La mayor
parte del agua consumida por la ciudad de México es abastecida por un acuífero
sedimentario de origen aluvial que subyace gran parte de la región urbana. Una
porción considerable del agua es traída desde fuera de la cuenca (desde el
sistema hidrográfico Lerma-Cutzamala), aunque este aporte representa menos de
una quinta parte del total.
El
transporte de agua hacia el valle se está volviendo una operación poco práctica
y sumamente cara. Si bien la posibilidad de ampliar la extracción de los
recursos de la cuenca Lerma-Cutzamala se está agotando, la utilización de las
aguas del río Balsas o su afluente el Amacuzac permitiría cubrir el deficit de
abastecimiento.
Esta
extracción imlicaría bombear las aguas ladera arriba a través de una diferencia
de altitud de 1.200 a 1.500 m. así como construir largas tuberías, embalses de
almacenamiento y otros costosos trabajos de ingeniería. Del mismo modo se considera
que la utilización de aguas alóctonas al valle implicaría un perjuicio
insoslayable
a las comuniades que actualmente dependen de esos recursos hídricos para su
consumo doméstico y para el riego.
Geología e
hidrogeología del valle
El acuífero
de México está contenido en varias formaciones geológicas del Terciario y del
Cuaternario cuyo espesor va desde unos pocos metros a cerca de 2.000 m. Estas
unidades comprenden una vasta gama de materiales sedimentarios,
incluyendo
sedimentos piroclásticos y retrabajados aluvialmente, brechas, conglomerados y
aglomerados, varios tipos de formaciones arenosas volcánicas, cenizas
volcánicas, lentes lacustres y coladas de lava intercaladas. Estos depósitos
están
estrechamente relacionados con la actividad volcánica que tuvo lugar durante la
formación del cinturón volcánico trans-mexicano y la epirogénesis sincrónica a
esta petrogénesis.
La
secuencia se apoya sobre las calizas cretácicas de la Formación Morelos, una unidad
kárstica de 1.000 m de espesor, que constituye el “piso” de la secuencia volcánica.
La base del paquete sedimentario- volcánico está compuesta de conglomerados y
areniscas del grupo Balsas (épocas Eoceno a Oligoceno). Este
grupo
molásico rellenó los graben que se desarrollaron durante el período orogénico post-laramídico.
Comprende hasta 500 m de conglomerados, cubiertos por depósitos más finos poco
variados sobre todo arenosos, pero también limosos y arcillosos, de hasta 2.000
m de espesor.
Por encima
del grupo Balsas hay una compleja secuencia volcánica del Mioceno superior,
compuesta de diferentes tipos de piroclastos (tobas, brechas y aglomerados), sedimentos
clásticos aluviales intercalados y coladas de lava. Su espesor varía entre 390
y 1.750 m. Sobre las capas del Mioceno se formó una secuencia
volcánica
de 300 a 800 m de espesor que incluye lavas andesíticas, brechas volcánicas y
tobas, cubiertas a su vez por material volcánico andesítico y dacítico del Plioceno
Superior, incluyendo lava y piroclastos no consolidados (300-600 m de espesor).
Encima de estas rocas extrusivas se encuentran los flujos piroclásticos
de la
Formación Otomi, con coladas de lava y tobas de caída de cenizas, brechas y
lavas andesíticas asociadas.
La
Formación Otomi está cubierta por una compleja secuencia de unidades volcánicas,
que comprenden las Formaciones Las Cruces, Zempoala y Navaja, piroclastos
indiferenciados del Plioceno y las Formaciones cuaternarias de Llano Grande, El
Pino, Tlaloc, Popocatépelc, Chichihuanitsin e Iztaccihuatl.
Por último,
las depresiones de la meseta en el valle de México están rellenas con una
secuencia de acumulaciones aluviales y piroclásticas de 500 m de espesor, llamada
Formación Taranco, sobre la que depositaron sedimentos lacustres durante
el
Pleistoceno Superior y Holocenos, que en algunas áreas alcanzan hasta los 400 m
de profundidad.
Resumiendo:
el Valle de México se formó como resultado de una contínua acumulación volcánica,
en la cual los formaciones molásicas detríticas del Terciario superior fueron
cubiertas por una prolongada y compleja sucesión de extrusiones volcánicas,
incluyendo abundante material piroclástico -en cierta medida retrabajado por
acción fluvial- y coladas de lavas intercaladas. Durante las erupciones volcánicas
se formaron tobas, brechas, cenizas y lava. Entre estos episodios se depositaron
sedimentos aluviales y lacustres.
Los
acuíferos con mayor potencial hídrico están contenidos en la Formación Tarango
y en los materiales aluviales y la secuencia cenozoica de piroclastos fracturados
y coladas de lava. Estos acuíferos están a menudo cubiertos por sedimentos
lacustres más jóvenes, que confinan el acuífero principal. Toda la secuencia
puede alcanzar un espesor de hasta 2.000 m, de los cuales los 1.500 m
inferiores se encuentran más consolidados. La baja porosidad efectiva de la porción
inferior, que solamente permite un cierto flujo en las fracturas -da lugar
a una baja
producción potencial en esta parte de la secuencia. Dado que el techo del
acuífero se encuentra demasiado cerca de las arcillas lacustres, el contínuo bombeo
puede producir el desecamiento y la consolidación de las arcillas desencadenando
procesos de
subsidencia. La porción utilizable del acuífero está
comprendida
entre los 100 y 500 m por debajo del nivel del suelo.
El acuífero
del valle de México es recargado en la Sierra Chichinautzin en el sur, en la
Sierra Las Cruces en el oeste y en la Sierra Nevada en el este. Se estima que
el volumen total de recarga oscila entre el 25 y el 50% de la precipitaciones (25%
en Sierra Las Cruces, 35% en Sierra Nevada y 50% en Sierra Chichinautzin).
La mitad
aproximada de este volumen fluye hacia el Valle de México, en tanto el resto se
dirige hacia otras cuencas.
Resulta
difícil obtener cifras precisas del volumen de agua que recibe el acuífero del
valle cada año. Sin embargo puede indicarse que el volumen de recarga es por cierto
menor a 50 m3/segundo, que es la tasa de extracción (dado que el acuífero se
está agotando). Una estimación de 30-40 m3/segundo es seguramente más razonable.
De seguir descendiendo el nivel de agua del acuífero se provocará un aumento
del flujo desde las sierras debido al aumento del gradiente. Sin embargo, no es
probable que este aumento llegue a compensar el déficit, especialmente en
caso de que
la tasa de extracción aumente.
Para poder
predecir en forma precisa de qué modo reaccionará el acuífero frente a un bombeo
prolongado se necesitara de un modelo adecuado. En los últimos años ha sido
posible la obtención de información precisa acerca de las propiedades geométricas
e hidráulicas del acuífero. Investigadores del Instituto de Geofísica
de la
Universidad Nacional Autónoma de México han desarrollado un modelo del acuífero
(Herrera et al., 1982) que se presenta como muy promisorio para despejar esas
incógnitas. Se espera que la utilización de dicho modelo junto a la información
recientemente obtenida finalmente habrán de permitir evaluarfehacientemente los
recursos hídricos subterráneos del valle.
No
obstante, los problemas de México no podrán ser resueltos tan solo con cálculos
precisos. Muy por el contrario, éstos solamente permitir saber con más exactitud
algo que ya se sospecha desde hace bastante tiempo: el modelo de desarrollo de
la ciudad de México es insostenible a largo plazo. El desarrollo del valle
ha
alcanzado su límite y la megaciudad cada vez es menos viable. Para revertir el
proceso será necesario implementar a nivel nacional un modelo de desarrollo menos
concentrado y centralizado, que busque armonizar la ocupación del territorio
y el medio
ambiente. Sólo un drástico cambio de rumbo habrá de permitir la sobrevivencia
del valle más allá de su agonía actual.
1. El
material de esta sección fue extraído de Herrera et al. (1982), Castillo
Berthier (1983), Granados Velazco (1988), Ortega (1988), Cortes et al. (1989),
González Morán y Rodríguez Castillo (1989), Herrera (1989), Ryan (1989), Ward
(1990) y Yepes (1990,
Del libro "Los Acuíferos de América Latina,". D.Antón, Piriguazú Ediciones
Del libro "Los Acuíferos de América Latina,". D.Antón, Piriguazú Ediciones
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