiciones naturales que no es tan beneficioso.
En efecto, Haití está sometida regularmente a destructivos terremotos y huracanes que son una componente periódica y dramática de la vida en el país. A principios del 2010, cuando parecía que la situación política se consolidaba con el establecimiento de un gobierno aceptado socialmente, ocurrió una gran catástrofe sísmica en la región de Puerto Príncipe. El 12 de enero de ese año, los sistemas de fallas que separan la placa del Caribe de la placa de América del Norte se activaron, produciendo una ruptura a 13 kilómetros de profundidad con epicentro a 25 km al oeste-suroeste de Puerto Príncipe (y una intensidad de 7.3 en la escala Richter).
Debido a la escasa profundidad del hipocentro el temblor se sintió muy fuertemente en la superficie, en particular en la propia conurbación de Puerto Príncipe, provocando enormes destrucciones.
Los efectos del terremoto se vieron magnificados debido a la falta de prevenciones y controles anti-sísmicos en la organización y arquitectura de la ciudad. La zona urbana fue devastada con 80% de las construcciones de mampostería derruídas y varias decenas de miles de muertos y/o desaparecidos.

Aunque esta catástrofe tal vez ha sido la peor de la historia, es bueno recordar que Haití ya estaba en cierto modo acostumbrado a las catástrofes naturales. El país había sufrido destructivos temblores de tierra en varias oportunidades. En 1751 Puerto Príncipe había sido arrasada por un gran terremoto y en 1842 toda la isla sufrió las consecuencias de un violento sismo en donde Puerto Príncipe sufrió daños importantes y la ciudad de Cap-Haitien, al norte de la isla, quedó totalmente aniquilada. Hubo además terremotos destructivos en 1618, 1673, 1684, 1761, 1770, 1860 y 1887.
Pero Haití no ha sido sólo víctima de catástrofes sísmicas. La isla se encuentra en la trayectoria de los huracanes caribeños que naciendo en el Atlántico ecuatorial se desplazan hacia el noroeste afectando con frecuencia a la nación caribeña.
Los huracanes del Caribe pueden ser muy destructivos. A lo largo de su historia Haití fue víctima de un gran número de huracanes fuertes y muy fuertes. En las décadas recientes (desde 1950) se registraron intensos huracanes con pérdidas materiales y humanas en 1954, 1958, 1963, 1964, 1965, 1980, 1987, 1998, 2002, 2004 y 2008.
Paradójicamente, al mismo tiempo que el país sobrevivía a todos estos acontecimientos naturales dramáticos, la población de Haití se incrementaba año a año. En 2010, en una superficie reducida de 27,000 km2 los habitantes de la isla aumentaban a 9 millones de habitantes. Hay que recordar que el país no posee recursos minerales importantes, sus bosques han sido quemados y talados, muchos suelos están erosionados y su potencial agropecuario muy disminuido.
A ello se agrega que la sociedad haitiana no dispone de una tecnología productiva adecuada y que los sistemas productivos existentes no son suficientes para sostener a la población.
Como consecuencia de lo dicho anteriormente, Haití es un país muy pobre desde el punto de vista económico. Tiene los ingresos per capita menores del continente (1,600 dólares) y ochenta por ciento de la población vive por debajo de la línea de pobreza. La mortalidad infantil y las enfermedades evitables están generalizadas. Faltan infraestructuras y servicios. El Indice de Desarrollo Humano es el menor de las Américas (0.467), al nivel de los países más pobres del mundo, y el desempleo supera la cuarta parte de la población.
Debido a este contexto la emigración ha sido una constante durante todo el siglo. Hoy hay más de dos millones de haitianos fuera del país: en los EEUU, en Canadá, en Francia, y también en su vecino, la República Dominicana.
A pesar de esta situación aparentemente sin salida se pueden sentir síntomas de un potencial muy grande a nivel humano y espiritual que permiten albergar esperanzas para el futuro.
Este potencial se aprecia en el arte y la cultura, en el sincretismo de las diversas fuentes culturales y en la nueva identidad sufrida y valiosa construida día a día a partir de la diversidad afro-caribeña y alimentada por las experiencias existenciales del pueblo.
La nueva identidad, que a la vez es muy antigua, se estructura culturalmente a través del vudú haitiano. El vudú es un sistema espiritual y ceremonial desarrollado a partir de las religiones yorubas y de otros pueblos de la costa occidental africana.
Los esclavos africanos desarrollaron sus creencias y rituales combinándolos entre sí, agregando elementos del cristianismo y de las religiones nativas americanas (al modo del candomblé afro-brasilero, y la santería cubana). El resultado es una cosmogonía y ámbito espiritual sincrético que se nutrió de muchas raíces y hoy impregna la vida diaria de los haitianos.
Al mismo tiempo que construían su religión identitaria, los haitianos fueron desarrollando su propia lengua a partir del francés colonial modificado y enriquecido por aportes de los idiomas africanos: el créole. Hoy el créole es la lengua oficial de Haití con una literatura original y productiva. Junto con el guaraní de Paraguay, el créole haitiano es la única lengua autóctona oficial del continente americano.
En el arte, en particular en la pintura, los haitianos demostraron la intensidad y riqueza de sus visiones. Las avenidas de Puerto Príncipe son verdaderas galerías de arte, donde se alinean cientos de cuadros con un sentido estético impresionante y un estilo propio, desde el arte naif al surrealismo y realismo mágico. Los haitianos llevan su arte consigo adonde migran, y por eso también es posible ver estos mercados de pinturas haitianos en los malecones de Santo Domingo y en los barrios de inmigrantes haitianos en Miami, Montreal y París.
En fin, Haití no es una nación en extinción. Todo lo contrario.
A pesar del sufrimiento y la destrucción el pueblo haitiano renacerá.
En ese futuro los haitianos aportarán a la humanidad todo su bagaje de experiencia y lucha.
Podrán enseñarnos muchas cosas Acerca del sufrimiento y el gozo, de los colores de la vida, de las luces y las sombras, de la muerte y la resurrección.
Danilo Antón.



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