Pueblos indígenas de Brasil
Los kayapó
Los kayapó
viven en una serie de aldeas dispersas a lo largo del curso superior de los
ríos Iriri, Bacajá, Fresco y de otros afluentes del caudaloso río Xingu,
dibujando en el sector central del Brasil (Brasil Central) casi totalmente cubierto por la selva
ecuatorial, a excepción de la porción oriental, en donde se presentan algunas áreas
de sabana o “cerrado”. Su cosmología, su vida ritual y su organización social
son extremadamente ricas y complejas, así como también son intensas y
ambivalentes las relaciones con la sociedad nacional y con los ambientalistas
de todo el mundo.
La lengua
habada por los Kayapó pertenece a la familia gê, del tronco gê. Existen
diferencias dialectales entre los diferentes grupos kayapó originadas por las
diferentes fisiones que originaron a tales grupos, pero en todos ellos la
lengua es una característica que los abarca en términos étnicos, llevándolos a
la conciencia de que pertenecen a una cultura en común. Los kayapó, para
quienes la oratoria es una práctica social valorizada, se definen como aquellos
que hablan bien, “bonito” (Kaben mei), en oposición a todos os grupos que no
hablan su lengua. En ciertas ocasiones, como en los discursos del consejo o
ceremoniales, los hombres kayapó hablan en un tono de voz que se manifiesta en
el sonido como si alguien les estuviera propinando un golpe en el estómago
(ben), diferenciando así este tipo de oratoria del habla común.
El grado de
conocimiento de los kayapó del portugués varia bastante entre los diferentes
grupos de acuerdo a la antigüedad del contacto y al grado de aislamiento en el
que cada grupo se encuentra.
El
territorio kayapó está situado sobre la planicie central de Brasil (Brasil
Central), a aproximadamente 300 o 400 metros por sobre el nivel del mar. Se
trata de una región colmada de valles. También se reparten por el terreno de la
planicie algunas pequeñas colinas con una altitud máxima de 400 metros,
frecuentemente aisladas y dispersas. Los grandes ríos se alimentan de una gran
cantidad de arroyos y pequeños canales que, de tan pequeños, algunos de ellos
ni siquiera fueron descubiertos por los brasileños así como carecen de
denominación alguna.
En el Brasil
Central, el año se divide en dos estaciones: la estación seca (“invierno”), que
se extiende desde el mes de mayo hasta el mes de octubre, y la estación
lluviosa (“verano”), que se presenta desde el mes de noviembre hasta el mes de
abril. La estación seca se caracteriza por presentar días calurosos y ventosos,
por las noches frescas y por la ausencia casi total de mosquitos. Se trata de
un período ciertamente más agradable y al que los kayapó acostumbran referirse
como “tiempo bueno”. La estación de lluvias, por el contrario, se caracteriza por
presentar precipitaciones torrenciales, por las inundaciones de la mayor parte
de los ríos y arroyos y por la presencia desagradable de una gran cantidad de
mosquitos y de otros tipos de insectos. Al evocar ese período, los indios se
refieren simplemente al “tiempo de lluvia”. El índice pluvial anual es
considerable, variando entre 1.900 milímetros en el nordeste del territorio, a
casi 2.500 milímetros hacia el sudeste. Para tener una idea, el Reino de
Bélgica, considerado un país lluvioso, presenta un índice anual de
aproximadamente 1.000 milímetros de lluvia.
Es difícil
decir con precisión cuantos individuos pertenecientes a la etnia kayapó viven
en ese inmenso territorio. Además de las 19 comunidades que mantienen contactos
regulares con la sociedad criolla, se sabe de la existencia de tres o cuatro
grupos aislados cuya población está estimada entre 30 a 100 personas, con los
cuales los kayapó mantienen contacto directo.
Asimismo,
nos deparamos con fluctuaciones demográficas serias: hace ya dos décadas que la
población kayapó aumenta de manera constante. En ciertos grupos, la población
crece casi 5% al año, lo que se corresponde con la duplicación del número de
habitantes de una aldea en apenas catorce años: ¡una verdadera explosión
demográfica! Pero como los kayapos, cuando están aislados, no están inmunes a
ciertas enfermedades como la gripe, la rubéola, la varicela, etcétera, esas
enfermedades occidentales se manifiestan como verdaderas epidemias, muchas
veces responsables, en un corto período, de cobrarse una gran cantidad de
víctimas. No son raros, en la Amazonía, los casos en los que casi toda la
población de una aldea sucumbe en menos de dos semanas a estas epidemias. En la
actualidad, la mayor parte de los kayapó entabla contactos más o menos regulares
con el mundo de los blancos y el cuadro crítico de las epidemias ha sido
superado. Sin embargo, los problemas continúan manifestándose en una gran parte
de la población debido al fallecimiento de niños y adultos que aún no están
inmunizados contra las enfermedades occidentales.
Estimar con
precisión el número de kayapó es difícil debido, como mencionamos, a la
fluctuaciones demográficas y a los problemas de evaluación de la población
absoluta de los grupos hasta ahora desconocidos.
Las aldeas kayapó son relativamente grandes en relación al patrón amazónico: si una aldea
indígena acostumbra variar entre 30 y 80 personas, entre los kayapó ese número
fluctúa entre los 200 a los 500 habitantes. Pero esa densidad poblacional
generalmente oscila: si se presenta una menor aglomeración no se verifican más
de 60 personas aunque la aldea atos más antiguos claramente establecidos acerca de los Kmás populosa puede llegar a presentar 900
individuos.
Un examen etno-histórico demuestra que los Kayapó
vivían divididos en tres grandes grupos: los Irã'ãmranh-re (“los que pasean en
las planicies"), los Goroti Kumrenhtx (“los hombres del verdadero gran
grupo”) y los Porekry (“los hombres de los pequeños bambúes”). Los dos primeros
grupos contaban, cada uno de ellos, con tres mil personas, y el último con casi
mil, o sea, una población total de, aproximadamente, siete mil personas. Estos
tres grandes grupos de origen común residían, desde tiempos inmemoriales, en la
región en donde se ubica el curso inferior del río Tocantins. Se trata de un
territorio constituido por planicies cortadas por ríos en cuyos márgenes se
agrupan galerías de bosques. Las aldeas nunca eran construidas lejos del bosque
y los kayapó podían, de esta manera, utilizar de mejor forma posible los
recursos de los dos biomas que eran totalmente diferentes. Ese modo de 0vida, en
términos económicos, se vio comprometido al manifestarse, a comienzos del siglo
XIX, la presencia de los primeros exploradores y colonizadores. Las
consecuencias de los primeros contactos directos entre los kayapó y los
“blancos” puede ser caracterizada, mínimamente, como desastrosa. Las bandas de
conquistadores atacaron las aldeas kayapó matando una innumerable cantidad de
personas. Muchas mujeres y niños fueron llevados y vendidos como esclavos en
las ciudades y aglomerados poblacionales situados al norte. Los kayapó no
tenían manera de resistir. Aunque numéricamente estaban en ventaja en relación
a los agentes devastadores, se enfrentaron a un enemigo armado de un modo
nítidamente más eficaz. Era un combate desigual, mosqueteros versus palos de
madera. Cuando se hizo evidente que no había nada que hacer contra el poderoso
conquistador, los kayapó abandonaron su territorio tradicional, huyendo hacia
el oeste y el interior del país.
La calma que
esa acción originó, sin embargo, fue breve. La frontera de colonización se
trasladaba sin cesar y, treinta años más tarde, los conquistadores
reaparecieron. Esta vez, su inminente llegada fue la causa de un desacuerdo
entre los indios. Se produjo una fisión interna entre los simpatizantes y los
opositores del establecimiento de relaciones amistosas con la “tribu de los
extranjeros pálidos”. Los simpatizantes del trato permanecían visiblemente
seducidos por la gran cantidad de bienes de los cuales podían dispones de los
conquistadores: eran persuadidos a pensar que, una vez que fueran alimentados
los lazos de amistad, podrían también poseer todos aquellos objetos (entre
ellos los fusiles).
Los
opositores, por su parte, enfatizaban los peligros relacionados a tales
transacciones. En efecto, los kayapó ya habían constatado que cada contacto
directo con los “blancos”, por mas breve que fuese, era seguido por un período
en el que mucha gente moría por causas desconocidas, todas enfermedades
occidentales que no pocas veces eran atribuidas a la hechicerías perpetradas
por los blancos.
Dichas
tensiones internas tuvieron por consecuencia toda una serie de divisiones
sucesivas, lo que provocó la fragmentación de los tres principales grupos en
diversos subgrupos. Nótese que los grupos que, en la época, decidieron vivir en
paz y amistad con los blancos desaparecieron de la faz de la tierra: antes de
1930, dos de los tres subgrupos Porekry fueron extintos y todo el populoso
grupo Irã'ãmranh-re corrió la misma suerte.
Los Goroti
Kumrenhtx y los Porekry remanentes se rehusaron formalmente a establecer
contactos amistosos con los blancos optando por la fuga. En su traslado hacia
el oeste, abandonaron el territorio recién ocupado llegando a una región de
transición entre la selva ecuatorial y las planicies de la sabanas. Una vez
establecidos, comenzaron a atacar en forma sistemática a todos aquellos que se
aproximaban a su territorio. Muy rápidamente, se volvieron conocidos por su
agresividad y los habitantes del interior del país comenzaron a clasificarlos
como uno de os grupos más belicosos de la Amazonía. Debido a sus frecuentes y
repetidos ataques, poca gente osaba aproximarse a territorio kayapó. Esa es una
de las razones por la cual una gran parte de la región central del Brasil
permaneció casi inexplorada hasta tiempos recientes.
Pero esa
situación se volvió insostenible. Bajo la presión de los jefes políticos
locales, el gobierno decidió, entre los años de 1950 y 1960, enviar al
territorio kayapó algunos equipos dirigidos por especialistas, con la misión de "pacificar" tales “salvajes”. La amenaza de cercanía de los oficiales del
gobierno condujo una vez más a la discordia entre los kayapó, y los grupos se
dividieron nuevamente en pequeñas comunidades. Algunos de estos grupos, como
los Mekrãgnoti, (“los hombres con grandes pinturas rojas sobre el rostro”), se
replegaron por el interior del país, estableciéndose en un territorio casi
exclusivamente cubierto por la selva tropical ecuatorial. Pero los oficiales
del gobierno fueron penetrando poco a poco el territorio, hasta llegar a los
rincones más alejados del territorio kayapó y, de esta manera, la mayor parte
de las comunidades sobrevivientes entraba en contacto permanente con la
sociedad blanca.
La mayoría
de las relaciones que datan del período del descubrimiento y de la exploración
de la Amazonía nos enseña que la mayoría de las tribus indígenas –al contrario
de los kayapó- vivían concentradas a lo largo del curso de los grandes ríos
navegables. Esa concentración se explica especialmente si consideramos las
posibilidades de transporte. Las largas caminatas a través de la selva son
frecuentemente extenuantes y exigen una gran cantidad de tiempo. Durante la
estación de lluvias, las precipitaciones tornan aún más difíciles los traslados
por tierra por las inundaciones y por el estado intransitable de los senderos.
El transporte a través de barcos motorizados es más fácil, representa menos
riesgos, exige menos esfuerzos y es posible de realizar durante todo el año.
Pero los kayapó no optaron por este último. Las tribus denominadas “ribereñas”,
que se trasladan principalmente a lo largo de las vías navegables se asientan,
generalmente, en un patrón disperso, formando numerosas aunque pequeñas
colonias –generalmente sedentarias- que cuentan –como máximo-con 80 personas
por aldea. El contacto entre las aldeas más distantes se mantiene gracias a
pequeños grupos que navegan en forma incesante río abajo y río arriba. El poder
establecerse en las proximidades de los ríos torna la comunicación más fácil y
fluida, favoreciendo igualmente el reparto de os pequeños grupos locales sobre
el territorio de la tribu, lo que representa una disminución en la presión
demográfica. Un punto débil en este patrón de asentamiento es el hecho de que
estos grupos ribereños se rebelaron como relativamente vulnerables dada la
facilidad de ser localizados por los enemigos.
Las
investigaciones más recientes indican que la elección de la fundación de una
comunidad reposa menos sobre las posibilidades de transporte que sobre los
factores ecológicos. Los ríos más grandes ofrecen, además de una mayor cantidad
de peces, grandes concentraciones de todos los tipos de animales y, más
precisamente, de los mamíferos mayores. Ese fenómeno está fuertemente
relacionado al ciclo estacional anual.
Los ríos
mayores traen enormes cantidades de limo fértil. Cuando los cursos de agua
desbordan, una gran parte de ese limo es depositado sobre los terrenos
temporariamente inundados. Como consecuencia, las grandes porciones de selva
ubicadas en los márgenes de los ríos se transforman en zonas más fértiles.
Allí, los campos de cultivo presentan un mayor rendimiento y es posible
encontrar una mayor cantidad de plantas y de árboles frutales. Muchas especies
de animales consumen esas frutas, que son la base de su alimentación siendo
atraídas hacia esas regiones. En términos generales, por lo tanto, la vida a lo
largo de los ríos importantes ofrece al mismo tiempo muchas posibilidades de
caza y de pesca, además de un buen rendimiento agrícola. Podemos, entonces,
preguntarnos por qué los indios denominados “de la selva”, como los kayapó, se
retiran hasta el curso superior de los ríos menores y habitan tan distantes de
las regiones más fértiles. ¿Cómo esos grupos logran, hasta la actualidad,
proveerse de las especies alimenticias necesarias para lograr su equilibrio
físico?
Tradicionalmente,
la economía de los kayapó se basa en una práctica agrícola
denominada coivara (régimen agrícola rudimentario tradicional de algunas
comunidades y secundariamente la caza. Se inicia con siembra luego del desmonte del bosque nativo,
seguido por la quema de la vegetación. La siembra se intercala con varias
especies -rotación de especies- durante 3 anos. La característica extremamente
rudimentaria de esta técnica agrícola lleva al rápido agotamiento del suelo,
logrando que las tierras necesiten descansar entre tres y doce años así como
causando el desmonte de grandes áreas de bosque). La sociedad presenta un
reparto de las tareas basada en la división sexual del trabajo.
Son
especialmente las mujeres las que producen la cantidad necesaria de alimentos
calóricos. Los campos de cultivo, sembrados en un radio medio de cuatro a seis
kilómetros de la aldea, son administradas por ellas. Cada familia posee sus
propios campos de cultivo, en donde se siembra, sobre todo, la papa dulce o
batata, el maíz, la caña de azúcar, las bananas y la mandioca, extremadamente
ricas en calorías. Algunas frutas tropicales, el algodón y el tabaco también
son parte de los cultivos.
Los kayapó
son exigentes en la selección de las tierras potencialmente fértiles: el oasis
ideal debe conformar una porción de selva con una vegetación no muy densa,
ubicada a una relativamente corta distancia de un río y situada al pie de las
colinas. Los kayapó distinguen entre los diferentes tipos de terrenos y de
bosques. La elección de un lugar conveniente para establecer una nueva aldea o
campo de cultivo no se decide precipitadamente. Los especialistas examinan
cuidadosamente la tierra, su color y composición. La vegetación existente se
toma también en consideración.
Los hombres
tienen la dura tarea de cortar árboles para abrir los campos de cultivo. Los
árboles son derribados hacia el inicio de la estación seca (mayo) y permanecen
allí por algunos meses, hasta el momento en el que acerca la estación lluviosa.
La composición del suelo constituye un gran problema en la selva ecuatorial
dado que es extremadamente pobre en minerales. Es por ello que, al aproximarse
octubre, los kayapó queman los árboles cuya madera ya está seca. Los minerales
que en ellas se concentran permanecen dentro de las cenizas, conformando una
capa pasible de ser utilizada como abono. Luego de la quema, las mujeres inician
la siembra. Se cultivan muchas variedades de plantas en círculos concéntricos.
Ese manera mixta de sembrar presenta un cierto número de ventajas; por ejemplo,
las plantas de hojas grandes protegen el suelo de las lluvias torrenciales así
como del resecamiento, de la misma manera, otras plantas más altas protegen el
suelo del sol abrasador. Algunas siembras se relacionan asimismo con el combate
contra los insectos. En los alrededores del campo de cultivo se siembran,
generalmente, plantas medicinales. Muchas de esas plantas producen un néctar
que atrae una cierta especie de hormigas agresivas, enemigas naturales de los
insectos fitofaguitos. Por más que parezca desordenado, el campo de cultivo
kayapó esta organizado desde una lógica extremadamente estructurada.
Las mujeres
se dirigen todos los días al campo de cultivo para recoger las legumb0res. La
vida de una mujer kayapó es un tanto monótona. Pero algunas veces por año,
generalmente en la estación seca, pequeños grupos de mujeres se adentran en la
selva para juntar frutas salvajes y aceite de palmera. Las excursiones más
cortas se extienden por dos días, las mas largas por una semana. Las mujeres,
de hecho, nunca se alejan de la aldea, permaneciendo dentro de un radio de casi
treinta kilómetros en torno a la misma, territorio con el cual están más
familiarizadas y que constantemente es atravesado por cazadores.
La vida de
los hombres kayapó se caracteriza por una excepcional movilidad. La mayor parte
de las actividades de los hombres se realizan fuera del hogar: la caza, la
pesca, las caminatas, la fabricación de los objetos y herramientas, o
simplemente la conversación en la casa de los hombres. Como son especialmente
las mujeres las que se ocupan del trabajo de los campos de cultivo, la
preparación de los alimentos y la educación de los niños, los hombres no se
sienten obligados a realizar deberes domésticos dentro de la aldea. Ellos
pasan, de hecho, una buena parte de sus días en la selva con el objetivo de
cazar y pescar.
Los kayapó
valoran las carnes con alto contenido de grasas, como la del anta. El catitu
(musculus brevirostris) y el venado. Pero no siempre se encuentran esos grande
mamíferos. La mayor parte de los pájaros de cazan simplemente por presentar un
colorido plumaje. Las onzas, los gatos salvajes y las suçuaranas (Puma
concolor) se cazan cuando atraviesan el camino de los cazadores aunque no son
buscados específicamente. En efecto, los Kayapó creen que el hecho de comer la
carne de un felino puede provocar ciertas enfermedades. Los monos, las cotias
(Dasyprocta aguti) y, especialmente, los jabutis (un tipo de tortuga), son
cazados con frecuencia y presentan un papel esencial en la alimentación de los
indios.
En general,
los hombres cazan en solitario. Al amanecer, ellos penetran la selva en forma
dispersa. Aquel que tiene la suerte de abatir una presa volverá de inmediato a
la aldea hacia el mediodía. Los otros, que siguen una pista “fría” o que
carecen de suerte, vagarán por la selva hasta que se ponga el sol. Las armas
tradicionales se están sustituyendo cada vez más por los fusiles. Los arcos,
las flechas y las lanzas se utilizan solamente cuando se realizan las
ceremonias solemnes o cuando no hay municiones.
Un hombre
jamás vuelve a la aldea con las manos vacías. Aún cuando no traiga ninguna
presa, debe recolectar algunas plantas medicinales, fibras o frutas silvestres
para fabricar objetos utilitarios o decorativos. A su llegada a la aldea, el
cazador exitoso ofrece su presa a la esposa o, si es soltero, a su madre o a
una hermana. De inmediato, muchas personas surgen a la vista del cazador
esperando una porción de carne. Es de esta manera en que cada Kayapó, hombre o
mujer, se encuentra constantemente en posición de realizar un intercambio con
otra serie de personas en la aldea. En efecto, el cazador bien sucedido está
moralmente obligado a ceder una parte de la carne, todavía más cuando el animal
es de porte respetable. Pero, en forma recíproca, el tocará las puertas de los
otros cuando la suerte le sea esquiva o cuando se encuentre enfermo lo
suficiente como para no salir a cazar. Cada intercambio –constante- logra que la
carne obtenida diariamente sea repartido en la comunidad. Es extraño, por lo
mencionado, que una familia no tenga la carne suficiente para alimentarse.
Debido a las
ceremonias, que se extienden por varios meses, se necesita una gran cantidad de
carne. Por lo dicho se organizan, tres o cuatro veces por año, grandes
expediciones. En principio, las mujeres y los niños acompañan a los hombres
dejando abandonada la aldea. Día a día, un nuevo campamento se yergue en la
selva, a algunos kilómetros del anterior. Es desde allí que los hombres parten
en busca de la caza.
A excepción
de los jabutis, toda la carne se consume en la misma selva. Sólo se conservan
los jabutis para el banquete final. En la selva ecuatorial no es fácil
conservar una gran cantidad de carne y, de esta manera, los jabutis ofrecen la
alternativa más sencilla: estos animales pueden permanecer por mucho tiempo
vivos sin comer ni beber. No obstante, es cierto que su transporte puede ser
problemático. Para acarrearlos con facilidad, estos animales son amarrados lado
a lado entre dos bastones de madera. Tales estructuras pueden transportar, como
máximo, quince jabutis y pueden llegar a medir tres metros de altura y pesar
hasta sesenta kilos. No es una tarea fácil transitar los caminos de la selva. Por
lo tanto, los jóvenes parten todos los días previamente a los cazadores para
trazar, con sus machetes, un corredor a través de la vegetación. Los cazadores,
cada cual con su carga de jabutis, avanzan lentamente a través de la selva y no
vuelven a la aldea antes de reunir una determinada cantidad de carne,
suficiente para organizar un banquete. En general, eso significa que es
necesario encontrar entre 200 y 300 animales, lo que puede demorar uno o más
meses.
Se pesca
todo el año, pero especialmente al iniciarse la estación seca, cuando el nivel
de agua es más bajo y se pueden capturar en grandes cantidades. Con este
objetivo los Kayapó utilizan los cipós timbó (tipo de liana que se adentra en
el agua: Paullinia trigonia). Los hombres golpean durante horas los cipós con
pequeños troncos que presentan una extremidad más ancha (mocas). Los peces
comienzan a flotar sobre la superficie por la ausencia de oxígeno y se vuelven
fáciles presas. Pero, como los Kayapó residen cerca de pequeños ríos, pescan
especies pequeñas de peces.
En la
sociedad kayapó la pesca no constituye una actividad tan productiva como la
caza. La economía de este pueblo es, recordémoslo, doblemente desfavorable: por
el establecimiento de las aldeas en zonas ecológicas poco favorables y por la
fuerte densidad demográfica de las grandes comunidades. ¿Cómo fue que os Kayapó
resolvieron ese problema? Los otros grupos indígenas de la selva que viven en
áreas semejantes presentan un tamaño generalmente más modesto y llevan una vida
nómade. Estos se mantienen viajando en forma continua. Atraviesan regiones en
donde aún no hay incidencia intensiva de actividades de caza y pueden contar
con los productos disponibles en la selva. Ellos trabajan apenas en pequeños
campos de cultivo que satisfacen rápidamente sus necesidades produciendo
mandioca y papa.
El nomadismo
no es una solución para los Kayapó. Trasladarse en forma continua por la selva
con una población de mil indios o más es imposible en la práctica, y lo
mencionado sólo provocaría que el problema de carencia proteica se convirtiese
en un problema de carencia calórica. Para los grupos kayapó numerosos, la vida
nómade sólo sería posible se la vida comunitaria de las grandes aldeas fuese
abandonada, tal aspecto no puede ser considerado, ya sea por razones de defensa
o por razones sociales y rituales.
Se advierte
que la forma de vida sedentaria es difícilmente mantenida en regiones
desfavorables. Los Kayapó aprendieron esa lección por si mismos cuando, hacia
mediados del siglo XIX, llegaron a su actual territorio. Luego de ello, fue
necesario abrir campos de cultivo cada vez más apartados de la aldea. La tarea
de las mujeres se volvió, así, más pesada y, con sus largas y diarias caminatas
hacia esos campos, ellas se exponían cada vez más- a los ataques de sus
enemigos. Cuando las mujeres comenzaron a demostrar su descontento, algunos
pequeños grupos constituidos por familias pequeñas nucleares o conformadas por
parientes distantes o aliados, comenzaron a construir pequeñas aldeas
temporarias cerca de os campos de cultivo más apartados durante la estación
seca. La distancia máxima entre tales aldeas denominadas “satélites” no era
mayor a 40 kilómetros. Eran los suficientemente lejanas como para explorar
nuevos territorios de caza pero no o suficiente como para impedir las visitas.
El sistema ceremonial constituye una fuerza centrífuga: ciertos rituales
exigen, de hecho, una colaboración intensa entre las diferentes familias. Por
consiguiente, durante la estación lluviosa, los pequeños grupos se reunían
nuevamente en la aldea mayor para organizar las ceremonias.
Pero esos
pequeños grupos eran por demás vulnerables frente a los ataques de los enemigos
y, entonces, ese modelo económico no podía subsistir. A comienzos del siglo XX
se adoptó otro sistema. Se construyeron algunas grandes aldeas a, aproximadamente,
entre 30 y 50 kilómetros de distancia una de la otra, habitadas a través de un
sistema de rotación. Conforme una aldea era ocupada por más de uno o dos años,
y la caza comenzaba a escasear, la población en su totalidad de trasladaba
hacia otra aldea. La ventaja de ese tipo de circulación constante residía en el
hecho que los Kayapó retornaban a la aldea en la que los campos de cultivo
existentes aún eran parcialmente productivos. Nuevos campos de cultivo eran, no
obstante, abiertos. Durante el período en el que se trasladaban a otras aldeas,
el equilibrio zoológico se podía reestablecer en la zona en la que habían
desarrollado intensamente la caza por casi dos años. Esta forma de semi
nomadismo consistía, de hecho, en dos ciclos de trayectos: al comienzo se
producían las migraciones bienales en dirección a otras aldeas y, de inmediato,
las largas expediciones de caza necesarias para las fases finales de las
grandes ceremonias. Los Kayapó habían, de esta manera, desarrollado una forma
de vida en donde los productos agrícolas estaban siempre a su disposición y en
donde las posibilidades de cazar habían aumentado considerablemente. Ellos
habían conseguido mantener sus grandes aldeas en las regiones, en principio,
menos viables desde una perspectiva ecológica.
Pero ese
modelo fue difícilmente respetad cuando los Kayapó establecieron contacto con
los funcionarios del gobierno y los misioneros que fundaron rápidamente
pequeños puestos durante las décadas de 1950 y 1960. Como, en esa época, el
transporte en la selva constituía un problema crítico, tales puestos fueron
construidos lo más rápidamente posible a lo largo de los ríos anchos y
navegables, pero distantes del territorio de paso tradicional de los Kayapó.
Atraídos por los bienes y por la ayuda médica que podían obtener, los Kayapó se
establecieron poco a poco en las proximidades de aquellos puestos.
Ese proceso
acarreó, a su vez, una modificación en el sistema económico. Luego de algunos
años, los habitantes de las aldeas dejaron de trasladarse dado que los puestos
y su infraestructura (pista de aterrizaje, instalación de radio, una pequeña
escuela, una pequeña sala para el tratamiento de las enfermedades, etc.) no
podían ser trasladadas. En la actualidad, las migraciones aún se producen
aunque son más breves y, en general, sólo los hombres participan en ellas al
mismo tiempo que las mujeres y los niños permanecen en la aldea para disfrutar
de los tratamientos médicos necesarios.
Los Kayapó
se vuelven, de esta manera y poco a poco, sedentarios y las posibilidades de
caza en los alrededores de las aldeas no son suficientes para alimentar la
población de la aldea. Esa es la razón por la cual la pesca se vuelve cada vez
más importante. En el transcurso de los últimos siglos, la antigua ocupación de
un ambiente mixto de sabana y selva, en donde las aldeas estaban constituidas a
lo largo de los ríos más pequeños, cedió progresivamente su lugar a la
ocupación de un hábitat exclusivamente cubierto por la selva, con aldeas
ubicadas en la proximidad de las grandes vías navegables.
Las aldeas
kayapó tradicionales están compuestas por un círculo de casas construidas
alrededor de una gran plaza abierta. Situada en el centro de la aldea, se
encuentra la casa de los hombres, en donde se reúnen cotidianamente las
asociaciones políticas masculinas. Ese centro es un lugar simbólico, origen y
corazón de la organización social y ritual de los Kayapó, célebre por su
complejidad. Es dable señalar que esa estructura espacial es simbólica y puede
ser reencontrada entre otros grupos Jê.
El sector
periférico de la aldea se constituye por casas dispuestas en círculos,
distribuidas de modo regular, en las cuales residen las familias extensas. Esa
porción de la aldea está asociada, más que nada, a las actividades domésticas,
al desarrollo físico del individuo y a la integración de los sujetos en el seno
de los grupos de parentesco. Cuando las mujeres no trabajan en el campo de
cultivo, ellas recolectan los frutos y la leña o toman baños. El tiempo
restante se emplea en el interior o en los entornos de la casa, en donde las
mujeres hilan, se ocupan de los niños, preparan la comida o simplemente se
entretienen con los miembros de la familia. Se trata del dominio de las
relaciones individuales como el afecto o la evitación, así como de las
relaciones de reciprocidad y de mediación. Asimismo, esa zona periférica se
asocia a los tabúes alimenticios, al ciclo de vida, al parentesco, al
casamiento y a los lazos de la amistad formal.
Los Kayapó
son monógamos. Cuando un hombre se casa, deja la casa de los hombres para
residir en la casa de la esposa. Las mujeres, a su vez, nunca dejan la residencia
materna. Teóricamente, una casa abriga varias familias conjugadas: una abuela y
su marido y sus hijas con sus esposos y niños, entre otras posibilidades.
Cuando el número de residencias se torna demasiado numeroso (40 personas o
más), el grupo residencial sufre una fisión y se construyen una o más casas
contiguas a la primera.
El centro de
la aldea se compone de dos áreas: la plaza, en donde se desarrollan la mayor
parte de las actividades públicas, y la casa de los hombres. La incorporación
de un joven en la vida de la casa de los hombres se concreta a través de los
lazos de amistad que nada tienen que ver con los lazos de parentesco. De esta
manera, la incorporación de los sujetos en los grupos de hombres políticos
adultos (las asociaciones masculinas) es un asunto exterior al parentesco, lo
que contrasta fuertemente con las relaciones alimentadas desde la periferia de
la aldea. El centro está, por lo tanto, relacionado a las asociaciones
masculinas y a las actividades típicamente reservadas a los hombres: reunirse,
realizar discursos, implementar ceremonias y rituales públicos.
En la
sociedad kayapó no existe un jefe que administre a l aldea por completo. Cada
asociación posee uno o dos jefes quienes ejercen la jurisdicción sobre su
propio grupo. No es simple convertirse en un jefe. Un jefe potencial debe,
durante muchos años, seguir las enseñanzas de un jefe con experiencia. Este
último instruye a aproximadamente cuatro jóvenes, quienes no son solamente sus
descendientes directos (hijos o nietos) –lo que constituiría una situación
privilegiada-, sino también a personas que no mantienen parentesco alguno con
ellos. Tal aprendizaje se produce durante la noche, en la casa del jefe veterano.
Aquellos quienes no poseen algún lazo de parentesco con el instructor le deben
ofrecer alimentos. Una sesión de instrucción durante la noche se desarrolla por
aproximadamente dos horas, aunque puede, ocasionalmente, prolongarse durante
cinco o seis horas. Tales sesiones sólo se suspenden cuando se producen largas
expediciones de caza o caminatas por la selva. El conocimiento transmitido de
esa manera es enorme. Como prioridad se enseña un cierto repertorio de cantos y
recitados, cuya ejecución constituye una parte esencial de las diferentes
ceremonias. Tal repertorio comprende, con frecuencia, una serie de
exhortaciones morales y de alicientes para que las personas se preparen con
tiempo para un ritual, bailen de modo conveniente, se ornamenten de manera apropiada,
etc. Esos recitados contienen también fórmulas rituales cuya finalidad es la de
evitar las catástrofes anunciadas por los fenómenos naturales (eclipses de sol
o de luna, caída de un meteoro, etc.).
Saber
proferir de manera correcta tales cantos y recitados en público es una de las
funciones rituales fundamentales de un jefe. Del mismo modo, un cierto número
de “cantos de bendición” son entonados públicamente por el jefe en cada ocasión
en la que objetos “salvajes”, como los trofeos de guerra, se introducen en el
seno de la aldea. Esos cantos deben ser necesariamente entonados para evitar
que la apropiación de los objetos se convierta en una fuente de peligro,
pudiendo causar infortunios y enfermedades.
Podemos
verificar esa manera de enseñanza especialmente en las prácticas guerreras –en
el caso de conflictos con los enemigos, los jefes intervienen como responsables
militares-, en la mitología y en la historia de la tribu. Un conocimiento
profundo de esta última es extremadamente importante en el momento de los
discursos y las tomas de decisiones. En efecto, la argumentación de los
discursos reposa, frecuentemente, en las comparaciones con los eventos o
situaciones semejantes a aquellas vividas por los ancestros. La mitología asume
un importante papel dado que los mitos siempre evocan los valores morales que
pueden ser utilizados en una argumentación. Como los jefes no disponen de
medios coercitivos para imponer una decisión a sus discípulos, los discursos
constituyen, a su medida, el único medio de persuasión disponible. A través de
los discursos, en los cuales los valores morales y los intereses de asociación
son priorizados, los jefes ejercen su influencia y su prestigio para proponer y
tornan aceptables sus ideas y propuestas.
Pero un jefe
jamás toma una decisión en el sentido pleno de la palabra, el no detenta el
poder. Nadie le presta atención a un jefe que intenta imponer su propia
voluntad y, en ese caso, puede ser eliminado. Es conveniente que el jefe esté
atento a las ideas que circulan al interior de su grupo de discípulos y, si se
conforma en un consenso, formularlo rápidamente de tal manera de que los otros
se aliñen unánimemente a la idea o a la acción en la cual aparece como
protagonista. Es, de hecho, en esta fase en la que los discursos se vuelven
decisivos: ellos dan con frecuencia la impresión de que el jefe propone algo,
lo que es falso. El simplemente formula da manera hábil una idea la cual se
constituiría próximamente en algo consensuado; que ya circulaba en la aldea. En
el caso de una discordia, el jefe consulta, generalmente, a los miembros más
ancianos de la asociación.
La
elocuencia es, entonces, crucial para los líderes. Pero, si a algún jefe le
faltase esa extrema elocuencia, puede ser eventualmente compensado por otras
cualidades extraordinarias. Los Kayapó prefieren los jefes combativos a los
débiles. Es interesante notar que la función del jefe se caracteriza por una
aparente paradoja: por un lado se alienta la combatividad y la firmeza pero,
por el otro, se exige una gran elocuencia con el fin de promover la
conciliación. La primera cualidad (combatividad) remite a la virtud masculina
que se sitúa en el lugar de la fuerza física, de la indiferencia al dolor, a la
capacidad de ser un buen guerrero y de defender los intereses de la asociación
y de la comunidad contra las amenazas. La segunda cualidad (elocuencia) es
indispensable para mantener y promover la unidad. Esta última cualidad está
relacionada a la generosidad que os jefes deben demostrar en todas las
circunstancias: todos esperan que los mismos redistribuyan inmediatamente todo
lo que obtienen (antiguamente, sus presas de guerra, en la actualidad los
regalos de los visitantes). Los jefes deben colocar los intereses del grupo en
primer lugar en detrimento de los intereses individuales demostrando a través
de la generosidad pruebas manifiestas de ese sentimiento de solidaridad.
En extremo,
los jefes deben velar para que las disputas individuales no degeneren en
querellas entre facciones, lo que arriesgaría la unidad global de la sociedad.
Las disputas individuales no son toleradas en la casa de los hombres, puesto
que el centro de la aldea kayapó es el lugar de las actividades públicas del
grupo y no el espacio en donde se regulan las dificultades individuales,
comúnmente generadas en el ámbito familiar. Es porque las diputas son
extremadamente peligrosas para la unidad de la sociedad que los jefes se ven
implicados en los conflictos internos, tanto personalmente en relación a un
problema individual cuanto como líderes de una asociación que debe defender los
intereses de sus discípulos. Sin embargo, los jefes de asociaciones diferentes
deben, siempre que les sea posible, evitar tales implicaciones y buscar la
comprensión mutua. Es justamente en la búsqueda de los consensos en que
consiste el proceso final de designación de un nuevo jefe.
El proceso
de formación de los jefes en las aldeas provoca que siempre existan diferentes
jefes aspirantes. Otros terminan por comprender que la función de jefe no les
interesa: no desarrollan ambiciones políticas e interrumpen su educación. Las
acciones y actos de aquellos que poseen tal ambición son expuestos –y
eventualmente cuestionados- durante los años siguientes por los jefes en
función y por los ancianos en general.
El jefe
anciano permanece en el centro de las decisiones de su organización pero, al
envejecer, comienza a confiar las tareas a los líderes más jóvenes de su grupo
de alumnos Es en esta fase, entonces, en la cual los aspirantes pueden mostrar
sus cualidades. Pero como ellos no llegaron aún a la edad de poder sostener sus
discursos, por no pertenecer al grupo de ancianos de la asociación, todavía no
pueden utilizar ese poderoso medio de persuasión para incitar a sus colegas a
la acción. Por eso, en esa etapa, los juicios de valor sobre los sujetos se
basan, fundamentalmente, en el comportamiento ejemplar. Ciertos criterios
se aplican para juzgar la aptitud de un candidato: sus conocimientos, el
interés por la cultura, la combatividad, la solidaridad y la generosidad. El
período de aprendizaje prosigue hasta que el joven líder se case y se relacione
con una determinada asociación de hombres.
Luego de
algunos años, el jefe veterano es tan anciano que se le hace difícil el
participar en las actividades públicas. Los líderes jóvenes se convierten en
padres de entre tres y cuatro niños y ya tienen la posibilidad de entrar al
círculo de los hombres mayores dentro de su asociación. Es en ese momento en el
que se designa al sucesor. La elección no se produce a través de elecciones. Lo
que deciden los miembros de la asociación a la que pertenece el candidato es
determinante; ellos designan a quien prefieren. El jefe veterano, asimismo,
mantiene la decisión final, especialmente si dos o más jóvenes se revelan como
candidatos realmente serios. Para evitar querellas posteriores entre los
diferentes candidatos el debe consultar a los jefes de otras asociaciones para
verificar que quien proponga el nombre del candidato también tenga una
excelente reputación y que se haya destacado por mantener el comportamiento más
adecuado. Son lo jefes de las otras asociaciones quines finalmente deciden y
proclaman oficialmente su elección al público de la aldea.
La función
de jefe, como se destaca, se caracteriza por poseer una cierta dosis de
ambigüedad: por un lado, la tarea exige un comportamiento pacificador y, por el
otro, de una conducta decidida, combativa e, inclusive, agresiva. Es necesario,
en otras palabras, ser agresivos frente a los extranjeros y un pacificador en
el seno de la comunidad. Ese doble rol convierte a la carrera de un jefe en una
actividad bastante difícil y no es una sorpresa que varios candidatos a la
jefatura renuncien durante el período preliminar de su formación. De hecho,
pocos jefes responden efectivamente al ideal preconizado: algunos son muy
agresivos, otros demasiado pacifistas o no lo suficientemente generosos. Sólo
los jefes fuertes consiguen encontrar un equilibrio entre los dos papeles.
Por lo que
parece, los jefes actuales están, claramente, pensando en ese problema. En efecto,
los blancos se generalmente se dirigen a ellos para transmitir menajes y,
especialmente, para obtener algo de la comunidad. Eso explica porqué los jefes,
en la actualidad, se encuentran presionados -con gran frecuencia- entre el
mundo de los blancos y el de su asociación (o de la comunidad en su conjunto),
cada una de las partes intentando imponer su voluntad. Les cabe de esta forma a
los jefes el encontrar una solución capaz de satisfacer a las dos partes en
cuestión. Tales recientes desarrollos conducen a las comunidades a atribuirle,
de un modo cada vez más corriente, mayores poderes de decisión a sus jefes,
aunque únicamente en lo que respecta a las negociaciones con los blancos. Al
interior de la comunidad, las antiguas reglas permanecen válidas.
La aldea es
el centro del universo kayapó, el espacio más socializado. La selva circundante
se considera como un espacio antisocial en donde los hombres se pueden
transformar en animales o espíritus, enfermar si razón aparente o inclusive
asesinar a sus parientes; en ella habitan los seres medio animales/medio
personas. Cuanto más se alejan de la aldea, más antisocial se vuelve la selva y
más peligros se agregan a la misma. Como siempre existe el peligro de que lo
“social” sea apropiado por el dominio de la naturaleza, huyendo del control
humano, los Kayapó buscan una apropiación simbólica de lo natural,
trasformándolo en social por medio de los cantos de cura y a través de las
ceremonias que instauran el constante intercambio entre el hombre y el mundo de
la naturaleza.
La porción
de selva en la cual la población de la aldea caza, pesca y ara se socializa a
través de la atribución de nombres de lugares. De inmediato, las
intervenciones humanas en la naturaleza se acompañan por rituales. Por ejemplo,
la instalación de nuevos campos de cultivo es precedida por un baile que
presenta muchas semejanzas estructurales con el ritual de la guerra. Instalar
nuevos campos de cultivo es, de hecho, una guerra simbólica; no contra un
enemigo humano sino contra un enemigo natural. Al volver de la excursión de
caza, los hombres deben cantarle a los espíritus de la caza, que ellos mismos
mataron, para que los mismos permanezcan en la selva. Cada especie animal
designa un canto que siempre comienza con el grito que alude al animal muerto.
El conjunto
ritual kayapó consiste en un lenguaje muy particular: los ritos aluden a y
actualizan valores fundamentales de la sociedad, reflejan igualmente la imagen
que el grupo tiene de si mismo, de la sociedad y del universo. Cada uno de ellos
traduce una parte de esa visión cosmológica y establece una relación entre el
hombre y la naturaleza en la cual, especialmente, se refuerza la relación
hombre animal.
Los rituales
kayapó son diversos y numerosos, pero su importancia y duración varían
fuertemente. Se dividen en tres categorías principales: las grandes ceremonias
de confirmación de nombres personales, ciertos ritos agrícolas, de caza, de
pesca y coyunturales –por ejemplo aquellos realizados cuando se produce un
eclipse solar o lunar- e, finalmente, los ritos de pasaje. Estos últimos son,
con frecuencia, solemnes aunque de escasa duración así como escasamente
acompañados de bailes o cantos; se organizan para anunciar públicamente el
pasaje de algunas personas de una clase de edad hacia otra.
En los ritos
de pasaje, todas las ceremonias se clasifican bajo el término mereremex (“gente
que extiende su belleza”), que refiere a la manera corrientemente elaborada con
la que los hombres se ornamentan en tales ocasiones. Esas ceremonias constituyen
actividades grupales cuya finalidad es la de socializar valores “salvajes” o
antisociales. Es de esta manera en relación a la atribución del nombre, tema
central de la mayor parte de las ceremonias kayapó; en efecto, los nombres
personales son tomados como un préstamo de la naturaleza. Son los chamanes
quienes entran en contacto con los espíritus naturales y aprenden con ellos
nuevos cantos y nombres. Esos nombres, junto a los cantos a los cuales ellos se
refieren, son elementos prestados del mundo “natural” debiendo, entonces, ser
introducidos en la cultura durante la ocurrencia de las grandes ceremonias de
nominación.
En esas
ocasiones, la mayor parte de las secuencias rituales ocurren en la plaza
central de la aldea. Se nota aquí una inversión del espacio social ordinario:
el centro de la aldea, normalmente organizado a base de la amistad y las
relaciones no parentales se convierte en el dominio de las actividades en las
que tanto los lazos personales familiares como los elementos naturales –por los
tanto “salvajes”, como los nombres personales o de la caza abatida- son
centrales. La verdadera naturaleza de la “belleza”, a las que los Kayapó se
refieren a través del término “mereremex”, no es simplemente visual, sino
también formada por una belleza interior que resulta de la actividad del grupo,
del esfuerzo común necesario para “socializar” los nombres de las personas o de
otros objetos preciosos.
Los Kayapó
distinguen dos categorías de nombres de personas: los nombres “comunes” y los
nombres “bellos” o “grandes”. Las fuentes que inspiran los nombres comunes son
múltiples, pudiendo remitir a un elemento del medio ambiente, a una parte del
cuerpo, a una experiencia personal, etc. Los nombres bellos tienen dos partes:
un prefijo ceremonial y un sufijo simple. Existen ocho sufijos ceremoniales incapaces
de ser traducidos, cada uno de ellos se corresponde a una categoría ceremonial.
Algunos días
después del nacimiento, el niño recibe un cierto número de nombres comunes y
bellos. Ambos pueden ser utilizados, pero es más elegante que los segundos sean
confirmados posteriormente, durante una ceremonia. Tal confirmación se produce
después de que el niño haya desarrollado las habilidades motoras y lingüísticas
elementales y, en el caso de los niños en especial, deben ser nominados antes
de que integren formalmente una de las asociaciones ligadas al centro de la
aldea. En otras palabras, la confirmación de los nombres atribuidos al
nacimiento se produce entre los dos y ocho años, durante un ritual de
nominación.
Los nombres
bellos de cada persona se basan en prefijos ceremoniales diferentes.
Idealmente, cada niño debería ser honrado más de una vez, pero, en la práctica,
lo mencionado se produce escasamente debido a los grandes gastos que eso exige
a los padres del niño. Estos intervienen como patrocinadores de los ritos de
nominación debiendo alimentar a las personas que cantan y/o bailan. Como la
ceremonia puede durar meses, se necesitan cantidades enormes de alimentos que
deben ser reunidos y preparados. El padre y la madre acuden, obviamente, a sus
parientes más distantes para pedir auxilio pero no todos se solidarizan –o
pueden- para contribuir y, por lo tanto, asumir una responsabilidad económica
tan pesada.
Los Kayapó
distinguen doce rituales de nominación. Cada uno de ellos posee un nombre
particular y consiste en una serie de danzas extendidas, cantos y prácticas
rituales específicas. Durante una de esas ceremonias se “honran” a entre dos y
cinco niños denominados mereremex (“aquellos que extienden su belleza”). Los
niños honrados son ayudados por dos o más amigos rituales, personas no
emparentadas de ambos sexos que siempre tendrán como tarea auxiliar a ese niño
cuando atraviese, a futuro, todas las fases difíciles durante su vida. La
atribución de un nombre es una de las ocasiones más fuertes en la cual la ayuda
de un amigo ritual es solicitada. La confirmación ceremonia de los nombres se
considera, en efecto, una empresa peligrosa. Lo mencionado se explica
parcialmente por el origen de los nombres que, recordemos, provienen de
elementos naturales, aunque atemorizantes. Pero existe una segunda amenaza:
cuando se produce la realización de los ritos, los espíritus de los parientes
muertes intentan despojar el espíritu de los niños ornamentados.
Los Kayapó
creen que los espíritus de los muertos viven en una aldea apartada, en alguna
parte de las colinas. Esta aldea se organiza de la misma manera que la de los
vivos: en forma de círculo con una o dos casas de hombres, poseen asociaciones
masculinas y femeninas, clases de edad, etc. La diferencia esencial reside en
el hecho de que los espíritus viven durante la noche y le temen a la luz del
día. Es por ello que los Kayapó tienen miedo de permanecer solos en la selva
durante el período nocturno.
Las mujeres
fuman durante casi toda su estadía en los campos de cultivo puesto que los
espíritus le temen al humo. Sin esa precaución, muchos espíritus las acecharían
en el momento en el que cosechasen las papas y la mandioca y, entonces, las
siguiesen hasta la aldea. Para confundir a los espíritus, las mujeres escupen
en todas las direcciones posibles antes de dejar los campos de cultivo y se
rodean con una nube de humo, lo más densa posible. Escupir y expeler humo son
actos que poseen la misma eficacia que presentan los cantos masculinos al
finalizar una excursión de caza exitosa: ambos tienen como objetivo ahuyentar a
los espíritus.
Los Kayapó
entierran a sus muertos en un espacio bien preciso, fuera del círculo de la
aldea. La sepultura se compone de un pozo de forma circular, en el cual se
coloca el cuerpo en posición de sentado y el rostro siempre dirigido hacia el
este. El foso se cubre luego de que diversos objetos personales del fallecido
se depositaron en el como sus calabazas, sus armas y algunos ornamentos. El
espíritu llevará estos objetos hacia su nueva morada. Durante las primeras
semanas que siguen al fallecimiento, los parientes dejan, cotidianamente, un
poco de comida y de bebida al lado de la sepultura dado que el espíritu no
necesariamente encuentra el camino que lo conduce a la aldea de los muertos de
inmediato.
Los
espíritus pueden tener nostalgia, lo que provoca entre los hombres el temor de
que ellos puedan o intenten “buscar” a un miembro de su familia. Por eso, los
parientes de un recién fallecido serán extremadamente prudentes: para espantar
a los espíritus los hombres iluminarán la casa con grandes fuegos que
producirán una gran cantidad de humo. El simple hecho de contemplar un espíritu
es mortal y este último acostumbra esperar el momento oportuno para capturar el
alma de un enfermo o de un pariente débil.
En el ritual
de nominación, los niños honrados se encuentran en una situación de debilidad
extrema: al iniciarse el rito, los niños son, por decirlo de alguna manera,
seres inacabados y sometidos a un proceso intenso de socialización por medio de
la pintura corporal, la protección de ornamentos específicos, las danzas
rituales de grupos masculinos o femeninos y, finalmente, a la confirmación
ritual de sus nombres. Al final de ese proceso, los niños honrados se vuelven
nuevamente seres humanos íntegros, aún si son acompañados por varios amigos
rituales adultos.
Según los
Kayapó, el hombre está compuesto por elementos corporales internos (sangre, huesos,
órganos, carne y agua) y por un elemento corporal exterior (la piel), también
por un espíritu (mekarõ) y por energía vital (kadjwýnh), éste último situado en
el hígado; finalmente, por elementos sociales relacionados con el ciclo vital y
a las fases sucesivas del sistema de clases de edad cuyos momentos fuertes
coinciden con la atribución de nombres, con la iniciación, el casamiento, el
nacimiento, el refuerzo de los lazos de alianza o de amistad formal entre
grupos e individuos.
La sangre es
una sustancia peligrosa que el cuerpo debe retener en una cantidad precisa dado
que su falta provoca debilidad y enfermedades así como su exceso lleva a la
indolencia. Eso explica por qué los Kayapó hacen sangrar a los adolescentes por
los muslos en forma esporádica. Cuando los ancianos de la aldea consideran que
los jóvenes se vuelven lentos o blandos en demasía atribuyen esa actitud a la
acumulación excesiva de sangre en sus cuerpos, un especialista debe escarificar
los muslos de los jóvenes hasta hacerlos sangrar con la ayuda de un pedazo
triangular de calabaza incrustado con dientes extremadamente afilados de un
determinado pez.
Ese
especialista actúa con la mayor prudencia posible dado que el contacto con la
sangre de otro es muy peligroso: puede modificar la cantidad de sangre en el
cuerpo de quien fue contaminado. Lo que se teme es, especialmente, el contacto
con la sangre exterior (de otras personas o de animales). Por esas razones, los
Kayapó son muy prudentes; después de tal contacto ellos se lavan lo más rápido
y cuidadosamente posible. De acuerdo a la intensidad del contacto, toda una
serie de prohibiciones den de ser observadas. Luego del ataque a una aldea
enemiga, el pecho de los guerreros debe ser tatuado y raspado, siempre
intentando eliminar la sangre superficial, “mala” y, por lo tanto, peligrosa.
Como los guerreros son cada vez más escasos, sólo los más ancianos poseen esos
tatuajes.
En las
décadas de 1980 y 1990, los Kayapó se volvieron célebres en los medios
nacionales e internacionales por la activa movilización a favor de los derechos
políticos, de la demarcación de sus tierras y también por la manera firme en su
forma de relacionarse con los mercados locales buscando productos
industrializados. A medida en que se desarrollaba esa movilización, los rostros
de los líderes Ropni (mejor conocido como Raoni) y el de Bepkoroti (Paulinho
Payakã) se volvieron mundialmente famosos y fueron retratados por la prensa
junto a artistas, personalidades y poderosos jefes de Estado. Sus
espectaculares apariciones en Brasilia, durante el proceso de la Asamblea
Constituyente así como la intensa movilización de esos líderes articulando
acciones tanto en el Brasil como en el exterior constituyeron la marca de ese
período.
El punto
culminante parece haber sido el celebre encuentro pan indígena en la ciudad de
Altamira, en febrero de 1989, que tuvo una gran repercusión en la prensa. En
ese evento, los líderes de las comunidades Kayapó, junto con los representantes
de 24 pueblos indígenas, además de los grupos ambientalistas de varios países,
se reunieron para impedir la construcción de un complejo hidroeléctrico en el río
Xingu; lo que sería la usina de Kararaô. El año anterior al evento, Payakã
había visitado los Estados Unidos de Norteamérica, invitado por los
antropólogos norteamericanos Darell Posey y Janet Chernela, donde denunciara el
proyecto y cuestionara a los representantes del Banco Mundial que lo
financiarían. En forma paralela, Raoni había conseguido la ayuda internacional
del cantor Sting, que resultó en la creación de sendas organizaciones no
gubernamentales para proteger la selva así como a los Kayapó; las mismas –entre
otras- era la Rainforest Foundation y su filial brasileña, la Fundação
Mata Virgem o Fundación Selva Virgen (Rabben, 1998). En noviembre de 1989,
Payakã fue premiado con la medalla de honor de la Better World Society, entidad
filantrópica de defensa de la ecología y del bien estar de la humanidad, en la
categoría Protección del Medio Ambiente.
Al iniciarse
la década de 1990, entonces, la asociación de los Kayapó junto a su discurso
ambientalista estaba en su auge. Es posible que, dadas las circunstancias, los
líderes Kayapó se hayan valido de esa representación para llamar la atención de
la opinión pública internacional acerca de los problemas que los afligían,
especialmente en lo que respecta a la situación de sus tierras. Pero la imagen
idealizada que parte del movimiento ambientalista percibía de los Kayapó
impidió ver que la defensa que los mismos hacían de la selva y de la naturaleza
no poseía un fin en si mismo ni se basaba en una supuesta pureza silvícola. Se
producía la impresión de que la ayuda internacional sólo se interesaba por los
indios en la medida en que los mismos se comportaban como los defensores de la
naturaleza. Como observó el antropólogo William Fischer (1994:229), era como si
el modo de vida indígena sólo valiese la pena –para ser preservado- en la
medida en que el mismo fuese benéfico para el medio ambiente y no en razón de
sus derechos de auto determinación en tanto pueblo. Y si es verdad que una
simple mirada a través de las imágenes satelitales atestigua que en la Amazonía
las áreas indígenas, incluyendo la de los Kayapó, son islas de vegetación
cercadas por el desmonte del entorno, eso ciertamente no se produce por el
hecho de que los indios piensan como ecologistas.
En ese
contexto, al mismo tiempo en el que, a nivel global, eran vistos defendiendo la
selva, a nivel local, los Kayapó hacían negocios con aquellos agentes
económicos que más perjudicaban al medio ambiente en la Amazonía: los
explotadores de la madera y los garimpeiros o buscadores de metales preciosos.
Esa característica tuvo un alto costo para la imagen de los Kayapó,
especialmente luego del incidente que involucró al líder Payakã en una
acusación de violencia sexual. Las noticias de las relaciones comerciales de
los indios, sumadas a la explotación ideologizada del episodio, lograron que
los Kayapó pasasen de ser héroes ecológicos a convertirse en verdaderos
villanos de la Amazonía. La acusación a Payakan les vino de maravillas a los
enemigos de la causa indígena, al celebrarse la conferencia Rio-92, la gran
reunión organizada por las Naciones Unidas sobre el medio ambiente y el
desarrollo. Freire (2001) demuestra como la prensa brasileña intentó demoler la
versión ecológica de los Kayapó para sustituirla por otra en la que los indios
aparecían como ricos capitalistas, latifundistas, privilegiados, “acaboclados”,
manteniendo los peores vicios de la civilización, envueltos en actividades
altamente predadoras como la extracción de metales preciosos y la explotación
de la madera.
Sin embargo,
desde la perspectiva de los indios, alinearse con los ambientalistas y negociar
con la economía local con la cual conviven desde hace rato era parte de sus
estrategias en la forma de relacionarse con el mundo de los blancos, una forma
de enfrentar las nuevas condiciones históricas que se les prestaron. En
ausencia de una política gubernamental para la cuestión indígena, los Kayapó
trataron de obtener por su cuenta los recursos (simbólicos, políticos y
económicos) fundamentales para lograr su reproducción social. No sólo los
bienes de consumo, los servicios y la atención médica, sino también posibles
colaboradores y socios. De allí la necesidad de llamar la atención
internacional para el problema de la demarcación de sus tierras, siempre
dirigido a quien estaba dispuesto a oír. También de allí la necesidad de
negociar parte de los recursos naturales de sus tierras a cambio de dinero.
Además de lo
mencionado, las idealizaciones (positivas o negativas) de los blancos no
permitían visualizar que esas estrategias nunca fueron consensuadas, provocando
muchas veces conflictos internos y hasta fisiones en las comunidades, entre los
partidarios de uno u otro tipo de actuación. Los Kayapó no constituyen un
bloque monolítico de pensamiento y actitudes. Es preciso entender sus acciones
y estrategias tanto en el contexto de su “política externa” (la lucha por la
autonomía y la afirmación étnica), cuanto lo que respecta a su “política
interna”, que involucra –también- las disputas por el prestigio entre los
liderazgos intra e inter aldeas así como a los grupos de edad.
Por otro
lado, la experiencia acumulada les dice a los Kayapó que no siempre se puede
confirmar en el “kuben” (blanco), y que las asociaciones son intrínsecamente
inestables y conflictivas. Para ellos, los blancos no se comportan
adecuadamente dado que mienten demasiado (kuben ênhire) o, como acostumbran
describir jocosamente los Xikrin, ellos tienen “dos bocas” (japê kré amé). Los
Kayapó saben que las negociaciones con los madereros y garimpeiros, a pesar de
que fueron importantes en algún momento, fueron perjudiciales y casi siempre
cargadas de deshonestidad. En la actualidad se muestran abiertos a las
alternativas del modelo económico predatorio que se enraizó fuertemente en la
Amazonía, especialmente durante el régimen militar. Los Xikrin, por ejemplo,
rompieron todos los contratos con los madereros al iniciarse la década de 1990
y apostaron al desarrollo de un modelo de explotación forestal sustentable y
renovable, dentro de los parámetros presentes en la certificación internacional.
Fueron el primer grupo indígena en el Brasil en tener un Plan de Manejo
Forestal (Plano de Manejo Florestal) aprobado por la Funai (Fundação Nacional
do Índio o Fundación Nacional del Indio) y por el Ibama (Instituto Brasileiro
do Meio Ambiente e dos Recursos Naturais Renováveis o Instituto Brasileño del
Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables), y en la actualidad
comienzan a realizar el desmonte, por ejemplo, no sólo para los propios Kayapó
sino para todo el estado de Pará, en lo que respecta a la cuestión maderera.
Actualmente, muchas comunidades Kayapó desarrollan proyectos de alternativas
económicas sustentables en asociación con ONG’s así como con agencias
multilaterales de financiamiento.
A pesar de
nuestras trampas, los Kayapó siguen intentando moverse en la interfase ubicada
entre su mundo y el nuestro. Han aprendido mucho sobre nosotros. Y nosotros…
¿qué hemos aprendido de ellos? Tal vez sea la hora de abandonar nuestras
visiones idealizadas, románticas o cínicas, con el objetivo de intentar
comprender quiénes son ellos en verdad.
Reproducido
y adaptado de:
https://pib.socioambiental.org/es/Povo:Meb%C3%AAng%C3%B4kre_(Kayap%C3%B3)
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