Las especies clave que protegen los ecosistemas.
Pueden ser los lobos, las estrellas de mar o las orcas, unas
conclusiones inesperadas
"Esta es una historia de esperanza auténtica,
fundamentada en la ciencia y basada en experiencias de la vida real, sobre lo
que se puede hacer".
La historia a la que se refiere el biólogo Sean B. Carroll
es, efectivamente, una de paisajes recuperándose, bosques reapareciendo,
especies retornando y vidas floreciendo.
Todo gracias al trabajo pionero de cinco de científicos
"de los que quizás no hayas oído hablar, pero que tienen algo importante
que contarte".
En el espacio de seis décadas, cada uno fue añadiendo
conocimientos desde su lugar del mundo, poniendo a prueba una hipótesis hasta
que llegó a ser una teoría reveladora.
"Vieron cosas que nadie había visto antes, pensaron
cosas que nadie había pensado hasta entonces y lo que descubrieron cambia
la manera en la que uno ve la naturaleza", subraya Carroll, en
conversación con BBC Mundo.
Porque seguimos inventándonos quimeras
Y no exagera.
Pero además, demostraron que si bien la intervención del ser
humano puede ser, y ha sido, dañina para el planeta, también puede ser beneficiosa,
"algo que hace mucha falta tener en cuenta en estos momentos".
Lo que sabíamos
Todos esos científicos partieron con una visión del mundo
que quizá te sea familiar.
Es aquella de que la forma en la que el mundo funciona es
que las plantas reciben la luz del Sol y la convierten en alimento; algunos
animales se comen esas plantas y luego unos depredadores se comen a algunos de
esos comedores de plantas.
Pero en la década de 1960 uno de ellos, el ecologista
estadounidense Bob Paine, se preguntó si los depredadores realmente no eran más
que eso, si su rol en la naturaleza de verdad se reducía a comer carne en esa
cadena alimenticia.
El problema era cómo investigarlo... "no puedes
sacar a todos los leones de un entorno a ver qué pasa", señala
Carroll en su libro "Las reglas del Serengueti: la búsqueda para descubrir
cómo funciona la vida y por qué es importante".
Necesitaba un lugar en el que todo un sistema estuviera
contenido y fuera de un tamaño manejable.
Lo encontró en las pozas de marea de una bahía en el
noroeste de EE.UU. llamada Makah, en las que vivía todo lo que necesitaba: unas
15 especies de organismos, gasterópodos carnívoros alimentándose de percebes,
erizos de mar alimentándose de algas...
Las pozas de marea estaban llenas de vida... y estrellas de mar.
... y, lo más importante, un gran depredador: estrellas
de mar.
"Uno las ve y piensa: '¡Qué bonita!' pero son feroces.
Son unas consumidoras masivas. Comen percebes, les fascinan los mejillones...
son los leones de las pozas de marea", señala Paine en el documental de
Passion Pictures Films "Las reglas de Serengueti", basado en el libro
de Carroll.
Con y sin estrellas
El experimento podía comenzar.
Paine sacó las estrellas de una de las pozas pero no de otra
y durante meses observó que pasaba.
Pronto empezó a notar los cambios en la poza sin estrellas:
los mejillones empezaron a multiplicarse, mientras otras especies fueron
desapareciendo.
Las pozas eran un laboratorio natural que le permitieron a Bob Paine
hacer el equivalente de sacar los leones de África para ver qué pasaba.
Al cabo de unos años, de las 15 especies que había
originalmente solamente quedaron los mejillones.
Crucialmente, en otras pozas, Paine retiró otras especies y
en ninguno de esos casos sucedió lo mismo.
Claramente, la diversidad en esas pozas de marea dependía de
las estrellas.
El depredador era el bastión del sistema.
Sus experimentos demostraron que en ecosistemas maduros
algunos animales son más importantes que otros.
Los llamó "especies clave", en el sentido de
las dovelas o piedras clave en los arcos romanos, pues si las quitas, colapsa
todo el arco.
¿La excepción o la regla?
Paine había sentado las bases, pero era necesario saber si
lo que él había descubierto era una regla de la vida o una peculiaridad.
Por suerte, la ciencia es generalmente un trabajo en equipo,
así no trabaje al mismo tiempo ni en el mismo lugar.
La ciencia, generalmente, se va haciendo como un rompecabezas: Paine
había encontrado la primera pieza.
En el sudoeste de Alaska hay una isla volcánica llamada
Amchitka, donde cuando llegas te recibe un cartel que dice: "No es el
fin del mundo... pero desde aquí lo puedes ver".
El fin del mundo no era precisamente lo que el ecólogo
marino Jim Estes se había dedicado a ver en el remoto lugar.
Su interés estaba bajo el agua, donde había encontrado un
bosque de algas que -como los de tierra- proveía un hábitat para muchas
especies, entre ellas una gran cantidad de nutrias.
Un día llegó Bob Paine al lugar y le sugirió que en vez de
ver al bosque como el soporte de las nutrias, pensara en las nutrias como
depredadores...
"Ese fue el principio del resto de mi vida",
cuenta Estes en el documental.
Esta
criatura tan simpática resultó ser la especie clave.
Para ver qué efecto tenían estos mamíferos carnívoros en el
sistema, visitó una isla cercana llamada Shemya en la que no los había, y
cuando sumergió su cabeza bajo el agua, en vez de un bosque lleno de
vida, se encontró con un desierto poblado solo por erizos.
Estes sabía que las nutrias comían muchos erizos y que los
erizos comían muchas algas. Sin las nutrias, los erizos se habían multiplicado
sin control y se habían comido todas las algas; sin las algas, todas las otras
especies habían desaparecido.
Sin los depredadores que lo protegieran, el bosque submarino
no podía existir.
En tierra firme... Venezuela
Algo similar comprobó en la década de 1970 la ecologista
Mary Power -quien había sido alumna de Paine y había leído los informes de
Estes- en unos arroyos de Oklahoma, EE.UU.
Notó que en algunos de ellos se habían formado una serie de
piscinas estériles intercaladas con piscinas de un vibrante color verde
esmeralda.
Tras investigar y experimentar, comprobó que la diferencia
se debía a la presencia o la falta de la especie clave, que en este sistema era
el Micropterus salmoides, conocido comúnmente como perca atruchada o
americana, huro y lobina negra.
Derechos de autor de la imagenCORTESÍA DE PASSION PICTURESImage
captionMary Power comprobó que el fenómeno también ocurría en agua dulce.
El resultado del trabajo de Power en los arroyos, Paine en
las pozas de marea y Estes en el océano comprobaba que la hipótesis de las
especies clave era cierto en una amplia gama de ambientes acuáticos.
Faltaba un experimento en tierra y el lago Guri en Venezuela
lo proveyó.
El enorme lago había sido creado con la construcción en el
río Caroní de la represa de Guri, lo que había producido muchas islas, la
mayoría sin depredadores.
El ecólogo y biólogo de conservación John Terborgh fue quien
las exploró y recuerda que cuando fue a verlas "parecía como si las
hubiera arrasado un huracán".
que era un bello bosque, unos años más tarde moría.
En algunas islas, las hormigas cortadoras de hojas se habían
reproducido incontroladamente dada la ausencia de hormigas guerreras, así que
habían defoliado los árboles una y otra vez hasta matarlos.
"El fenómeno se repetía, de maneras distintas y con
diferentes especies clave, pero el resultado siempre era el mismo: lo que había
empezado siendo un bello bosque verde, en 20 o 25 años era solo
escombros", dice Terborgh.
El misterio de las nutrias
Lo que estos científicos estaban configurando era una forma
totalmente nueva de mirar el mundo. Derribaba preconceptos y revelaba
conexiones ocultas completamente inesperadas entre las criaturas y la
naturaleza.
Pero aún faltaba por entender cuán profundas y
longevas eran esas conexiones.
Fue Jim Estes, cuando retornó a la isla Amchitka a principios
de la década de 1990, quien lo descubrió.
"¡Era una locura: cuando me fui había 8.000 nutrias y cinco años
después, no quedaba casi ninguna!".
No sólo ahí sino en todo el archipiélago de las islas
Aleutianas, del que forma parte Amchitka.
"Se trataba de la desaparición de varios cientos de
miles de nutrias, un declive del 95-99%, desaparecidas sin que se viera ningún
cadáver en la vecindad".
Pronto, Estes notó otro cambio asombroso: "En los 70 y
80 me topaba con una orca cada tres o cuatro años. En los
90, empecé a verlas tres o cuatro veces al día... y se
estaban comiendo no sólo a las nutrias, sino a otros animales que
faltaban".
¿Qué había pasado?
Aunque en ese momento no era obvio, había sido obra del
controlador clave: el ser humano.
Con frecuencia hemos sacado al depredador clave de los
ecosistemas naturales, pero en este caso, no se trataba de la eliminación de un
depredador, sino de su alimento.
La causante de tan dramático evento fue la caza de ballenas
industrial que en el océano Pacífico Norte comenzó después de la Segunda
Guerra Mundial y continuó hasta principios de la década de 1960.
Para entonces, las grandes ballenas en el Pacífico Norte
habían sido diezmadas.
Sacarlas conmocionó el sistema pues eran grandes y altamente
nutritivas para las orcas, que se vieron obligadas a
ampliar su dieta.
Lo primero que comieron fue focas, hasta terminar con ellas.
Después, leones marinos. Cuando se acabaron, les llegó el turno a las nutrias.
El impacto afectó virtualmente a todo. Desde el salmón hasta
las aves marinas y las águilas calvas. Todo el sistema se derrumbó.
Vastas escalas
Para Estes, reconocer que la naturaleza está conectada en
tan vastas escalas de espacio y tiempo de manera tan importante fue una
revolución en su pensamiento científico.
Armados con esta visión completamente nueva, fue posible
empezar a notar cosas que no se veían a pesar de estar frente a nuestras
narices.
"Si te digo, así no más, 'los árboles necesitan a los
lobos', quizás te asombre, pero ese tipo de revelaciones surgen no de mirar a
la naturaleza como si fuera un cuadro bonito sino que son fruto de esa
comprensión de cómo funciona la naturaleza", le dice Carroll a BBC Mundo.
Para entenderlo mejor, fíjate en esta imagen a
continuación... ¿notas algo raro?
Si no notaste nada peculiar es porque nos hemos
acostumbrado a ver como normales paisajes degradados.
El de esa foto es típico de un bosque en el que, a falta de
depredador -el lobo-, los venados se han multiplicado sin control hasta
convertirse en una plaga y se han comido todo lo que debería estar vivo entre
donde terminan las ramas más bajas que ves y el suelo.
Este es un bosque en desaparición: no hay árboles nuevos
pues se los han comido, así que cuando estos mueran, no habrá más bosque.
No es un ejemplo único; de hecho, "mucho del mundo que
vemos hoy en día está degradado", sentencia Carroll y, una vez más, no
exagera.
Pero todo esto está sonando muy pesimista y te habíamos
prometido una historia de esperanza.
Lo que pasa es que nos falta una ficha clave de este
rompecabezas, la que descubrió el científico Tony Sinclair trabajando en uno de
los lugares más icónicos del planeta: el parque nacional Serengueti, en
Tanzania.
Más y más y más de todo
Cuando Sinclair comenzó a trabajar en Serengueti, aunque no
se dio cuenta en ese momento, incluso el parque nacional más famoso del mundo
estaba muy degradado.
sido víctimas de la peste bovina.
Hace 120 años, una epidemia de peste bovina, muy similar al
sarampión, diezmó a los animales del lugar, particularmente a los ñus, cuya
población se mantuvo baja durante 70 años, hasta que en la década de 1960, los
veterinarios lograron erradicar la enfermedad en la mayor parte de África.
Para cuando Sinclair llegó, la mejoría empezaba a ser obvia.
"Cuando llegué, había alrededor de 250.000 ñus; ocho
años más tarde, ya eran 1,4 millones", cuenta Sinclair.
"Era un récord mundial, la mayor población de ungulados
del mundo".
Sinclair asistió entusiasmado a una reunión en 1982 para
contarle al mundo lo que estaba sucediendo.
"Cuando dije la cifra de 1,4 millones, hubo un
silencio mortal. No esperaba esa reacción en absoluto".
Sus homólogos pensaban que era irresponsable permitir que se
multiplicaran de esa forma y alegaban que había que sacrificarlos pues iban a
destruir los hábitats y a causar un colapso del sistema.
"Pero, pensé, ¿por qué los humanos debían
interferir? Estos sistemas han existido durante millones de años sin que
se requiera que los humanos interfieran para que persistieran".
se rehusó a sacrificar ñus y prefirió confiar en la
naturaleza.
Aunque consciente de que estaba poniendo en riesgo uno de
los lugares icónicos de la Tierra, el equipo de Sinclair decidió mantenerse
firme y convenció a las autoridades del parque de que no cedieran al
sacrificio.
Los censos de los siguientes cuatro años dieron el mismo
resultado: 1,4 millones. El sistema se había nivelado por sí solo y no había daños
al medio ambiente.
"Todo lo contrario: para nuestra sorpresa, descubrimos
que el sistema se estaba reparando a sí mismo. De repente, todo comenzó a
reconectarse", cuenta Sinclair.
"Los ñus producían estiércol, lo que fertilizaba los
pastos, que se volvieron altamente nutritivos. Y, al comérselos, había menos
combustible y, por lo tanto, menos incendios.
"Eso permitió que aumentaran las poblaciones de árboles
que probablemente no se habían crecido desde el siglo XIX. Esos árboles
proporcionaron más alimento para los elefantes, las jirafas y para muchas,
muchas especies de aves.
"Y eso atrajo a muchos más depredadores porque también
había más comida para ellos".
"Me di cuenta de que el ñu era una especie
clave y que, contrariamente a lo que Bob Paine había asumido -que la
especie clave eran siempre un depredador-, en realidad, podía ser un herbívoro".
cambió todo para bien.
Además de eso, y quizás más importante, lo que los estudios
de Tony Sinclair mostraron fue que a pesar de que esa especie clave había
faltado durante 70 años, la capacidad de recuperación del ecosistema no se
había agotado.
Y cuando la especie clave reapareció, Serengueti cambió
profundamente: más árboles, más jirafas, más pájaros cantores, más mariposas,
más escarabajos, más y más y más y más de todo.
Era una prueba a gran escala de que la degradación no
es una condena: es reversible.
Hay que poner la estrella en su lugar
Bob Paine había sido el primero en vislumbrarlo: si eliminas
la estrella de mar, la biodiversidad colapsa.
60 años después de su experimento, ecologistas prominentes
compararon experiencias y quedó claro que esa es la forma en la que la
naturaleza funciona. En todas partes.
Habían revelado las reglas de la vida en el planeta.
"Si quieres arreglar algo, necesitas saber qué está dañado",
dijo Paine.
Y gracias a que él y ese puñado de científicos, es posible
averiguarlo.
captionMira la diferencia que hace reintroducir el salmón en
este río.
Ahora, al ver esos paisajes degradados en vez de quedarnos
en comentarios negativos, pesimistas, fatídicos, podemos preguntarnos: ¿estamos
condenados? ¿Está sellado el destino para esos lugares y especies?
Y, en muchos casos, la respuesta es: "No".
"No es que vas a encontrar especies clave en todas
partes pero ¡vaya que son prevalentes!", señala Carroll.
Es cuestión de encontrar el equivalente de la estrella
para cada ecosistema.
Un ejemplo conocido es el del parque nacional de
Yellowstone, en el noroeste de EE.UU., en el que hace unos 20 años, la
población de lobos fue incrementada mediante intervención humana para controlar
el número de alces, que estaba afectando seriamente la vegetación del parque.
Con el retorno de los lobos después de 70 años de ausencia,
los sauces se recuperaron, los álamos prosperaron, los castores regresaron y
los osos se expandieron.
Y en Argentina, algo asombroso: en los altiplanos a los que
los pumas han podido regresar, la hierba crece y crea hábitat para todo tipo de
criaturas.
Y el cuerpo de conocimiento, el número de ejemplos, está
creciendo.
En el Medio Oeste de EE.UU., hay gente agregando peces clave
a los lagos, que se tornan de verdes y turbios a cristalinos.
En los arrozales, las arañas son la especie clave. Entonces,
si quieres comer arroz, protege las arañas.
En Escocia, entre tanto, demuestran como sus hermosas
praderas no deberían ser... praderas.
Ese recinto cercado muestra el impacto de los animales que
pastan y cómo se vería el paisaje escocés sin ellos.
Y, así, en muchas partes del mundo hay proyectos similares
que están recuperando lugares y especies.
Resurrección
Una de las historias que más han emocionado a Carroll es la
del Parque Nacional Gorongosa en Mozambique que, como suele pasar con las
experiencias inspiradoras, empieza con una gran pérdida: la de su vida
silvestre debido a una de las guerras civiles más largas, brutales y
destructivas de las últimas décadas (1977-1992).
Pero la paz eventualmente trajo el interés por recuperar lo
que varios llamaron "el paraíso perdido" de Gorongosa.
Hoy en día, como bellamente lo dijo un artículo de la
revista National Geographic, "se puede ver la naturaleza dando
un suspiro de alivio".
"El proyecto lleva poco más de 15 años y uno se queda
aterrado de que las cosas puedan recuperarse a esa velocidad", exclama, en
conversación con BBC Mundo, Carroll.
"Compruebas que si le das la oportunidad, la
naturaleza es muy resiliente", asegura.
"No es que no sea realista... ¡soy un científico: yo
creo en datos empíricos!".
Una vez que los tiene, hace un esfuerzo por encontrar y
difundir luces al final del túnel.
"Gran parte de la historia humana es acerca de la
superación de retos. Para eso tienes que valerte de energía y visión; el
pesimismo es una profecía autocumplida y a muchos nos preocupa que la gente se
dé por vencida.
"No es el momento de darse por vencido, es el momento
de redoblar nuestros esfuerzos y preguntarse 'qué se puede hacer' una y
otra vez.
"Hay que enfocarse en la labor, no en la desesperación".
Autora: Dalia Ventura
Reproducido de BBC News Mundo
https://www.bbc.com/mundo/noticias-51012368?at_custom3=BBC+Mundo&at_custom1=%5Bpost+type%5D&at_medium=custom7&at_campaign=64&at_custom2=twitter&at_custom4=8DB02876-352F-11EA-8F58-E5B24744363C
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