viernes, 17 de agosto de 2018



Introducción al libro “Crónicas de la Peripecia Humana”
Del frío glacial al calor agobiante, del aislamiento extremo de las ex­tensiones oceánicas a la concentración de poblaciones en las grandes urbes, desde las antiguas comunidades tribales con cosmovisiones natu­rales o mesiánicas a las modernas revoluciones tecnológicas, los seres humanos han desarrollado sociedades diversas, heterogéneas y polícro­mas, lenguajes y alfabetos sofisticados, en fin, una amplia variedad de identidades culturales diferentes.
La peripecia humana reposa precisamente en esta diversidad prác­ticamente ilimitada. Está hecha de luces y sombras, de derechos vio­lados y redimidos, de solidaridad y egolatrías, de crímenes y sacri­ficios. de respeto y autoritarismo.
Todo ello se produjo en el marco de una larga historia en la que tuvie­ron lugar grandes cambios que modificaron completamente la confor­mación social y tecnológica del mundo habitado.
Las sociedades tradicionales que fueron la regla durante los primeros decenas de miles de años de la evolución humana estaban, y aún lo están, estructuradas en grupos pequeños, a menudo autosuficientes, en relación estrecha con los ecosistemas en que habitaban.
Eran comunidades igualitarias, en general pacíficas, con una vincula­ción profunda con la naturaleza y sistemas sociales basados en princi­pios de cooperación y ayuda mutua. Se expresaban en la inexistencia de la propiedad individual de la tierra, en la distribución equitativa de los recursos locales y en el tratamiento preferencial de los niños, de los ancianos y de los individuos con limitaciones físicas o síquicas.
Eran grupos humanos caracterizados por comportamientos poco competitivos, por la colaboración entre los integrantes y por enfoques espirituales holísticos no dogmáticos ni proselitistas que otorgaban ca­rácter sagrado a los elementos de la naturaleza.
Es en ese marco que estas culturas lograron subsistir por decenas de miles de años.
La situación se modificó en los últimos milenios. Con la aparición de los estados agrarios y comerciales comenzaron a generarse socieda­des basadas en la dominación y la explotación de otros pueblos o de sus propios congéneres. Se interrumpió el diálogo con la naturaleza y, consecuentemente, se desarticuló la armonía social preexistente. Se desataron el saqueo, el pillaje, la alienación incontrolada.
Los gobiernos expansionistas crecieron en número, multiplicaron su competencia y conflictividad, las sociedades matriarcales, que en tiempos antiguos eran comunes, fueron sustituidas por sistemas pa­triarcales asignando un rol dependiente y subordinado a las mujeres. Algunos hombres se hicieron amos de otras personas, que pasaron a ser considerados como esclavos. La tierra se transformó en una mera mercancía. Se desataron las guerras, aparecieron los ejércitos. Las re­ligiones se hicieron dogmáticas, autoritarias e intolerantes.
El desarrollo del capitalismo y los avances tecnológicos posteriores y recientes no atemperaron estas tendencias. Los procesos coloniales basados en el poder económico y militar permitieron extender la in­fluencia de las metrópolis imperiales a todos los continentes y océa­nos. Aún las islas y parajes más remotos fueron objeto de la ambición expansiva de los estados centrales.
La descolonización de la segunda mitad del siglo XX debilitó el con­trol político sobre las antiguas dependencias. Muchas de estas colo­nias se transformaron en estados reconocidos internacionalmente.
Frecuentemente los gobiernos de estas nuevas entidades estatales procedieron en forma análoga a los países imperiales. Discrimina­ron a los grupos minoritarios y a las sociedades tradicionales exis­tentes en sus territorios.
Muchas comunidades se vieron arrinconadas por la nueva situa­ción y amenazada su sobrevivencia.
Algunas etnias desaparecieron totalmente o casi totalmente, los guanches de las islas Canarias, los palawa de Tasmania, los aleu­tos del archipiélago aleutiano. los onas y yaganes en Chile y Ar­gentina.
Otros grupos étnicos sobreviven en situaciones marginales de de­gradación económica y cultural, los !kun san del Kalahari discrimi­nados en Botswana, Namibia y Sudáfrica, los mbya guaraní sin ho­gar en su propia tierra, esparcidos en Paraguay, Brasil y Argentina, los chumash y apaches del suroeste de Norteamérica confinados en pequeñas reservas escasamente productivas, los lenni lenape expatriados lejos de su costa oceánica ancestral, los iroqueses en pequeños enclaves próximos a contextos megaurbanos y obligados a una lucha permanente para defenderse del desconocimiento y la falta de oportunidades.
La situación no fue muy diferente en los bosques boreales de Es­candinavia y Siberia. Los saami, los samoyedos, los nenets y los yakutos fueron diezmados y reducidos a pequeños números sin control político o económico de sus propias vidas y territorios.
En otros sitios las sociedades locales sobreviven desde el punto de vista económico pero sus culturas originales han sido degradadas por invasiones culturales provenientes de estados nacionales más poderosos o influencias globalizantes con efectos análogos. Esta situación es común en algunos países europeos, como Gales e Irlanda en las islas británicas y el País Vasco en España. Otros ejemplos de situaciones similares se pueden observar en las comu­nidades bereberes de Marruecos y Argelia y las naciones huichol, purépecha y otomí en México.
En los tiempos más antiguos, donde el palimpsesto de la historia se encuentra más borrado, resulta difícil reconstruir los episodios transcurridos. Los nombres y lugares pueden ser interpretados de varias maneras.
Las anécdotas y experiencias de las personas se tejen como he­bras especiales y únicas que contribuyen a formular los tapices he­terogéneos de las sociedades humanas. A través de las efemérides biográficas se produce la conexión entre comunidades y culturas. Muchas veces las vidas individuales permiten comprender identi­dades locales y contextos. Las reseñas que incluimos en este traba­jo proporcionan elementos para resolver la compleja y desafiante configuración del mosaico humano.
La historia se escribe y reescribe.

1 comentario:

tecnotao dijo...

Soy Carlos Rey, le dije por otro lado que andaría en su vuelta.

Diría que, un resumen de la humanidad sin prejuicios.

Soy un amante buscador de la verdad, no de "mi verdad", la de nadie, si no, la verdad que habita en mi, la misma que en cualquier humano, estrella o un insecto.


Algo del relato académico me suena a eso, relato, algo inventado, algo ajustado a una conveniencia y no a una descripción evidente de la realidad, que sea coherente con cada huella dejada por un ser en la historia de este planeta.