El concepto de recurso, en tanto que instrumento de
la producción, es de aparición relativamente reciente. Su origen se relaciona
con el desarrollo de las primeras sociedades industriales, y más en particular,
con el proceso de industrialización experimentado por Inglaterra a fines del
siglo XVIII.
Los recursos naturales, a diferencia de los
recursos humanos o los “de capital”, como las instalaciones y máquinas, son
aquellos que no han sido generados en forma directa por la acción humana.
En este marco conceptual, el agua, las plantas, los
animales y los otros elementos de la naturaleza, pasan a ser considerados como
“recursos naturales” y por lo tanto simples componentes de las cadenas
productivas. Esta visión se desarrolló tan sólo durante los últimos siglos como
resultado del proceso histórico de la “revolución industrial”1.
En las sociedades tradicionales los componentes de
la naturaleza eran considerados2 en forma
diferente. En ellas, todo lo natural estaba intrínsecamente conectado a los sistemas
espirituales y religiosos. El agua, en particular, era considerada un elemento
sagrado que debía ser tratada de forma reverente. El carácter productivo era
soslayado en beneficio de su rol espiritual como sustento de la vida.
En muchas sociedades agro-urbanas pre-industriales
(por ejemplo, en la Roma republicana e imperial, en Fez, Marruecos3, a principios del
milenio, y en muchas otras urbes antiguas), se construyeron redes de
abastecimiento urbano, a la vez que se establecían complejos sistemas de
irrigación. Estos desarrollos llevaron a que se fuera perdiendo gradualmente la
visión del agua como sustancia esencial, y que cada vez más, se la considerara
como un producto.
Cuando se instauró la revolución industrial en
Europa y América del Norte, a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX,
estos enfoques utilitarios de los recursos naturales comenzaron a ser
racionalizados, en cierto modo, como una forma de explicar los dramáticos
cambios sociales y productivos que estaban teniendo lugar en esa época.
Las primeras corrientes del pensamiento económico
prosperaron en este marco filosófico industrialista: la escuela de economistas
denominados los fisiócratas en Francia y Adam Smith en Gran Bretaña durante el
siglo XVIII, y más tarde David Ricardo o Thomas Robert Malthus.
Señala Martínez Alier4 que todos estos autores
escribieron antes que se definieran las leyes de la termodinámica, y que por lo
tanto se explica su particular análisis de la realidad económica.
A ello hay que agregar el hecho de que en los
siglos XVIII y primera mitad del siglo XIX no se experimentaba aún en forma
intensa la presión antrópica sobre la naturaleza.
En la segunda mitad del siglo XIX y durante todo el
siglo XX, cuando ya se habían establecido los principios e instrumentos básicos
de la física moderna, y era posible pensar las disciplinas económicas en nuevos
términos, muchos economistas continuaron ignorando la naturaleza degradable del
ambiente y el carácter finito de los recursos. (continúa)
Del libro "Sequìa en un mundo de agua", D.Antón, Piriguazú Ediciones
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