Danilo Antón
El agua es un componente integral del ADN. Los primeros
modelos que se intentaron de la molécula del ADN en el vacío fracasaron debido a que
las fuerzas repulsivas existentes entre los grupos fosfatados, cargados
negativamente, daban lugar a la fractura casi inmediata de la molécula (en esas
condiciones, su estabilidad no supera los 50 picosegundos).
Modelos ulteriores, en los que se incluyeron moléculas de
agua alrededor y
dentro de las anfractuosidades del ADN, permitieron una
mayor estabilización
de la estructura en doble hélice (hasta 500 picosegundos).
En investigaciones más recientes se pudo comprobar que las
moléculas de agua puedan interactuar con todos los elementos superficiales de
la doble hélice, incluyendo los pares de bases que constituyen el código genético.
Se ha comprobado además que las moléculas de agua no pueden
penetrar en
profundidad, y por tanto no llegan hasta la estructura
central constituida por elementos hidrófobos.
En la superficie de las proteínas existen entrantes
estrechas en donde las moléculas de agua enlazadas tienen dificultad para introducirse. Es en
estos surcos que se produce la interacción entre las enzimas y las
moléculas ligantes. Otros estudios recientes han permitido constatar que la
configuración de las moléculas de agua en un sitio activo imita la geometría y estructura
de la molécula ligante propiamente dicha.
Esta capacidad de imitación de otras moléculas que tiene el
agua es probablemente la base física de la homeopatía, disciplina medicinal
alternativa que se basa en el tratamiento de enfermedades mediante el uso de sustancias
extremadamente diluidas en agua. En las preparaciones homeopáticas se hace
desaparecer el soluto casi completamente, quedando solamente el agua. A pesar de
ello, en algunas de ellas parece conservarse, de algún modo, la memoria de la
sustancia que ha estado disuelta.
Estos procesos son poco conocidos a nivel analítico e
impugnados en el mundo académico. Sin embargo existe una prolongada utilización
empírica en muchas partes del mundo que es indicativa de la existencia de estas
propiedades.
1.2 El agua y la vida
La vida está intrínsecamente relacionada con el agua. El
ADN, gigantesca molécula que constituye la base de todos los organismos conocidos,
requiere, para su metabolismo y reproducción, estar en contacto con una
solución acuosa de características apropiadas. La mayoría de los organismos
viven en el agua, y los que no lo hacen, llevan consigo su propio microambiente
acuoso.
En resumen, en este mundo, la vida no puede existir sin agua
líquida. Recíprocamente, en los lugares en donde hay agua líquida, se dan las
condiciones para el desarrollo de los procesos vitales.
La presencia generalizada de agua líquida en nuestro planeta
ha permitido la implantación y desarrollo de los procesos vitales, cosa que no ha sido,
hasta ahora, identificado en ningún otro astro.
La vida está intrínsecamente relacionada con el agua. El
ADN, gigantesca molécula que constituye la base de todos los organismos conocidos,
requiere, para su metabolismo y reproducción, estar en contacto con una
solución acuosa de características apropiadas. La mayoría de los organismos
viven en el agua, y los que no lo hacen, llevan consigo su propio microambiente
acuoso.
En resumen, en este mundo, la vida no puede existir sin agua
líquida. recíprocamente, en los lugares en donde hay agua líquida, se dan las
condiciones para el desarrollo de los procesos vitales.
No sabemos si hay grandes volúmenes de agua en estado
líquido en otros planetas.
Tal vez haya agua subterránea (“acuíferos”) en Marte o La
Luna y hay indicios de océanos de agua cubiertos por espesas capas congeladas en
algunas de las lunas de Júpiter y Saturno.
Químicamente el agua subterránea no es distinta del agua
superficial, ni de la
atmosférica, ni del agua congelada en los glaciares y
calotas polares. En los hechos hay un flujo continuo de agua entre estos ámbitos y puede considerarse los volumenes hídricos del planeta como una unidad desde el
punto de vista geofísico y geológico.
En nuestro planeta, la vida “adeénica”6 ha colonizado
prácticamente todos los
ambientes acuáticos. Hay organismos vivos en las hirvientes
emanaciones hidrotermales del fondo de los océanos, en las gotas de agua condensadas
de las nubes troposféricas y en las aguas de fusión de los inlandsis
antártico y groenlandés.
Aún en las regiones más secas, donde la humedad atmosférica
no excede nunca 20 o 30%, como ciertas zonas del Sahara en Africa o el Rub’
al Khali de Arabia, existen numerosas formas de vida adaptadas a esa situación
(p. ej. plantas freatófitas, invertebrados, reptiles, mamíferos, microorganismos
variados) que “transportan” sus soluciones acuosas protegidas de la sequedad exterior
por membranas, cáscaras, pieles, costras u otros materiales aislantes.
Esta colonización generalizada del medio acuoso líquido hace
difícil diferenciar el agua de la vida. De allí que podamos afirmar que, en La
Tierra, el agua líquida y la vida constituyen un complejo inseparable.
El agua genera información
El agua no sólo contiene información, sino que, al fluir por
encima y a través de la corteza, va generando sus propias huellas en los
materiales sólidos con los que entra en contacto. En su movimiento produce micro-relieves
negativos que luego pueden ser utilizados por el agua misma en circunstancias ulteriores.
Cuando llueve sobre un suelo desprotegido, las primeras
gotas producen un
barnizado que impermeabiliza la superficie del terreno.
Debido a ello las gotas
subsiguientes no pueden infiltrarse y comienzan a escurrir
ladera abajo. En las
cimas el volumen de agua es pequeño, pero a medida que corre
hacia las zonas más bajas, el caudal aumenta, debido a la tendencia del agua
a concentrarse en las zonas más deprimidas.
Esta concentración facilita su efecto erosivo, creándose
surcos de profundidad variable, que son los rastros del recorrido del agua en su camino
hacia los valles.
Cuando cesa la lluvia, el paisaje conserva las marcas del
flujo hídrico a modo de registro de los episodios pluviales ocurridos.
Si las nuevas lluvias demoran mucho, o son muy esporádicas,
estos registros pueden ser borrados por la vegetación, las pisadas de los animales
o capas de depósitos eólicos, como las dunas o el loess.
En muchos casos, los surcos producidos por el agua
sobreviven, y al llover nuevamente, el agua profundiza aún más los antiguos canales, asegurando
que las próximas precipitaciones continuarán fluyendo a través de dichos
cauces.
La información contenida en el drenaje es utilizada y
acentuada por el agua que corre en su camino a los valles y mares. En ese sentido, éste
constituye una compleja memoria morfológica de la historia hídrica de los paisajes.
Del mismo modo que el agua genera rasgos geomorfológicos superficiales“legibles” por los sucesivos eventos hídricos, también introduce
modificaciones en las formaciones geológicas a través de las cuales circula en forma
subterránea.
Así, ciertas zonas de mayor permeabilidad pueden verla
aumentada aún más, debido a la disolución y arrastre de sales u otras sustancias que
oficiaban de obstáculo al flujo subterráneo.
En zonas de fisuras, el paso continuo de agua puede producir
un ensanchamiento de las mismas, aumentando aún más su permeabilidad, el
caudal y la capacidad de disolución.
A partir de un cierto ancho de los sistemas de oquedades y
fracturas, la velocidad del flujo empieza a tener efectos mecánicos sobre las
paredes, techo y piso de los conductos, acelerando el proceso.
Las huellas geológicas del flujo subterráneo anterior
condicionan el flujo futuro.
Para el conocimiento de las historias hídricas locales, es
importante saber “leer” e interpretar estos códigos, tanto superficiales como
subterráneos.
Estos no son registros separados, sino complementarios,
reflejando no sólo los fenómenos del sitio, sino también las interrelaciones entre los dos
dominios (superficial y subterráneo). Ejemplos de ello son los manantiales (zonas
de descarga de los acuíferos) y las dolinas y cenotes (zonas de recarga).
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