martes, 13 de noviembre de 2018

El DNA y los orígenes del conocimiento  (Primera parte)


"La primera vez que un hombre Ashaninca me contó que había aprendido las propiedades medicinales de las plantas bebiendo un brebaje alucinógeno, creí que estaba bromeando. Estábamos en un bosque sentados en cuclillas junto a un matorral cuyas hojas, afirmó, podían curar la mordedura de una serpiente mortal. “Uno aprende estas cosas bebiendo ayahuasca,” dijo. Pero no estaba sonriendo. Fue a principios de 1985, en la comunidad de Quirishari en el Valle de Pichis en el Amazonas peruano. Yo tenía 25 años y estaba empezando un período de dos años de trabajo de campo para obtener un doctorado en antropología de la Universidad de Stanford. Mi formación me había conducido a esperar que la gente contara cuentos chinos. Creí que mi trabajo como antropólogo era descubrir lo que realmente pensaban, como una especie de detective privado. Durante mi investigación sobre la ecología Ashaninca, la gente en Quirishari regularmente mencionó el mundo alucinatorio de los ayahuasqueros, o chamanes. En conversaciones sobre plantas, animales, tierra, o la selva, se referían a los ayahuasqueros como la fuente de conocimiento. Cada vez que decían esto, me preguntaba a mí mismo a qué se referían realmente. Mi trabajo de campo concernía al uso de recursos Ashaninca – con énfasis particular en sus técnicas racionales y pragmáticas. Enfatizar el origen alucinatorio del conocimiento ecológico Ashaninca hubiera sido contraproducente al argumento principal subyacente a mi investigación. Sin embargo, el enigma seguía estando ahí: Estas personas extremamente prácticas y francas, viviendo casi de forma autónoma en la selva amazónica, insistían en que su amplio conocimiento botánico procedía de alucinaciones inducidas por plantas. ¿Cómo podía esto ser cierto?
El enigma todavía era más intrigante porque el conocimiento botánico de los indígenas del Amazonas ha sorprendido a los científicos durante largo tiempo. La composición química de la ayahuasca es un ejemplo que hace al caso. Los chamanes amazónicos han preparado ayahuasca durante milenios. El brebaje es una combinación necesaria de dos plantas, que deben ser hervidas juntas durante horas. La primera contiene una sustancia alucinógena, dimethiltriptamina, que también parece ser segregada por el cerebro humano; pero este alucinógeno no tiene ningún efecto cuando se traga, porque un enzima del estómago llamado monoamino oxidasa lo bloquea. De todas formas, la segunda planta, contiene algunas sustancias que desactivan esta enzima estomacal concreta, permitiendo que el alucinógeno alcance el cerebro. Así que aquí hay gente sin microscopios electrónicos que elige, de entre unas 80,000 especies de plantas amazónicas, las hojas de un arbusto que contienen una hormona alucinógena del cerebro, que combinan con una trepadora contenedora de sustancias que desactivan una enzima del aparato digestivo, que si no bloquearía el efecto alucinógeno. Y hacen esto para modificar su conciencia. Es como si tuvieran conocimiento sobre las propiedades moleculares de plantas y sobre el arte de combinarlas, y cuando uno les pregunta cómo saben estas cosas, dicen que su conocimiento viene directamente de las plantas alucinógenas. No había venido a Quirishari para estudiar este tema, que para mí se relaciona con la mitología indígena. Incluso consideré que el estudio de la mitología era un pasatiempos inútil y “reaccionario”. Mi focalización como antropólogo era el desarrollo de los recursos Ashaninca. Estaba intentando demostrar que el verdadero desarrollo consistía, en primer lugar, en reconocer los derechos territoriales de los indígenas. Mi punto de vista era materialista y político, más que místico – aún así me quedé bastante impresionado con el pragmatismo de los Quirishari. Éstas son personas que enseñan mediante el ejemplo, más que con explicaciones. Los padres animan a sus hijos a acompañarles en su trabajo. La frase “deja a papá tranquilo porque está trabajando” es desconocida. La gente desconfía de los conceptos abstractos. Cuando una idea parece realmente mala, dirán sin tomárselo demasiado en serio: “Es pura teoría”. Las dos palabras clave que surgían una y otra vez en las conversaciones eran práctica y táctica – sin duda, puesto que son requisitos para vivir en la selva. Después de aproximadamente un año en Quirishari, me di cuenta de que el sentido práctico de mis anfitriones era mucho más fiable en su entorno que mi comprensión de la realidad procedente de la formación académica. Su conocimiento empírico era innegable, pero sus explicaciones sobre el origen de su conocimiento eran increíbles para mí. Mi actitud era ambivalente. Por un lado, quería entender lo que pensaban – por ejemplo, sobre la realidad de los “espíritus” – pero por el otro, no podía tomar seriamente lo que decían porque no lo creía. Cuando dejé Quirishari, supe que no había resuelto el enigma del origen alucinatorio del conocimiento ecológico Ashaninca. Partí con la extraña sensación de que el problema tenía que ver más con mi incapacidad de comprender lo que la gente había dicho que con la insuficiencia de sus explicaciones. Siempre habían usado palabras muy simples. En junio de 1992, fui a Río para asistir a la conferencia mundial sobre el desarrollo y el medio ambiente. En la “Cumbre de la Tierra”, como fue conocida, todo el mundo estaba hablando sobre el conocimiento ecológico de los indígenas, pero ciertamente nadie estaba hablando sobre el origen alucinatorio de una parte, tal como afirman los mismos indígenas. Los colegas preguntaban: “¿Quieres decir que los indios afirman que reciben información molecular verificable de sus alucinaciones? ¿No lo creerás, verdad?”. ¿Qué podía responder? No hay nada que se pueda decir sin contradecir dos principios fundamentales del conocimiento occidental. Primero, las alucinaciones no pueden ser la fuente de la información real, porque considerarlas como tal es la definición de psicosis. El conocimiento occidental considera que las alucinaciones son, en el mejor de los casos, ilusiones y, en el peor, un fenómeno patológico. Segundo, las plantas no comunican como los seres humanos. Las teorías científicas de comunicación consideran que sólo los seres humanos utilizan símbolos abstractos como palabras e imágenes y que las plantas no retransmiten información en forma de imágenes mentales. Para la ciencia, el cerebro humano es la fuente de alucinaciones, que las plantas psicoactivas desencadenan meramente por medio de las moléculas alucinógenas que contienen. Fue en Río donde me di cuenta de la magnitud del dilema formulado por el conocimiento alucinatorio de los indígenas. Por un lado, sus resultados son empíricamente confirmados y usados por la industria farmacéutica; por otro lado, su origen no puede ser debatido científicamente porque contradice los axiomas del conocimiento occidental. Cuando comprendí que el enigma de la comunicación de las plantas era un punto ciego para la ciencia, sentí la llamada de llevar a cabo una profunda investigación del tema. Además, había llevado conmigo el misterio de la comunicación de las plantas desde mi estancia con los Ashaninca, y sabía que las exploraciones de contradicciones en la ciencia con frecuencia llevan a resultados fructuosos. Me pareció que esta cuestión requería dirigirse a establecer un diálogo serio con los indígenas sobre ecología y botánica. Yo mismo ingerí ayahuasca en Quirishari, una experiencia que me enfrentó con un ámbito irracional y subjetivo terrorífico, aunque lleno de información. En los meses después, pensé bastante en lo que había dicho mi principal consultor Ashaninca, Carlos Pérez Suma. ¿Qué pasaría si fuera cierto que la naturaleza habla en señales y que el secreto para comprender su lenguaje consiste en darse cuenta de las similitudes en la configuración o la forma? ¿Qué pasaría si lo tomara literalmente? Me gustó esta idea y decidí leer los textos antropológicos sobre chamanismo, prestando no sólo atención a su contenido sino a su estilo. Pegué una nota en la pared de mi despacho: “Mira la FORMA.” Una cosa se hizo clara cuando pensé en mi estancia en Quirishari. Cada vez que había dudado sobre las explicaciones de uno de mis consultores, mi comprensión de la visión de la realidad de los Ashaninca se había agarrotado; por el contrario, en las raras ocasiones en las que había conseguido silenciar mis dudas, mi comprensión de la realidad local había aumentado – como si hubiera veces en las que uno debía creer para ver, más que a la inversa. Se me había hecho claro que los ayahuasqueros en sus visiones conseguían acceder de alguna forma a información verificable sobre las propiedades de las plantas. Por ello, razoné, el enigma del conocimiento alucinatorio podía ser reducido a una cuestión: ¿Provenía esta información desde el interior del cerebro humano, tal como afirmaría el punto de vista científico, o desde el mundo exterior de las plantas, como afirmaban los chamanes? Ambas perspectivas parecían presentar ventajas e inconvenientes. Por una parte, la similitud entre los perfiles moleculares de los alucinógenos naturales y de la serotonina parecía indicar realmente que estas sustancias trabajan como llaves que encajan en la misma cerradura dentro del cerebro. De todas formas, no podría estar de acuerdo con la postura científica según la que las alucinaciones son meramente descargas de imágenes almacenadas en compartimentos de la memoria subconsciente. Estaba convencido de que las enormes serpientes fluorescentes que había visto gracias a la ayahuasca no correspondían de ninguna manera con nada de lo que hubiera podido soñar incluso en mis más extremas pesadillas. Además, la velocidad y coherencia de algunas de las imágenes alucinatorias excedía en muchos grados a los mejores vídeos de rock, y sabía que no hubiera sido capaz de filmarlas. Por otra parte, cada vez me parecía más fácil suspender la incredulidad y considerar el punto de vista indígena como potencialmente correcto. Después de todo, existía todo tipo de puntos ciegos y contradicciones en el conocimiento científico de los alucinógenos, que en principio parecía tan fiable: los científicos no saben cómo afectan estas sustancias a nuestra conciencia, ni han estudiado verdaderos alucinógenos en detalle. Ya no me parecía irrazonable considerar que la información sobre el contenido molecular de las plantas podía realmente proceder de las mismas plantas, tal como afirmaban los ayahuasqueros. De todas formas, fracasé en ver cómo esto podría funcionar concretamente."
Autor: Jeremy Narby
Continúa en:
https://daniloanton.blogspot.com.uy/search/label/La%20serpiente%20c%C3%B3smica2
El tema ha sido desarrollado en profundidad en el libro "Pueblos, Drogas y Serpientes",  Danilo Antón,  Piriguazú Ediciones
Fuente:
http://www.onirogenia.com/lecturas/la-serpiente-cosmica-por-jeremy-narby.pdf

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