Los
prejuicios e incongruencias del relato histórico
Las
observaciones y estudios de las culturas actuales o pasadas siempre
están teñidos por la cultura propia del observador.
Para
disminuir este efecto (eliminarlo es imposible), se requiere un
esfuerzo especial, un cuidadoso uso del lenguaje, y sobre todo,
filtrar meticulosamente la información para despojarla de
prejuicios.
La
historia, la antropología, la arqueología y sus ramas conexas son
disciplinas profundamente influenciadas por la discriminación
cultural.
El
origen de estas ciencias se relacionó con la expansión territorial
de los imperios europeos y, en tanto que tales, sirvieron, y aún
sirven, para realizar los objetivos de dominio, subestimación y
explotación de las sociedades depredadas por parte de las
«metrópolis».
Toda
la estructura conceptual, clasificatoria y taxonómica del modelo
histórico, antropológico y social « moderno» está construida
sobre categorías que sirvieron y sirven a los conquistadores
imperiales y sus descendientes y continuadores.
Las
tipologías utilizadas, a veces deshonestamente calificadas como
científicas, se basan en la noción de progreso histórico, que
ubica los imperios en la cima y los pueblos dependientes en los
escaños inferiores.
Así
, se habla de pueblos «primitivos», «prehistóricos», «cazadores
y recolectores», «agricultores incipientes» y «neolíticos»
en contraposición con las sociedades «civilizadas».
Todas
estas afirmaciones tipológicas pueden ser rebatidas, o al menos,
puestas en duda.
Las
culturas de los pueblos llamados «paleolíticos»,que serían las
que utilizaban la piedra en mayor o menor medida (es difícil saber
en que madida pues la piedra es a menudo el único material que
perdura) estaban basados en concepciones sociales, filosóficas y
espirituales muy diversas y complejas, que no es fácil evaluar
objetivamente desde el punto de vista de las culturas «occidentales»
y «modernas».
Similares
conceptos pueden aplicarse a las sociedades tituladas «cazadoras y
recolectoras», «agricultoras incipientes», «neolíticas» y
«prehistóricas».
Estos
calificativos se utilizan para definir las sociedades dominadas o
que se desea conquistar, en los términos más convenientes para
justificar esa conquista.
El
uso y abuso de palabras y juicios de valor con fines discriminatorios
dificulta emplear estos conceptos en forma objetiva.
Por
esa razón seremos muy cuidadosos con las tipologías, tan
frecuentemente cargadas de prejuicios culturales.
En
América no hay ni hubo «prehistoria».
Desde
el comienzo del poblamiento, e incluso antes, este continente vivió
su historia.
Tampoco
existieron «indios». Hubo charrúas, mapuches, guaraníes, quechuas
y aymaras, pero no hubo «indios». Este apelativo se aplica a los
habitantes de la India, pero no de América.
No
es posible que millones de personas con identidades ancestrales sigan
siendo víctimas del error de interpretación de un marino
empecinado.
En
resumen, ni «paleolíticos», ni «prehistóricos», ni «indios».
Tampoco
«primitivos», o sus frases casi sinónimas, bastante eufemísticas,
«cazadores y recolectores», «neolíticos», «agricultores
incipientes» y toda la retahila con que nos endilgan algunos
académicos y estudiosos.
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