Haití, un país latinoamericano que sobrevivió a muchas catástrofes
Danilo Antón
Tout moun fèt
lib, egal ego pou diyite kou wè dwa. Nou gen la rezon ak la konsyans epi nou
fèt pou nou aji youn ak lot ak yon lespri fwatènite (artículo 1º de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos en créole)[1].
A partir de la invasión europea a fines del siglo XV la isla de Haití
(hoy inadecuadamente denominada “Hispaniola”) comenzó a cargar un pesadísimo karma,
que tal vez no sea posible encontrar en ningún otro lugar del
mundo.
Es una historia dramática y trágica, desenvuelta a través de sucesivos
genocidios, masacres y explotación masiva de la mayoría de los grupos humanos
que habitaron el país.
Cuando llegaron las primeras expediciones españolas capitaneadas por
Cristóbal Colón, el territorio isleño, hoy ocupado por las repúblicas de Haití
y República Dominicana, estaba habitado por varias naciones de la etnia taína.
Se trataba de un lugar extremadamente próspero, con suelos fértiles, caudalosos
ríos y costas marinas muy productivas. Si bien es difícil calcular con
precisión la población nativa de la época, de acuerdo a las estimaciones del
sacerdote contemporáneo Bartolomé de las Casas, sus 76,500 km2 albergaban
a más de 2 millones de habitantes.
En poco tiempo ese número disminuiría dramáticamente.
La eliminación sistemática de los taínos por parte de los conquistadores
constituyó uno de los genocidios más crueles que se conocen. Los invasores
ocuparon, atacaron, destruyeron, persiguieron, violaron, torturaron y
ejecutaron a la numerosa población taina con una saña pocas veces registrada en
la historia. En menos de medio siglo el pueblo taíno desapareció de la faz de
la tierra.
Nos quedan como herencia sus restos arqueológicos y unas cuantas
palabras en el vocabulario español e internacional: cacique, batata, maíz, casave, yuca, hamaca, canoa, enagua, tabaco,
entre otras.
Para poder producir azúcar en Haití, rebautizada Santo Domingo, los
españolas secuestraron e “importaron” poblaciones de muchos países cercanos.
Así, trajeron cientos de miles de aborígenes de las Lucayas (Bahamas), Antillas
Menores, Nicaragua, Panamá, costas de Venezuela. La mortandad de los nuevos esclavos fue tan
alta que esta fuente de trabajo forzado se terminó agotando rápidamente.
Ya a mediados del siglo dieciséis se habían abierto las puertas para la
importación masiva de mano de obra esclava de las colonias europeas en Africa
(particularmente las enclaves portugueses y zonas de influencia: Guinea, Congo,
Dahomey, Angola, los reinos Yorubas, etc).
Al cabo de unas
décadas la isla se transformó en uno de los principales centros de producción
de caña de azúcar (y por tanto de aguardiente y sus derivados) que tanta
importancia se daba en Europa, así como de algodón, tabaco y otros productos.
Los colonos podían obtener cuantiosas ganancias porque tanto la tierra como la
mano de obra esclava eran “gratis”.
A fines del siglo XVII España cedió la porción occidental de la isla a Francia
constituyéndose la colonia francesa de Saint
Domingue.
Al igual que el “Santo Domingo” español, la porción francesa de la isla
desarrollaba su producción en base a una numerosa población esclava de origen
africano que a fines del siglo XVIII alcanzaba 1 millón de personas.(en la
década de 1780 al 1790 se llegaron a “importar” 40,000 esclavos por año).
La colonia producía azúcar, algodón, tabaco, café, índigo (tintura azul)
y daba lugar a una gran prosperidad económica para los plantadores. Éstos eran apenas
20,000 colonos que, sin embargo, debido a su pequeño número, experimentaban
crecientes dificultades para controlar la rebeldía de la numerosísima población
esclava.
Fue en ese contexto que, a partir de 1789, al producirse la revolución en
Francia, las ondas expansivas del fenómeno comenzaron a llegar a la colonia.
En 1791 estalló una revuelta generalizada que habría de durar varios
años y finalmente, luego de mucha lucha y sangre, culminaría, el 1º de enero de
1804 con la declaratoria de independencia de un nuevo estado recuperando el viejo
nombre taíno: Haití.
Era el primer país independiente de América luego de los Estados Unidos
y el único quilombo afro-americano
que fue victorioso y obtuvo su soberanía.
Para los haitianos no fue fácil organizar un estado funcional con la
historia de explotación extrema y diversidad étnica que tenían los ciudadanos
del nuevo país.
No había experiencia para desarrollar un estado al estilo “europeo” y
las bases culturales africanas, que hubieran permitido una organización
política estable y consolidada, estaban desestructuradas debido a la mezcla de
pueblos y a la degradación social y cultural resultante de las condiciones de
esclavitud.
En los hechos, se sucedieron gobernantes y regímenes, incluyendo
intervenciones de los imperios de turno, terminando con la ocupación del país
por las fuerzas militares norteamericanas desde 1915 hasta 1934.
La desocupación de Haití en 1934 fue simbólica. Los EEUU continuaron
controlando la política interna de Haití en las décadas siguientes. El
acontecimiento político más autoritario lo constituyó la subida al poder de
Francois Duvalier “Papa Doc” en 1957 quien apoyado en sus Tonton Macoutes
(llamados así por un “monstruo” de la religión afro-haitiana del vudu) gobernó
el país con mano de hierro por 14 años hasta su muerte en 1971.
“Papa Doc” fue sucedido por su hijo “Baby Doc”, de 19 años, quien
prácticamente se desinteresó de las funciones del gobierno, promoviendo un
ambiente de extrema corrupción que terminó con su derrocamiento por el ejército
en 1986.
Luego de un período de estabilización que culminó en las elecciones
presidenciales de 1990, fue elegido el sacerdote salesiano Jean-Bertrand
Aristide con 67% del voto popular. Al año siguiente (1991) Aristide fue
derrocado por un golpe de estado militar iniciándose un nuevo período de
inestabilidad con realineamiento de las fuerzas políticas que culminó con la
vuelta al poder de Aristide en el año 2001. Su nuevo gobierno duró tres años al cabo de los cuales fue
nuevamente derrocado (se sospecha del involucramiento de los EEUU) en febrero
del año 2003.
Antes que su líder partiera del país al exilio forzado los partidarios
de Aristide distribuyeron armas en la población para ayudar a la resistencia
contra el golpe. Esta acción ayudó a crear las condiciones para que más tarde
se desencadenara una situación de violencia urbana y bandidismo que habría de afectar la vida en el
país en los años siguientes.
En el año 2004, con el fin de devolver la tranquilidad y reordenar la
situación política y social del país, las Naciones Unidas decidieron enviar
fuerzas de paz cuyos contingentes principales incluían a Brasil, Uruguay,
Francia, Canadá, Chile y otros países. Estas fuerzas todavía se encuentran en Haití y
están ayudando en las tareas de rescate y reconstrucción.
Además de los problemas políticos, económicos y sociales que han
dificultado enormemente la sobrevivencia de Haití como estado organizado, los haitianos han debido convivir con una
naturaleza contradictoria, a la vez .pródiga y despiadada. En un ambiente de
alta fertilidad y humedad donde pueden crecer varios cultivos por año con
elevados rendimientos, existe otro aspecto de las condiciones naturales que no
es tan beneficioso.
En efecto, Haití está sometida regularmente a destructivos terremotos y
huracanes que son una componente periódica y dramática de la vida en el país.
A principios del 2010, cuando parecía que la situación política se consolidaba
con el establecimiento de un gobierno aceptado socialmente, ocurrió una gran catástrofe sísmica en la región de Puerto
Príncipe.
El 12 de enero de ese año, los sistemas de fallas que separan la placa
del Caribe de la placa de América del Norte se activaron, produciendo una
ruptura a 13
kilómetros de profundidad con epicentro a 25 km al oeste-suroeste de
Puerto Príncipe (y una intensidad de 7.3 en la escala Richter).
Debido a la escasa profundidad del hipocentro el temblor se sintió muy
fuertemente en la superficie, en particular en la propia conurbación de Puerto
Príncipe, provocando enormes destrucciones.
Los efectos del terremoto se vieron magnificados debido a la falta de
prevenciones y controles anti-sísmicos en la organización y arquitectura de la
ciudad. La zona urbana fue devastada con 80% de las construcciones de
mampostería derruídas y varias decenas de miles de muertos y/o desaparecidos.
Aunque esta catástrofe tal vez ha sido la peor de la historia, es bueno
recordar que Haití ya estaba en cierto modo acostumbrado a las catástrofes
naturales.
El país había sufrido destructivos temblores de tierra en varias
oportunidades. En 1751 Puerto Príncipe había sido arrasada por un gran
terremoto y en 1842 toda la isla sufrió las consecuencias de un violento sismo
en donde Puerto Príncipe sufrió daños importantes y la ciudad de Cap-Haitien,
al norte de la isla, quedó totalmente aniquilada. Hubo además terremotos
destructivos en 1618, 1673, 1684, 1761, 1770, 1860 y 1887.
Pero Haití no ha sido sólo víctima de catástrofes sísmicas.
La isla se encuentra en la trayectoria de los huracanes caribeños que
naciendo en el Atlántico ecuatorial se desplazan hacia el noroeste afectando
con frecuencia a la nación caribeña.
Los huracanes del Caribe pueden ser muy destructivos. A lo largo de su
historia Haití fue víctima de un gran número de huracanes fuertes y muy fuertes. En las décadas recientes (desde
1950) se registraron intensos huracanes con pérdidas materiales y humanas en
1954, 1958, 1963, 1964, 1965, 1980, 1987, 1998, 2002, 2004 y 2008.
Paradójicamente, al mismo tiempo que el país sobrevivía a todos estos
acontecimientos naturales dramáticos, la población de Haití se incrementaba año
a año. En 2010, en una superficie reducida de 27,000 km2 los
habitantes de la isla aumentaban a 9 millones de habitantes.
Hay que recordar que el país no posee recursos minerales importantes, sus
bosques han sido quemados y talados, muchos suelos están erosionados y su
potencial agropecuario muy disminuido.
A ello se agrega que la sociedad haitiana no dispone de una tecnología
productiva adecuada y que los sistemas productivos existentes no son suficientes
para sostener a la población.
Como consecuencia de lo dicho anteriormente, Haití es un país muy pobre
desde el punto de vista económico. Tiene los ingresos per capita menores del
continente (1,600 dólares) y ochenta por ciento de la población vive por debajo
de la línea de pobreza. La mortalidad infantil y las enfermedades evitables
están generalizadas. Faltan infraestructuras y servicios. El Indice de
Desarrollo Humano es el menor de las Américas (0.467), al nivel de los países
más pobres del mundo, y el desempleo supera la cuarta parte de la población.
Debido a este contexto la emigración ha sido una constante durante todo
el siglo. Hoy hay más de dos millones de haitianos fuera del país: en los EEUU,
en Canadá, en Francia, y también en su vecino, la República Dominicana.
A pesar de esta situación aparentemente sin salida se pueden sentir
síntomas de un potencial muy grande a nivel humano y espiritual que permiten
albergar esperanzas para el futuro.
Este potencial se aprecia en el arte y la cultura, en el sincretismo de
las diversas fuentes culturales y en la nueva identidad sufrida y valiosa construida
día a día a partir de la diversidad afro-caribeña y alimentada por las
experiencias existenciales del pueblo.
La nueva identidad, que a la vez es muy antigua, se estructura
culturalmente a través del vudú
haitiano.
El vudú es un sistema espiritual y ceremonial desarrollado a partir de
las religiones yorubas y de otros pueblos de la costa occidental africana.
Los esclavos africanos desarrollaron sus creencias y rituales
combinándolos entre sí, agregando elementos del cristianismo y de las
religiones nativas americana (al modo del candomblé
afro-brasilero, y la santería
cubana). El resultado es una cosmogonía y ámbito espiritual sincrético que se nutrió
de muchas raíces y hoy impregna la vida diaria de los haitianos.
Al mismo tiempo que construían su religión identitaria, los haitianos
fueron desarrollando su propia lengua a partir del francés colonial modificado
y enriquecido por aportes de los idiomas africanos: el créole. Hoy el créole es la lengua oficial de Haití con una
literatura original y productiva. Junto
con el guaraní de Paraguay, el créole haitiano es la única lengua autóctona
oficial del continente americano.
En el arte, en particular en la pintura, los haitianos demostraron la intensidad y riqueza de sus visiones.
Las avenidas de Puerto Príncipe son verdaderas galerías de arte, donde
se alinean cientos de cuadros con un sentido estético impresionante y un estilo
propio, desde el arte naif al
surrealismo y realismo mágico. Los haitianos llevan su arte consigo adonde
migran, y por eso también es posible ver estos mercados de pinturas haitianos
en los malecones de Santo Domingo y en los barrios de inmigrantes haitianos en
Miami, Montreal y París.
En fin, Haití no es una nación en extinción.
Todo lo contrario.
A pesar del sufrimiento y la destrucción, en las ruinas de Puerto
Príncipe y otras ciudades haitianas, y con la ayuda de los pueblos hermanos de
todo el mundo, el pueblo haitiano renacerá.
En ese futuro los haitianos aportarán a
la humanidad todo su bagaje de
experiencia y lucha.
Podrán enseñarnos muchas cosas
Acerca del sufrimiento y el gozo, de los colores de la vida, de las
luces y las sombras, de la muerte y la resurrección.
[1] Todos los seres humanos nacen
libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros'
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