Tolderìas y quilombos: rebeldes en las praderas del Sur de Amèrica
Las tolderías charrúas, por su carácter de rebeldía indoblegable frente al régimen colonial, se transformaron en el principal refugio de todos aquellos que, por diversas razones, estaban enfrentados a las autoridades de los imperios, ya sea los sobrevivientes de las diversas comunidades pampas: yaros, mojanes, mbatidas, guenoas/minuanes y otros, de los grupos guaraníes y chanáes cimarrones, de los esclavos fugados y finalmente de los europeos y criollos rebelados contra las autoridades españolas y portuguesas. Ese carácter multi-étnico de las tolderías se fue incrementando con el tiempo, y como consecuencia de ello se fueron también modificando su cultura y enfoques.
Es casi seguro que cuando se enfrentaron en 1536 los españoles (bajo la jefatura de Pedro de Mendoza) con la alianza de querandíes, charrúas, chanas y guaranís que los enfrentó en la zona de Buenos Aires, las naciones aliadas se encontraban claramente diferenciadas, los querandí, los guaraníes, los charrúas y los chanás se integraron a la lucha manteniendo en todo momento sus individualidades. La mancomunión de fuerzas tenía meramente un carácter táctico. Similar razonamiento se puede hacer con relación a las batallas libradas entre las fuerzas españolas y los ejércitos charrúas en las costas de los actuales departamentos de Colonia y Soriano en la década de 1570 que terminaron con la victoria de los invasores y el repliegue de las comunidades nativas hacia el interior del territorio..
El desplazamiento charrúa lejos de la costa se convirtió en un hecho permanente debido a la aparición cada vez más frecuente de numerosas embarcaciones europeas y a la creación paulatina de nuevos establecimientos, sobre todo en la franja costera.
La integración de las varias Primeras Naciones uruguayas fue gradual. En primer lugar tuvo lugar bajo la forma de alianzas tácticas y luego a través de confederaciones multi-étnicas, tal como se vió en los años anteriores a la batalla del Yí de 1701.
Para ese entonces, las condiciones de vida de las Primeras Naciones uruguayas habían cambiado sustancialmente. En primer lugar, el crecimiento cuantitativo de la población vacuna introducida a principios del siglo XVII proporcionó un nuevo animal mucho más accesible y con mayor rendimiento que la fauna de herbívoros nativos: venados y ciervos criollos. En segundo lugar, y con trascendencia aún mayor, se produjo la irrupción del caballo.
El caballo no era totalmente extraño al continente americano. Se le encuentra a lo largo del registro paleontológico y arqueológico en casi todo el continente, aunque su extinción había ocurrido hacía ya varios milenios, mucho antes de la llegada de los europeos.
Hay autores que han sostenido la posibilidad de la sobrevivencia de ciertas poblaciones equinas en algunas regiones del continente de difícil acceso. La opinión de los paleontólogos que han trabajado el tema en profundidad es de que ello no es posible pues los equinos americanos, si bien pertenecían al mismo género: equus, correspondían a especies diferentes de la europea1 .
A pesar de la inexistencia de caballos americanos y de la ausencia de una cultura ecuestre asociada en la época del advenimiento europeo, la mayor parte de los pueblos nativos se adaptaron muy rápidamente al nuevo animal. Tal vez el caso de los mapuches de la costa del Pacífico austral sea el más sintomático. Las primeras referencias sobre los mapuches ya los muestran como criadores de caballos, animales éstos que rápidamente se constituyeron en un componente central de su dieta.
En las regiones de pastizales de América, incluyendo las praderas uruguayas, tanto los pueblos locales, como aquellos desplazados a ellas por el avance invasor, adoptaron rápidamente el caballo como parte esencial de su cultura. En todas ellas el caballo fue inmediatamente utilizado como medio de transporte, para la caza, para el manejo del ganado y para la guerra.
Este fenómeno ocurrió en las Pampas con los charrúas, minuanes, yaros y otros, en el Chaco con los tobas, abipones, mocovíes y mbayás, y en América del Norte con los cheyennes, lakotas, apaches y grupos similares.
Apenas se reprodujeron las primeras caballadas salvajes en las praderas uruguayas, los charrúas y otros pueblos emparentados lograron domar al nuevo animal en forma muy eficaz, se volvieron excelentes jinetes y adquirieron una movilidad mucho mayor.
La adaptación de los pueblos pampas al caballo fue extremadamente rápida. Los charrúas y otros pueblos pampeanos tenían una actitud de profundo respeto para con los animales que aplicaron en su relación con la nueva especie. Al poco tiempo, podían montar en pelo, sin espuelas y con mínimo castigo. Hay referencias de charrúas que hablaban al oído a sus caballos para «manejarlos». Las crónicas de sus hazañas ecuestres no dejan ninguna duda sobre esta habilidad.
Los pueblos uruguayos originarios se hicieron verdaderamente nómades cuando se volvieron jinetes; en ese momento pudieron desplazarse rápidamente a mayores distancias. Es también a partir de entonces, que se justifica plenamente la denominación genérica de «pueblos pampas» con que fueron conocidos en tiempos coloniales.
La confederación pampa que enfrentó a los españoles a orillas del río Yí en 1701 era un ejército de a caballo, con sus grupos claramente identificados desde el punto de vista étnico. Este hecho se reconoce repetidamente en los partes de batalla españoles. Sin embargo, es a partir de la batalla del Yí (en la que fueron derrotados) que los sobrevivientes debieron recomponerse formando nuevas tolderías dando lugar a cambios en los nombres de las parcialidades y produciéndose seguramente su realineamiento étnico.
Durante la primera parte del siglo XVIII, varios grupos desaparecieron del escenario uruguayo, algunos por haber migrado hacia el Entre Ríos (como fue el caso de los charrúas), el Chaco o los campos del Río Grande, o tal vez por haberse integrado a los nuevos grupos sincréticos bajo otra denominación étnica..
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