jueves, 23 de enero de 2020


Los prejuicios e incongruencias del relato histórico

Las observaciones y estudios de las culturas actuales o pasadas siempre están teñidos por la cultura propia del observador.
Para disminuir este efecto (eliminarlo es imposible), se requiere un esfuerzo especial, un cuidadoso uso del lenguaje, y sobre todo, filtrar meticulosamente la información para despojarla de prejuicios.
La historia, la antropología, la arqueología y sus ramas conexas son disciplinas profundamente influenciadas por la discriminación cultural.
El origen de estas ciencias se relacionó con la expansión territorial de los imperios europeos y, en tanto que tales, sirvieron, y aún sirven, para realizar los objetivos de dominio, subestimación y explotación de las sociedades depredadas por parte de las «metrópolis».
Toda la estructura conceptual, clasificatoria y taxonómica del modelo histórico, antropológico y social « moderno» está construida sobre categorías que sirvieron y sirven a los conquistadores imperiales y sus descendientes y continuadores.
Las tipologías utilizadas, a veces deshonestamente calificadas como científicas, se basan en la noción de progreso histórico, que ubica los imperios en la cima y los pueblos dependientes en los escaños inferiores.
Así , se habla de pueblos «primitivos», «prehistóricos», «cazadores y recolectores», «agricultores incipientes» y «neolíticos» en contraposición con las sociedades «civilizadas».
Todas estas afirmaciones tipológicas pueden ser rebatidas, o al menos, puestas en duda.
Las culturas de los pueblos llamados «paleolíticos»,que serían las que utilizaban la piedra en mayor o menor medida (es difícil saber en que madida pues la piedra es a menudo el único material que perdura) estaban basados en concepciones sociales, filosóficas y espirituales muy diversas y complejas, que no es fácil evaluar objetivamente desde el punto de vista de las culturas «occidentales» y «modernas».
Similares conceptos pueden aplicarse a las sociedades tituladas «cazadoras y recolectoras», «agricultoras incipientes», «neolíticas» y «prehistóricas».
Estos calificativos se utilizan para definir las sociedades dominadas o que se desea conquistar, en los términos más convenientes para justificar esa conquista.
El uso y abuso de palabras y juicios de valor con fines discriminatorios dificulta emplear estos conceptos en forma objetiva.
Por esa razón seremos muy cuidadosos con las tipologías, tan frecuentemente cargadas de prejuicios culturales.
En América no hay ni hubo «prehistoria».
Desde el comienzo del poblamiento, e incluso antes, este continente vivió su historia.
Tampoco existieron «indios». Hubo charrúas, mapuches, guaraníes, quechuas y aymaras, pero no hubo «indios». Este apelativo se aplica a los habitantes de la India, pero no de América.
No es posible que millones de personas con identidades ancestrales sigan siendo víctimas del error de interpretación de un marino empecinado.
En resumen, ni «paleolíticos», ni «prehistóricos», ni «indios».
Tampoco «primitivos», o sus frases casi sinónimas, bastante eufemísticas, «cazadores y recolectores», «neolíticos», «agricultores incipientes» y toda la retahila con que nos endilgan algunos académicos y estudiosos.

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