lunes, 19 de noviembre de 2018

Del libro "Sequía en un Mundo de Agua", D.Antón, Piriguazú Ediciones

Capítulo 8
El uso humano del agua y su impacto sobre los sistemas naturales

En tiempos anteriores a la aparición de las sociedades humanas las cuencas hidrográficas evolucionaban naturalmente a ritmos variados dependiendo de los factores climáticos, geológicos y biológicos. La aparición de la especie humana dio lugar a la introducción de diversos factores que dieron lugar a nuevas dinámicas y tendencias diferentes. 
En las sociedades tradicionales antiguas la relación social con el agua se planteaba en términos de profundo respeto. En sus sistemas espirituales el agua era uno de los elementos sagrados más importantes, y el contacto con ella estaba frecuentemente asociado a prácticas ceremoniales, como las abluciones o el baño sacramental1. Los otros usos del agua se limitaban a satisfacer las necesidades fisiológicas indispensables de los seres humanos, la higiene, saciar la sed y el lavado de los animales, y el riego a pequeña escala. 
Las sociedades agro-urbanas que las sucedieron continuaron con algunas de estas prácticas y creencias, pero en mucho menor medida. Las aglomeraciones urbanas implicaron una distribución colectiva del agua, perdiéndose gradualmente la noción del origen del recurso. Del mismo modo, como resultado de la aparición de grandes proyectos de riego, el agua comenzó a ser vista cada vez más como un instrumento productivo, una “mercancía”. 
Algunas sociedades agro-urbanas desarrollaron complejos sistemas de abastecimiento en sus principales ciudades. Son los casos de Alejandría en Africa, Mohenho Daro y Harappa en el Valle del Indo, Atenas, Roma y Venecia en Europa, y Tenochtitlán en América. A nivel productivo se extendió la irrigación agrícola. Para satisfacer estas necesidades se construyeron embalses, depósitos de almacenamiento y acueductos y se excavaron canales de riego. La obtención de agua pasó a tener un creciente contenido social y productivo. 
A medida que las urbes se extendían, las tecnologías hidráulicas de abastecimiento se hacían más complejas. La ocupación territorial tendiente a satisfacer los mercados urbanos con bienes de consumo, llevaba a que las zonas rurales se fuese transformando gradualmente en una mera avanzada de los procesos de urbanización. 
Todos estos fenómenos se ampliaron aún más a partir de la expansión de los estados europeos durante los siglos dieciséis y diecisiete. Las grandes urbes de Europa utilizaron los recursos de sus colonias ultramarinas para el desarrollo urbano, atrayendo contingentes poblacionales crecientes de las zonas rurales adyacentes. 
Ello determinó una ruralización y luego urbanización de las sociedades tradicionales que habían lograron sobrevivir los procesos de agro-urbanización anteriores. La revolución industrial tuvo como impacto la aceleración de la evolución general hacia la ocupación territorial intensiva, con un modelo rural/urbano cada vez más acentuado. 
Los efectos del modelo fueron numerosos y diversos: la expansión de la agricultura y la ganadería, una creciente explotación de los bosques, sobreutilización de los recursos hídricos, excavación de canteras y túneles, construcción de represas y otras estructuras artificiales, etc. 
Estas intervenciones dieron lugar a impactos crecientes en la hidrodinámica terrestre, tanto a nivel local, como regional y global. 
La situación se fue agudizando durante el siglo veinte a partir del avance acelerado de la revolución urbana mundial. El desarrollo de mega-ciudades con varios millones de habitantes, y la densificación de la población en muchas áreas rurales, creó una demanda de agua creciente y concentrada. 
El consumo del vital líquido para propósitos agrícolas, domésticos, industriales y otros, se expandió muy rápidamente; a nivel mundial se construyeron miles de represas, se perforaron innumerables baterías de pozos, se extrajeron las reservas naturales a ritmos sin precedentes. Grandes volúmenes de aguas “usadas” de mala calidad se retornaron al ambiente causando degradación generalizada de los cursos de agua, lagos y acuíferos. 
Al mismo tiempo se fue extendiendo la construcción de obras hidroeléctricas y embalses para la irrigación. Si bien la construcción de represas con fines de generación de energía produce modificaciones relativamente menores a nivel de la calidad del agua, puede tener un impacto muy importante en los ecosistemas acuáticos fluviales. Ello se debe, fundamentalmente, a la obstrucción de las rutas de migración de muchas especies que habitan dichos ambientes. 
El proceso de represamiento fluvial que empezó a fines del siglo XIX, ha continuado en forma incesante y hoy son escasos los cauces fluviales de cierta importancia que fluyen libremente desde sus cabeceras hasta la desembocadura. 
Este proceso se desarrolló a escala mundial a principios del siglo XX y todavía no se ha detenido2. En la actualidad, al comenzar el siglo XXI, su crecimiento prosigue sin cesar. 
Un efecto adicional es el aumento de la sismicidad por el peso del agua almacenada. Este es el caso reciente de Turquía, que en 1997 tenía en construcción 55 represas mayores de 65 metros. Este número representaba el 16% de las 345 grandes represas en construcción en el mundo, mientras la población turca era menos del 2% mundial. Vale la pena recordar que en 1999 se produjeron varios terremotos que destruyeron varias ciudades del norte de este país3.  
  
  

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