sábado, 27 de marzo de 2021

Nuestros ancestros, los primates acuáticos 



A la cultura tecnológico-industrial le costó bastante trabajo desarticular el paradigma patriarcal bíblico acerca del origen de la especie humana.
Años de desinformación y autoritarismo religioso crearon una cultura sin espíritu crítico que se resistió duramente a dejarse sustituir.
El nuevo paradigma, que al fin lo suplantó resultó también profundamente autoritario. Los «popes» de la aristocracia tecnológico-industrial definieron sus dogmas y se atrincheraron para defenderlos por todos los medios a su alcance.
Quienes no estaban o no están de acuerdo con las teorías «de recibo» eran o son considerados heréticos, ignorados, ridiculizados, y finalmente, excomulgados de sus cargos y excluidos en la distribución de fondos de investigación.
La teoría acerca de la evolución humana, elemento clave del paradigma científico reinante, no es una excepción a este proceder. Hace ya varias décadas. las autoridades científicas decretaron que la especie se originó en las sabanas africanas. Para ello produjeron numerosos argumentos, incluyendo varios centenares de fragmentos de fósiles óseos y algunas herramientas. El origen «sabanero» de los primates humanos se transformó en artículo de fe sin que prácticamente nadie osara contradecirlo.
En realidad, ya desde la década de 1930 hubo alguien que se atrevió. Era un oceanógrafo inglés de nombre Allister Hardy quien señaló las contradicciones de la «Teoría de la Sabana» y propuso una visión alternativa: los seres humanos se habían desarrollado como tales en una etapa anfibia de su evolución.
En 1960, luego de casi treinta años de prédica, The New Scientist accedió a publicar un artículo de Hardy titulado: «Was man more aquatic in the past?» (March, 1960, ppp. 642-645).
Pasaron más de diez años sin que nadie osara mencionar el asunto. Recién en 1972 se publicó un nuevo trabajo que desarrollaba en profundidad los conceptos de Hardy, realizado por una talentosa escritora galesa. Su nombre era Elaine Morgan y su obra «La Descendencia de la Mujer» (The Descent of Woman). El título era un juego de palabras contradiciendo el famoso libro darwiniano llamado «La descendencia del hombre» (The Descent of Man). El libro de Morgan fue ignorado totalmente por el «establishment» científico. Sin embargo, a pesar de ello, no pasó inadvertido para mucha gente y gradualmente se fue transformando en un «best seller».
Diez años después la Sra Morgan publicó otro libro extendiéndose en el tema: «El Mono Acuático» (The Aquatic Ape, 1982). Luego siguieron «Las Cicatrices de la Evolución» (Scars of Evolutionn), «El Mono Acuático, Hecho o Ficción» (The Aquatic Ape: Fact or Fiction, 1991). «La Descendencia del Niño» (The Descent of the Child, 1994) y «La Hipótesis del Mono Acuático» (The Aquatic Ape Hypothesis, 1997).
Todos los trabajos de Elaine Morgan tuvieron gran éxito en el público. Treinta años después resulta muy difícil ignorar a la persistente escritora, que además se
transformó en una experta en paleo-antropología.
Los argumentos de la «Teoría del Mono Acuático» son contundentes.
Los humanos somos muy diferentes a los animales de la sabana y, en cambio,
tenemos mucha afinidades con los mamíferos anfibios.
Al igual que los mamíferos marinos, tenemos muy poco pelo en el cuerpo, poseemos 10 veces más grasa que los otros primates, e incluso más al nacer. A
diferencia de la grasa común en otros simios, la nuestra es grasa subcutánea que forma parte de la piel y se desprende con ella. Se trata del tipo «grasa blanca» (white fat) que no suministra energía inmediata y sirve más bien como aislamiento térmico
y para ayudar a flotar (como en los mamíferos acuáticos). Para el desarrollo cerebral requerimos ciertas sustanias que sólo se encuentran en los peces y mariscos (por ejemplo, el ácido eicosnoico).
Dilapidamos nuestra agua interior a través del sudor (gran número de glándulas sudoríparas) y de las lágrimas saladas (inexistentes en los otros primates), practicamos el sexo frontal, como las focas y cetáceos; podemos contener la respiración por varios minutos (cosa que no ocurre en ningún otro simio), y nadamos instintivamente al momento de nacer. Por otra parte, nuestras enfermedades y parásitos específicos requieren fases acuáticas para desarrollarse, y el bipedalismo que nos caracteriza (que no se encuentra en ningún otro animal de sabana, ni en ningún primate, excepto nosotros) es fácilmente explicable si imaginamos una existencia en las aguas poco profundas de las orillas marinas o lacunares.
Uno de nuestros puntos débiles es, aún hoy, la columna vertebral, que debe soportar con dificultad el peso del cuerpo erguido en condiciones terrestres.
En las condiciones originales acuáticas ese peso disminuye considerablemente, y el esfuerzo requerido para mantenerlo erecto es mucho menor.

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