Del libro "Sequía en un Mundo de Agua", D.Antón, Piriguazú Ediciones
Capítulo 8
El uso humano del
agua y su impacto sobre los sistemas naturales
En tiempos anteriores a la aparición de las
sociedades humanas las cuencas hidrográficas evolucionaban naturalmente a
ritmos variados dependiendo de los factores climáticos, geológicos y
biológicos. La aparición de la especie humana dio lugar a la introducción de
diversos factores que dieron lugar a nuevas dinámicas y tendencias
diferentes.
En las sociedades tradicionales antiguas la
relación social con el agua se planteaba en términos de profundo respeto. En
sus sistemas espirituales el agua era uno de los elementos sagrados más
importantes, y el contacto con ella estaba frecuentemente asociado a prácticas
ceremoniales, como las abluciones o el baño sacramental1. Los otros usos del agua se limitaban a
satisfacer las necesidades fisiológicas indispensables de los seres humanos, la
higiene, saciar la sed y el lavado de los animales, y el riego a pequeña
escala.
Las sociedades agro-urbanas que las sucedieron
continuaron con algunas de estas prácticas y creencias, pero en mucho menor
medida. Las aglomeraciones urbanas implicaron una distribución colectiva del
agua, perdiéndose gradualmente la noción del origen del recurso. Del mismo
modo, como resultado de la aparición de grandes proyectos de riego, el agua
comenzó a ser vista cada vez más como un instrumento productivo, una
“mercancía”.
Algunas sociedades agro-urbanas desarrollaron
complejos sistemas de abastecimiento en sus principales ciudades. Son los casos
de Alejandría en Africa, Mohenho Daro y Harappa en el Valle del Indo, Atenas,
Roma y Venecia en Europa, y Tenochtitlán en América. A nivel productivo se
extendió la irrigación agrícola. Para satisfacer estas necesidades se
construyeron embalses, depósitos de almacenamiento y acueductos y se excavaron
canales de riego. La obtención de agua pasó a tener un creciente contenido
social y productivo.
A medida que las urbes se extendían, las
tecnologías hidráulicas de abastecimiento se hacían más complejas. La ocupación
territorial tendiente a satisfacer los mercados urbanos con bienes de consumo,
llevaba a que las zonas rurales se fuese transformando gradualmente en una mera
avanzada de los procesos de urbanización.
Todos estos fenómenos se ampliaron aún más a partir
de la expansión de los estados europeos durante los siglos dieciséis y
diecisiete. Las grandes urbes de Europa utilizaron los recursos de sus colonias
ultramarinas para el desarrollo urbano, atrayendo contingentes poblacionales
crecientes de las zonas rurales adyacentes.
Ello determinó una ruralización y luego urbanización
de las sociedades tradicionales que habían lograron sobrevivir los procesos de
agro-urbanización anteriores. La revolución industrial tuvo como impacto la
aceleración de la evolución general hacia la ocupación territorial intensiva,
con un modelo rural/urbano cada vez más acentuado.
Los efectos del modelo fueron numerosos y diversos:
la expansión de la agricultura y la ganadería, una creciente explotación de los
bosques, sobreutilización de los recursos hídricos, excavación de canteras y
túneles, construcción de represas y otras estructuras artificiales, etc.
Estas intervenciones dieron lugar a impactos
crecientes en la hidrodinámica terrestre, tanto a nivel local, como regional y
global.
La situación se fue agudizando durante el siglo
veinte a partir del avance acelerado de la revolución urbana mundial. El
desarrollo de mega-ciudades con varios millones de habitantes, y la
densificación de la población en muchas áreas rurales, creó una demanda de agua
creciente y concentrada.
El consumo del vital líquido para propósitos
agrícolas, domésticos, industriales y otros, se expandió muy rápidamente; a
nivel mundial se construyeron miles de represas, se perforaron innumerables
baterías de pozos, se extrajeron las reservas naturales a ritmos sin precedentes.
Grandes volúmenes de aguas “usadas” de mala calidad se retornaron al ambiente
causando degradación generalizada de los cursos de agua, lagos y
acuíferos.
Al mismo tiempo se fue extendiendo la construcción
de obras hidroeléctricas y embalses para la irrigación. Si bien la construcción
de represas con fines de generación de energía produce modificaciones
relativamente menores a nivel de la calidad del agua, puede tener un impacto
muy importante en los ecosistemas acuáticos fluviales. Ello se debe, fundamentalmente,
a la obstrucción de las rutas de migración de muchas especies que habitan
dichos ambientes.
El proceso de represamiento fluvial que empezó a
fines del siglo XIX, ha continuado en forma incesante y hoy son escasos los
cauces fluviales de cierta importancia que fluyen libremente desde sus
cabeceras hasta la desembocadura.
Este proceso se desarrolló a escala mundial a
principios del siglo XX y todavía no se ha detenido2. En la actualidad, al comenzar el siglo XXI, su
crecimiento prosigue sin cesar.
Un efecto adicional es el
aumento de la sismicidad por el peso del agua almacenada. Este es el caso
reciente de Turquía, que en 1997 tenía en construcción 55 represas mayores de
65 metros. Este número representaba el 16% de las 345 grandes represas en
construcción en el mundo, mientras la población turca era menos del 2% mundial.
Vale la pena recordar que en 1999 se produjeron varios terremotos que
destruyeron varias ciudades del norte de este país3.
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