Llegaron del Oriente
Los invasores venían del Oriente. Llegaron en embarcaciones y ocuparon las islas tainas, caribes, ciboneyes y guanatabeyes. Se apoderaron de tierras y personas. Desde las cimas de sus montañas y volcanes Amerrique fue testigo de su llegada. Amerrique no era solo tierra de vientos, era además la Costa Rica, o como se dice en alguna lengua nativa de la región, la huzgalpa o juigalpa, la “Patria del Oro". Colón, Vespucci y otros europeos que allí llegaron fueron atraídos por el brillo del metal, por el oro abundante, proveniente de los múltiples yacimientos que existían en el interior. Decía el propio Almirante en su Diario del Cuarto Viaje: "El oro es excelentisimo, del oro se hace tesoro, con quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraiso." Y así, a los pocos años de arribar al pals de los lucayos y Haiti, los españoles se dirigieron a la costa del oro, y aún más allá, al origen del oro, localizado en el interior de la tierra, en el corazón de la sierra, territorio ancestral de la nación Amerrique, el lugar donde sopla el viento. El pueblo Amerrique ya no existe, la Sierra de Amerrique es conocida por el nombre de Cordillera Chontaleria y las minas de oro tienen nombres españoles: Santo Domingo y La Libertad. A pesar de todo, aún hoy, en las cimas de los montes Mombachito y Cuizaltepe, en plenas serranías amerricanas, todavía sopla el viento fuerte y purificador. Con persistencia y sin olvido. ¿Donde están? Antes que fuera llamado Nicaragua por los mestizos y Cocibolca por los chorotegas, la "Gran Cuna de Agua" era conocida como Ukurikitucara por la antigua gente de la tierra. Ukurikitucara recibe el viento de la vida y sus chispas doradas de las tierras altas próximas de Amerrique. Ella habla fuerte a través de sus bocas de cráteres en Ometepe y extiende sus brazos para alcanzar Cariari y Amerisco, más allá de las montañas, sobre el mar. Las riquezas del agua están protegidas por mil y un tiburones con dientes afilados y aletas lustrosas. Noche y día, vive el espíritu de Ukurikitucara, hermana de huracanes. Aunque mucha gente piense que no tiene memoria, ella recuerda todas y cada una de las imágenes que se reflejaron en sus aguas. Y más especialmente, los recuerda a ellos. El pueblo antiguo. Aquellos que vinieron a sus orillas con sentimientos de amor y respeto, trayendo frutas, maíz y tabaco. Ella sabe demasiado bien que un día, muy pronto, volverán de la niebla del tiempo, los ídolos sagrados se erguirán una vez más, y el cielo limpio y ancho será de nuevo su templo, nuestro templo. Aún están aquí. Dicen que los amerriques se han ido. Que han desaparecido. Sin embargo, si se recorren atentamente los picos y valles de Amerrique, es posible sentirlos. En las rocas silenciosas. En las laderas empinadas. En los acantilados legendarios. En los corazones de las gentes de Juigalpa y La Libertad. En todos nosotros. Algunos los llaman matagalpas, otros chontales. En realidad es lo mismo. Los pueblos sabios que esculpieron los ídolos no necesitan un nuevo nombre. Ellos tienen sus formas antiguas, únicas, de llamarse a sí mismos. Simplemente no las conocemos. O tal vez las usemos cada día sin darnos cuenta.
De "Misterios de América", Danilo Antón, Piriguazú Ediciones
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Donde se revela la verdad detrás de los fraudes y dogmatismos científicos y antropológicos impuestos por las oligarquías académicas y políticas.
viernes, 4 de octubre de 2019
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