Rusofobia; irracionalidad y propaganda
El sentimiento anti-ruso, es una mezcla de miedo histórico desarrollado por un adoctrinamiento europeo de varios siglos agregado a la preocupación de las burguesías europeas por el surgimiento de la revolución bolchevique a principios del siglo XX. Tambén es un método político que cada tanto permite a los gobiernos europeos justificar algunos decisiones que podrían ser discutibles pero que frente a un enemigo demostrado aseguran la aprobación de las multitudes fácilmente convencibles.
Es también claro que el miedo a Rusia, o mejor dicho, el miedo a una posible intromisión de una Rusia supuestamente expansionista y belicista, fue un elemento protagónico en la historia del siglo XX.
Este sentimiento alimentado por los regímenes europeos y crecientemente norteamericanos ha fungido como un elemento central de una cultura política, bastante simplista que reina en el llamado mundo occidental (o sea, Estados Unidos y Europa). Esta idea de que existe una Rusia agresiva, expansionista e imperialista cuyo objetivo sería dominar todos los países del mundo está muy acendrada en la cultura europea y norteamericana.
Algunos piensan que para que Rusia haya llegado a ser el país mas grande del mundo,, le fue necesario conquistar muchos territorios y los pueblos que en ellos habitaban.
En realidad el origen de este sentimiento tiene raíces históricas que no empezaron en la guerra fría de la segunda mitad del siglo Xx. En este periodo esa ida se elevó a su máxima expresión, pero su inicio va más atrás y podemos decir que comenzó como argumento geopolítico central en el periodo entreguerras posterior a la Revolución Rusa de 1917. Por supuesto este sentimiento fue promovido por las burguesías europeas y norteamericanas que sentían terror ante los proyectos radicales de los bolcheviques rusos que claramente amenazaban sus privilegios.
De todas maneras, hay que aclarar que en realidad durante el siglo XIX la potencia que los europeos consideraban expansiva y autoritaria no era Rusia, sino Prusia, y luego en Alemania que obviamente resultó su lógica heredera.
En cierto modo se puede decir con un punto de vista europeo que fue el imperio prusiano o más tarde el denominado imperio alemán el que causó los principales enfrentamientos bélicos a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Por ello se consideró que antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial en 1914, el dúo histórico Prusia-Alemania fuera una especie de “enemigo público” internacional.
Hay que recordar que inicialmente, en ese conflicto la Rusia aún zarista se había sumado a los aliados, encabezados por Francia e Inglaterra, y pagó muy caro esta alianza con cientos de miles de muertos y mucha destrucción. Pero precisamente en ese lapso ocurrieron los fenómenos históricos y políticos que dieron lugar a la caida de la monarquía zarista y la revolución social y política que en gran medida cambió la historia de Europa y del mundo. La revolución bolchevique.
La agenda bolchevique tenía dos prioridades expuestas por Lenin desde 1915: profundizar el socialismo… y sacar a Rusia de la “gran guerra”.
Ante ello, Alemania vio con buenos ojos la caída del zar. No por afinidad ideológica con los comunistas, sino por considerar que pactar con ellos le daría respiro en la recta final de la guerra, donde Estados Unidos recién se había sumado a los aliados. Así, Alemania hizo esfuerzos logísticos en favor de Lenin, y al poco tiempo de consumado el ascenso bolchevique, signó con ellos el tratado de paz en Brest-Litovsk.
Esto fue interpretado por las potencias aliadas como la fachada de una “perversa” unión de facto entre el imperialismo prusiano y los bolcheviques; acusaron a Lenin y Trotsky de no ser socialistas genuinos, sino “agentes alemanes” infiltrados en Rusia y supusieron que la naciente nación soviética sería plataforma al servicio del expansionismo alemán. Si el enemigo imperialista del siglo XIX había sidoe Prusia en Europa, Rusia habría de serlo en el siglo XX en el mundo capitalista occidental. Con un agravante: la naciente potencia no sólo era expansionista, sino comunista, y probablemente se dedicaría a fomentar revoluciones rojas en todo el globo.
Los hechos desmentirían esta idea. Ya Para 1918 Alemania había perdido la guerra.
Y Rusia, ahora transformada en la Unión Soviética, que recién se consolidaria en 1922 tenía demasiados problemas internos implantando el socialismo en el gigantesco territorio ruso que no tuvo interés en exportar la revolución”.
La idea sobredimensionada de que la URSS era una entidad ciegamente expansiva, empero, sobrevivió, y fue el gran rasgo de la guerra fría. Convenientemente se ignora que el verdadero expansionismo agresivo y racista lo llevó a cabo la Alemania nazi y que fue gracias al sacrificio de los ejércitos rusos y de la población rusa con un costo de millones de muertos que se logró detener el avance nazi. De esa guerra Rusia y la Unión Soviética salieron fortalecidas expandiéndose considerablemente desde el punto de vista geopolítico.
Durante la Guerra fría los escenarios expansionistas, no solo de la Unión Soviética sino también de los EEUU tuvieron lugar sobre en el tercer mundo. en ese juego de ajedrez mundial las potencias occidentales se aprovecharon del miedo rusófobo que imperaba en esos países y que además era alimentado en occidente con una propaganda continua y generalizada.
No hay que olvidar que la coartada del imperialismo real de Estados Unidos en el mundo periférico era deslegitimar sus adversarios en el mundo político, intelectual y artístico (como hizo el macartismo) con el apelativo o acusación de ser comunistas o rusófilos o incluso sovietistas.
Con estos antecedentes el antirusismo o rusofobia que se está apòderando de Europa y del mundo anglófono en esta tercera década del siglo xXI ha encontrado un terreno fértil.
No importa que ya no hay bolcheviques ni comunistas que quieran provocar la revolución proletaria mundial. No importa que el poder ruso se encuentre muy disminuido tanto a nivel territorial como económico.
En cierto modo Rusia, como país, o su gobierno e incluso sus habitantes constituyen un enemigo fácilmente comercializable en las corporaciones mediáticas de los países llamados occidentales.
La inercia maniquea – que en cierto modo es cuasi religiosa hace difícil que hoy, en pleno siglo XXI y ante la invasión rusa a Ucrania, se pueda tener una postura imparcial ante el malvado imperialismo ruso.
Por supuesto ello implica que se condene a Putin y las acciones rusas o rusófilas en Ucrania y se elogie con apelativos teñidos de heroísmo o seudoheroísmo las cuestionables alianzas políticas de Zelensky en Ucrania.
Estas alianzas como se sabe a veces incluyen actores políticos que se parecen mucho a los protagonistas o cómplices del nazismo de hace 80 años,
Debemos ser escépticos del desarrollo tanto de la invasión u operación militar de Rusia como de la avalancha de sanciones y propaganda mediática que se implantó a la fuerza por todas partes.
En este momento la falta de razonamiento impera. Se prohibe que los deportistas rusos participen en competencias internacionales, se excluye a los aviones rusos del tránsito por los espacios aéreos europeos, se cancelan los contratos de directores de orquesta por ser rusos, y en definitiva se promueve un sentimiento antiruso generalizado.
Y debemos recordar que este sentimiento, primordialmente irracional puede llevar a atizar los enfrentamientos económicos, políticos y militares, y finalmente ser la causa de que la guerra en Ucrania, hoy relativamente localizada pueda transformarse en una conflagración europea o global que todos lamentaríamos.
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