viernes, 6 de noviembre de 2015

No olvidar la Masacre de Rincón Bomba en el Chaco



Hay mucha impunidad en la "construcción" de las naciones criollas de América. Un caso ilustrativo y muy grave ocurrió en 1947 cuando la gendarmería argentina masacró varios cientos de personas de la nación pilagá. Este cruel episodio genocida fue ignorado por los medios en la República Argentina porque ponía en tela de juicio la legitimidad histórica de la soberanía argentina en el territorio de las naciones aborígenes del Chaco.
La nación de los pilagás es un grupo nativo que habita en las actuales provincias de Formosa, Chaco y Santa Fe. Junto con los tobas, mocovíes y abipones (hoy extinguidos por la invasión criolla) constituyen la familia de los guaycurúes (palabra guaraní con las que habitualmente se la designa).
El genocidio provocado por los criollos de Buenos Aires llevó a la desaparición de los abipones y la disminución demogràfica de estos pueblos chaqueños. Los métodos utilizados para atacar a las naciones de El Chaco fueron varios, efectivos e inescrupulosos::matanzas, saqueo, envenenamiento, contagio premeditado de enfermedades letales, usurpación de tierras, aculturación forzada y otras estrategias similares. Como resultado de estas acciones sistemáticas el gobierno de Buenos Aires logró la dominación del territorio y la incorporación forzada del Chaco a la soberanía argentina (imperialismo criollo). Esto ocurrió a fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Una de las últimas acciones agresivas ocurrió en 1947 en la llamada “Masacre de Rincón Bomba”.en donde fueron asesinados más de 500 pilagás, incluyendo mayoría de mujeres y niños.
En la Argentina actual, donde se tomaron acciones para terminar con la impunidad de la època dictatorial, todavía hay total impunidad por estos actos genocidas de 1947 (que, por otra parte siguen ocurriendo hasta el día de hoy).
Actualmente hay unos 8,000 pilagás en el territorio de la Argentina. La ECPI (Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas) 2004-2005 de ese país registró que se autorreconocieron 4465 pilagás, viviendo 3867 en unas 25 comunidades.
Aquí adjunto una descripción de la matanza de Rincón Bomba
Matanza de Rincón Bomba por Luis Zapiola
La llamada "Matanza de Rincón Bomba", acaecida en las cercanías de la hoy ciudad de Las Lomitas, ocurrió entre el 10 y el 30 del mes de octubre del año 1947, hace 58 años, en el entonces Territorio Nacional de Formosa.
El Juzgado Federal de Formosa recibió una denuncia de una supuesta violación de derechos humanos por crímenes de "lesa humanidad", contra el Estado nacional por estos hechos. Por la misma se solicita la indemnización de daños y perjuicios, lucro cesante, daño emergente, daño moral y determinación de la verdad histórica, a favor del pueblo de argentinos de etnia Pilagá.
Dicha demanda fue presentada por el Abogado Julio César García con el patrocinio del Doctor Carlos Alberto Díaz. A continuación, la presentación hecha por Díaz y García narrando la forma en que habrían ocurrido los hechos hace casi 60 años en territorio formoseño. El informe señala que: En el mes de abril de 1947 miles de braceros Pilagás, Tobas y Wichís son despedidos sin indemnización alguna del Ingenio San Martín de El Tabacal.
Un mes antes habían sido traídos, desde el Territorio Nacional de Formosa, caminando cientos de kilómetros, cargando al hombro sus pobres enseres, sus mujeres y sus niños con la promesa que se les pagaría $ 6 por día. Una vez en El Tabacal se les quiso abonar la suma de $ 2,50 por día. "...Considerándose defraudados recurrieron ante las autoridades respectivas de El Tabacal y no pudieron obtener justicia, por el contrario, cuando insistieron en sus reclamaciones fueron despedidos inhumanamente. El pueblo condolido les ayudó dentro de sus posibilidades.
Del Tabacal volvieron a pie hasta Las Lomitas porque carecían de medios para hacerlo por ferrocarril..."(Diario "Norte", de Formosa del 13 de mayo de 1947). Allí se reúnen entre 7.000 a 8.000 indígenas según Teófilo Ramón Cruz, Revista Gendarmería Nacional, ed.120-3-1991. Las primeras víctimas de la hambruna y las enfermedades comenzaron a ser los niños y los ancianos. Luego los hombres y las mujeres. La situación expulsa a esta población a salir de su ámbito natural y buscar ayuda en las poblaciones cercanas, ubicándose en el paraje conocido como "Rincón Bomba". Una delegación encabezada por el Cacique Nola Lagadick y Luciano Córdoba piden ayuda a la Comisión de Fomento de Las Lomitas y al Jefe del Escuadrón 18 Lomitas de Gendarmería Nacional, Comandante Emilio Fernández Castellanos.
Se trasladan hasta un descampado, ubicado a 500 metros, aproximadamente, del pueblo "para que se vean nuestras miserias...". Comienzan a mendigar las madres con sus hijos en brazos, puerta por puerta, pidiendo tan sólo un poco de pan. Al principio algunos se solidarizan, inclusive el Jefe del Escuadrón de Gendarmería, como algunos de sus hombres a su mando, se preocupan por la desesperante situación, les dan yerba, azúcar y ropas. Pero al transcurrir de los días las puertas ya no se abren y no se les recibe más en el Escuadrón.
"Mandaron lenguaraces al poblado y lograron se concretara el primero de sus pedidos, consistente en víveres diversos y ropa para vestir (de pies a cabeza) a seis indios, con la misión de posibilitarles su traslado a Buenos Aires para entrevistar a las autoridades y al Presidente Perón. El jefe de Unidad reunió entonces a comerciantes y ganaderos obteniendo de su colaboración víveres y ganado en pie que eran distribuidos por personal del Escuadrón. Así al principio. Pero al poco tiempo, los indios ya no pedían: exigían. De que primero quisieron ver al Presidente en Buenos Aires, es cierto, tan cierto, como que después desistieron proponiendo que el Presidente los visitara a ellos "para que viera cómo vivían"... hubo muchas indigestiones, y hasta dos muertes, más la madre del propio Pablito (el cacique). Amanecieron indigestados y debido al fuerte descenso de la temperatura en horas de la noche, resfriados y engripados, aduciendo entonces "haber sido envenenados".
El Presidente de la Comisión de Fomento, telegráficamente, lo impone de la situación al Gobernador Federal solicitándole el urgente envió de ayuda humanitaria.
El Gobernador se comunica diligentemente con el Ministro del Interior de la Nación haciéndole saber la gravedad de la situación y la falta de recursos en el territorio para afrontarla. Este a su vez le hace saber al presidente Juan Domingo Perón quien ordena inmediatamente, como parte de una ayuda mayor y planes de desarrollo social, el envió de tres vagones por el ferrocarril General Belgrano, con alimentos, ropas y medicinas. La carga llega a la ciudad de Formosa en la segunda quincena del mes de septiembre consignada al delegado de la entonces Dirección Nacional del Aborigen Miguel Ortiz.
Permanece en la estación, a la intemperie, diez días aproximadamente. Enterado el gobernador Hertelendy de la injustificada demora y consiente de la situación de los indígenas, conmina por intermedio y en persona del Jefe de la Policía Nacional de Territorios, al delegado de la Dirección Nacional del Aborigen la inmediata partida del cargamento.
A la estación de Las Lomitas, llega un solo vagón lleno, dos semivacíos, los primeros días de octubre de 1947, sólo con alimentos, la mayoría en mal estado por el tiempo transcurrido entre el envío y la irresponsable dilación en su entrega por parte del Delegado de la Dirección Nacional del Aborigen: harina con gorgojos y moho; grasa para cocinar derretida por el calor; azúcar; yerba, galletas ya verdes en bolsas. Son distribuidos y consumidos rápidamente por los miles de famélicos, hambrientos, enfermos, semidesnudos y debilitados seres humanos.
A las pocas horas comienzan a sentir los síntomas de una intoxicación masiva. Fuertes dolores intestinales, vómitos, diarreas, desvanecimientos, temblores y nuevamente la muerte... primeramente de los que se encontraban más débiles que llegó a más de cincuenta, mayormente niños y ancianos. Los gritos y quejidos de dolor en las noches de las madres que aún sostienen en sus brazos a sus bebes muertos retumbaban en la noche formoseña. No tenían consuelo. Los primeros son enterrados en el cementerio "cristiano" de Las Lomitas. Al ser tantos se les niega que lo sigan haciendo en el mismo, evitando el acceso de los cadáveres al mismo. No les queda otra posibilidad que hacerlo en el monte. Las ceremonias mortuorias, con sus danzas rituales marcadas con el ritmo de instrumentos milenarios, retumban noche tras noche.
El jefe del Escuadrón lo llama al Delegado Nacional del Aborigen, increpándolo y pidiéndole explicaciones sobre las faltas en los abastecimientos y el mal estado en que habían llevado y se habían distribuidos. Este, al parecer de carácter muy soberbio, le contesta en forma descomedida diciéndole que "...que tanto se preocupaba si al final son indios...". Fernández Castellanos, muy nervioso por la situación que le toca manejar e indignado, seguramente, por el desprecio hacia los indígenas demostrado por Ortíz, le pega una cachetada que lo tira de espaldas en la puerta de su despacho, adelante de algunos de sus subordinados. Ortiz sale corriendo del Escuadrón y desaparece de Las Lomitas.
Comienza a circular el rumor, lanzado a rodar por no se sabe quién, que aquellas sombras de seres humanos no sólo ahora hambrientos, desarmados, indefensos, sino también enfermos, estarían por atacar a no se sabe quién. Comienza a hablarse del "peligro indio". Gendarmería Nacional forma un "cordón de seguridad" alrededor del campamento aborigen. No se les permite traspasarlo ni ingresar al pueblo a los Pilagás. Se colocan ametralladoras en "nidos", en distintos sitios "estratégicos". Ya son más de 100 los gendarmes, armados con pistolas automáticas y fusiles a repetición que día y noche custodian el "ghetto".
Hasta que sucede lo inexorablemente esperado. En el atardecer del 10 de octubre "...el cacique Pablito pidió hablar con el Jefe (del escuadrón), por lo que concerté una entrevista a campo abierto. Los indios, ubicados detrás de un madrejón, nos enfrentaban a su vez, hallándonos con dos ametralladoras pesadas, apuntando hacia arriba. En los aborígenes (más de 1.000) se notaba la existencia de gran cantidad de mujeres y niños, quienes portando grandes retratos de Perón y Evita avanzaban desplegados en dirección nuestra".
En tales instantes se escucharon descargas cerradas de disparos de fusil ametralladora, carabinas y pistolas, origen de un intenso tiroteo del que el Cte. Fernández Castellanos ordenó un alto de fuego, pensando procedía de sus dos ametralladoras, lo que no fue así: el 2º Cte. Alia Pueyrredón, sin que nadie lo supiera, hizo desplegar varias ametralladoras en diferentes lugares del otro lado del madrejón, o sea unos 200 metros de nuestra posición y en medio del monte...".
Se lanzan bengalas para iluminar la dantesca escena y determinar mejor los blancos a tirar. Cientos de mujeres con sus niños en brazos, ancianos y hombres comienzan a huir hacia ninguna parte que los lleva fatalmente a la muerte. Con las primeras luces del alba la imagen es dantesca. Más de 300 cadáveres yacen. Los heridos son rematados. Niños de corta edad, desnudos, caminan o gatean, sucios, entre los cadáveres, envueltos en llanto.
Luego del ametrallamiento "...pensando que al llegar la noche atacarían avanzando sobre Las Lomitas, efectuamos tiros al aire desde todos lados para dispersarlos. El tableteo de la ametralladora, en la oscuridad, debemos recordarlo, impresiona bastante. Muchos huyeron escondiéndose en el monte, al que obviamente conocían palmo a palmo..." (Comandante Mayor (R) Teófilo Ramón Cruz, ob. cit.).
Pero allí no termina la matanza. Comienza la persecución de los que pudieron escapar, "para que no queden testigos", contando la Gendarmería Nacional con la "colaboración" de algunos civiles. Van en dirección a Pozo del Tigre la mayoría, otros para Campo del Cielo, miles se guarnecen en la espesura de los pocos montes que quedan. En los días subsiguientes son rodeados por las partidas. Y allí nuevamente son masacrados en distintos lugares (Campo del Cielo, Pozo del Tigre, etc.) más de 200 personas. Entre los represores ninguna víctima. Se hubiera podido seguir la trayectoria de las tropas por las piras de cadáveres humanos que se quemaban, porque "no había tiempo para enterrarlos", a medida que avanzaban.
La presentación de los abogados Díaz y García habla de que "en total son asesinados en la "campaña" entre 400 a 500 argentinos de etnia Pilagá, aproximadamente, además de los heridos y más de 200 "desaparecidos". Ello sumado a los más de 50 muertos por intoxicación, hambre y falta de atención médica y la desaparición de un número indeterminado de niños, elevan las bajas a más de 750, entre niños, ancianos, mujeres y hombres. La locura llega al extremo de solicitar la intervención de dos aviones caza-bombardeos"

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