El país charrúa
Es atardecer de verano en los países del Sur.
El sol se ha puesto por detrás de nubarrones arremolinados y densos que dejan pasar algunos últimos rayos solares entre sus grises formas aborregadas.
Las luces del atardecer se proyectan en la bóveda crepuscular generando una gran diversidad de colores cambiantes y de figuras sugestivas.
Comienza a soplar el viento sobre la vasta superficie acuática, se levanta el oleaje, los árboles inclinan sus copas levemente.
A la distancia se puede apreciar el resplandor de relámpagos esporádicos que anuncian que se acerca una nueva tormenta al país del jaguar.
Los pescadores del río-mar recogen sus redes y retroceden a sus ensenadas y aldeas.
Mañana, cuando todo amaine, será posible volver a salir al mar.
Desde las costas de las grandes barrancas hasta las tierras anegadizas del Paraná hay otros pescadores que también vuelven a sus campamentos y caseríos por esta noche.
La mayor parte de la gente del río-mar pertenece a la nación charrúa.
Por más de cien generaciones y miles de soles nuevos los charrúas habitaron las orillas e islas del río-mar.
Navegaban el oleaje en sus imponentes canoas, que podían albergar hasta cuarenta remeros de pie, para pescar corvinas, sábalos y otros peces, para comerciar o para combatir sus amigos-enemigos.
Estamos hablando de un pueblo antiguo, hecho a la semejanza del río como mar.
Ellos también cazaban y recogían frutos y semillas de praderas y bosques, y donde era posible plantaban sus cultivos, el maíz, los porotos, los zapallos, el tabaco, y hacia el norte, la mandioca y el algodón.
Comerciaban periódicamente con los pueblos vecinos. Intercambiaban productos del mar, frutos, granos y semillas, productos de la caza, sal y minerales, tinturas, plumas, amuletos y objetos de metal provenientes de las montañas lejanas.
Las guerras no eran frecuentes. Los charrúas eran hombres y mujeres fuertes y decididos, buenos remeros, rápidos en la carrera y el nado, diestros en el manejo del arco, la lanza, la maza y las boleadoras. Eran defensores encarnizados de sus territorios ancestrales.
Además eran muchos. En toda su zona de influencia había más de cincuenta comunidades que podían albergar a uno o dos centenares de familias cada una.
Se extendían desde el extremo oeste de su país, en las tierras bajas del Paraná, lindando con los timbúes, hasta las puntas rocosas en el este del río-mar donde solían acampar los goanoás durante la época de la corvina.
A veces las comunidades charrúas tenían conflictos entre sí.
Algunos grupos que intentaban ingresar sin autorización en el territorio reconocido de otros podían provocar tensiones y reacciones, incluso enfrentamientos.
Algunos grupos que intentaban ingresar sin autorización en el territorio reconocido de otros podían provocar tensiones y reacciones, incluso enfrentamientos.
Claro, que se procuraba reducir la violencia a un mínimo. En muchos casos se pactaban batallas rituales que rara vez terminaban con la muerte de alguno de los contendientes. Estas batallas podían realizarse en el río, entre canoeros, o en tierra usando las lanzas, mazas y boleadoras.
Más sangrientos podían resultar los enfrentamientos con lanzas, flechas y boleadoras con algunos pueblos guerreros que habían migrado hacia el Sur en los últimos tiempos. En particular hubo guerras duras con algunas comunidades guaraníes que procuraron instalarse por la fuerza en costas charrúas.
También hubo combates con los goanoás por el control de las pesquerías del este y el marcado y caza de los rebaños de venados y pecaríes en las zonas de praderas.
Al norte, los charrúas desarrollaron una relación generalmente pacífica con las naciones de yaros y bohanes. Sin embargo, más de una vez hubo conflictos con ellos, particularmente cuando estos pueblos del norte pretendieron establecerse en islas y costas que habían sido charrúas por mucho tiempo.
Con los timbúes las relaciones eran más cordiales. Habitualmente canoeros de ambas naciones se visitaban mutuamente trayendo mercaderías y noticias.
Los timbúes eran numerosos y tenían contactos con otros pueblos aguas arriba del gran río de donde venían algunos productos comerciados.
Las aldeas charrúas tenían líderes religiosos, mujeres y hombres, generalmente ancianas y ancianos con ascendencia espiritual, y jefes de guerra cuando se producían conflictos.
En casos extremos, varios grupos se unían para enfrentar al enemigo común.
Las comunidades se convocaban por medio de señales de humo que contenían complejos códigos y mensajes para comunicarse a distancia.
En las aldeas charrúas los individuos desarrollaban numerosas habilidades. Las personas aprendían a fabricar viviendas, herramientas, variados objetos de utilidad práctica y armas. Así en cada comunidad había varios individuos que podían hacer redes y anzuelos, canoas y remos, morteros con sus manos, lanzas, arcos y flechas, boleadoras, encendedores de fuego, adornos plumarios, collares, peines, abrigos y pulseras. Hombres y mujeres estaban capacitados para obtener alimento para sí y su familia, para practicar los ceremoniales religiosos, plantar los principales cultivos y reconocer las plantas y animales útiles y medicinales.
De "Los Pueblos del Jaguar", D. Antón, Piriguazú Ediciones
De "Los Pueblos del Jaguar", D. Antón, Piriguazú Ediciones
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