lunes, 10 de septiembre de 2018


4.29 El Sistema Acuífero del Valle de México


La mayor parte del agua consumida por la ciudad de México es abastecida por un acuífero sedimentario de origen aluvial que subyace gran parte de la región urbana. Una porción considerable del agua es traída desde fuera de la cuenca (desde el sistema hidrográfico Lerma-Cutzamala), aunque este aporte representa menos de una quinta parte del total.
El transporte de agua hacia el valle se está volviendo una operación poco práctica y sumamente cara. Si bien la posibilidad de ampliar la extracción de los recursos de la cuenca Lerma-Cutzamala se está agotando, la utilización de las aguas del río Balsas o su afluente el Amacuzac permitiría cubrir el deficit de abastecimiento.
Esta extracción imlicaría bombear las aguas ladera arriba a través de una diferencia de altitud de 1.200 a 1.500 m. así como construir largas tuberías, embalses de almacenamiento y otros costosos trabajos de ingeniería. Del mismo modo se considera que la utilización de aguas alóctonas al valle implicaría un perjuicio
insoslayable a las comuniades que actualmente dependen de esos recursos hídricos para su consumo doméstico y para el riego.
Geología e hidrogeología del valle
El acuífero de México está contenido en varias formaciones geológicas del Terciario y del Cuaternario cuyo espesor va desde unos pocos metros a cerca de 2.000 m. Estas unidades comprenden una vasta gama de materiales sedimentarios,
incluyendo sedimentos piroclásticos y retrabajados aluvialmente, brechas, conglomerados y aglomerados, varios tipos de formaciones arenosas volcánicas, cenizas volcánicas, lentes lacustres y coladas de lava intercaladas. Estos depósitos
están estrechamente relacionados con la actividad volcánica que tuvo lugar durante la formación del cinturón volcánico trans-mexicano y la epirogénesis sincrónica a esta petrogénesis.
La secuencia se apoya sobre las calizas cretácicas de la Formación Morelos, una unidad kárstica de 1.000 m de espesor, que constituye el “piso” de la secuencia volcánica. La base del paquete sedimentario- volcánico está compuesta de conglomerados y areniscas del grupo Balsas (épocas Eoceno a Oligoceno). Este
grupo molásico rellenó los graben que se desarrollaron durante el período orogénico post-laramídico. Comprende hasta 500 m de conglomerados, cubiertos por depósitos más finos poco variados sobre todo arenosos, pero también limosos y arcillosos, de hasta 2.000 m de espesor.
Por encima del grupo Balsas hay una compleja secuencia volcánica del Mioceno superior, compuesta de diferentes tipos de piroclastos (tobas, brechas y aglomerados), sedimentos clásticos aluviales intercalados y coladas de lava. Su espesor varía entre 390 y 1.750 m. Sobre las capas del Mioceno se formó una secuencia
volcánica de 300 a 800 m de espesor que incluye lavas andesíticas, brechas volcánicas y tobas, cubiertas a su vez por material volcánico andesítico y dacítico del Plioceno Superior, incluyendo lava y piroclastos no consolidados (300-600 m de espesor). Encima de estas rocas extrusivas se encuentran los flujos piroclásticos
de la Formación Otomi, con coladas de lava y tobas de caída de cenizas, brechas y lavas andesíticas asociadas.
La Formación Otomi está cubierta por una compleja secuencia de unidades volcánicas, que comprenden las Formaciones Las Cruces, Zempoala y Navaja, piroclastos indiferenciados del Plioceno y las Formaciones cuaternarias de Llano Grande, El Pino, Tlaloc, Popocatépelc, Chichihuanitsin e Iztaccihuatl.
Por último, las depresiones de la meseta en el valle de México están rellenas con una secuencia de acumulaciones aluviales y piroclásticas de 500 m de espesor, llamada Formación Taranco, sobre la que depositaron sedimentos lacustres durante
el Pleistoceno Superior y Holocenos, que en algunas áreas alcanzan hasta los 400 m de profundidad.
Resumiendo: el Valle de México se formó como resultado de una contínua acumulación volcánica, en la cual los formaciones molásicas detríticas del Terciario superior fueron cubiertas por una prolongada y compleja sucesión de extrusiones volcánicas, incluyendo abundante material piroclástico -en cierta medida retrabajado por acción fluvial- y coladas de lavas intercaladas. Durante las erupciones volcánicas se formaron tobas, brechas, cenizas y lava. Entre estos episodios se depositaron sedimentos aluviales y lacustres.
Los acuíferos con mayor potencial hídrico están contenidos en la Formación Tarango y en los materiales aluviales y la secuencia cenozoica de piroclastos fracturados y coladas de lava. Estos acuíferos están a menudo cubiertos por sedimentos lacustres más jóvenes, que confinan el acuífero principal. Toda la secuencia puede alcanzar un espesor de hasta 2.000 m, de los cuales los 1.500 m inferiores se encuentran más consolidados. La baja porosidad efectiva de la porción inferior, que solamente permite un cierto flujo en las fracturas -da lugar
a una baja producción potencial en esta parte de la secuencia. Dado que el techo del acuífero se encuentra demasiado cerca de las arcillas lacustres, el contínuo bombeo puede producir el desecamiento y la consolidación de las arcillas desencadenando
procesos de subsidencia. La porción utilizable del acuífero está
comprendida entre los 100 y 500 m por debajo del nivel del suelo.
El acuífero del valle de México es recargado en la Sierra Chichinautzin en el sur, en la Sierra Las Cruces en el oeste y en la Sierra Nevada en el este. Se estima que el volumen total de recarga oscila entre el 25 y el 50% de la precipitaciones (25% en Sierra Las Cruces, 35% en Sierra Nevada y 50% en Sierra Chichinautzin).
La mitad aproximada de este volumen fluye hacia el Valle de México, en tanto el resto se dirige hacia otras cuencas.
Resulta difícil obtener cifras precisas del volumen de agua que recibe el acuífero del valle cada año. Sin embargo puede indicarse que el volumen de recarga es por cierto menor a 50 m3/segundo, que es la tasa de extracción (dado que el acuífero se está agotando). Una estimación de 30-40 m3/segundo es seguramente más razonable. De seguir descendiendo el nivel de agua del acuífero se provocará un aumento del flujo desde las sierras debido al aumento del gradiente. Sin embargo, no es probable que este aumento llegue a compensar el déficit, especialmente en
caso de que la tasa de extracción aumente.
Para poder predecir en forma precisa de qué modo reaccionará el acuífero frente a un bombeo prolongado se necesitara de un modelo adecuado. En los últimos años ha sido posible la obtención de información precisa acerca de las propiedades geométricas e hidráulicas del acuífero. Investigadores del Instituto de Geofísica
de la Universidad Nacional Autónoma de México han desarrollado un modelo del acuífero (Herrera et al., 1982) que se presenta como muy promisorio para despejar esas incógnitas. Se espera que la utilización de dicho modelo junto a la información recientemente obtenida finalmente habrán de permitir evaluarfehacientemente los recursos hídricos subterráneos del valle.
No obstante, los problemas de México no podrán ser resueltos tan solo con cálculos precisos. Muy por el contrario, éstos solamente permitir saber con más exactitud algo que ya se sospecha desde hace bastante tiempo: el modelo de desarrollo de la ciudad de México es insostenible a largo plazo. El desarrollo del valle
ha alcanzado su límite y la megaciudad cada vez es menos viable. Para revertir el proceso será necesario implementar a nivel nacional un modelo de desarrollo menos concentrado y centralizado, que busque armonizar la ocupación del territorio
y el medio ambiente. Sólo un drástico cambio de rumbo habrá de permitir la sobrevivencia del valle más allá de su agonía actual.
1. El material de esta sección fue extraído de Herrera et al. (1982), Castillo Berthier (1983), Granados Velazco (1988), Ortega (1988), Cortes et al. (1989), González Morán y Rodríguez Castillo (1989), Herrera (1989), Ryan (1989), Ward (1990) y Yepes (1990,
Del libro "Los Acuíferos de América Latina,". D.Antón, Piriguazú Ediciones

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