Todos los años las mujeres y los hombres de Iximché venían al pie de la Madre-Montaña a presentar sus ofrendas. De vez en cuando, la Madre-Montaña también hablaba por sus bocas de cráteres para retribuir el homenaje. Los habitantes de Iximché respondían con nuevas ceremonias, ofreciendo maíz, cacao y frijoles. Este amigable diálogo duró por mucho tiempo. Pero un día llegaron aquellos hombres extraños, montados en grandes bestias. Vestían corazas metálicas y usaban cañas de fuego. Entraron a Iximché matando y destruyendo. Se apoderaron de la gente y de las casas. A partir de ese momento ya no hubo ceremonias al pie de la montaña. El sol dió una vuelta, y luego otra y nadie vino a saludar a la montaña como antes. Los invasores no se lo permitieron. Y entonces la Madre-Montaña tembló. Rugió muy fuerte. Como una hembra jaguar defendiendo sus cachorros. Muchos invasores murieron. Los restantes se marcharon al pie del Volcán de Agua, desplazaron a las comunidades que allí vivían, las esclavizaron y maltrataron de la misma manera como lo habían hecho en Iximché. Luego construyeron sus casas y establecieron sus plantaciones. Al Padre-Volcán-de-Agua tampoco le gustó esta nueva gente. Los pueblos cakchikel acostumbraban llevarle regalos cada año. A partir del momento que ellos llegaron se terminaron las ofrendas. Transcurrieron varios años. El Padre-Volcán se enojó, llenó de agua su lomo y con un corcovo gigantesco les tiró un lago entero a los recién llegados. Allí muchos perecieron. Otros continuaron su tarea de muerte y destrucción. Desde entonces la Madre-Montaña y el Padre-Volcán continuaron temblando y tronando. Todavía lo hacen. A veces se quedan quietos por mucho tiempo pues no tienen apuro. Saben que muy pronto, dentro de apenas unos cincuenta soles, se ha de terminar el Ciclo de la Muerte. Los cakchikel y los quiché también lo saben.
del libro "La Mentira del Milenio" de Piriguazú Ediciones
Danilo Antón
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