miércoles, 11 de abril de 2018

"De todas partes vienen", novela histórica, fragmento

En 1815 la toldería de Isat-Astaut se estableció a orillas del río Uruguay cerca de la Villa de la Purificación donde se sabía había establecido Artigas su cuartel general. Los guanoás se sentían seguros bajo la protección de su amigo José Artigas.
“Pueden venir por aquí” dijo en guaraní el soldado del ejército federal artiguista a una decena de líderes guaraníes, guanoás y charrúas que esperaban a orillas del río Uruguay justo en la zona que se solía llamar “hervidero” por las burbujas que se formaban en las rápidas del río. 
“El General los espera” continuó el hombre. 
En la comitiva había cuatro charrúas, cinco guanoás y un cacique bohán, que era tal vez el representante de la única comunidad bohán sobreviviente en esa época. 
Isa-istaut se destacaba por su presencia, “el indio negro” lo llamaban. En esa época Isat-astaut estaba curtido por años de trabajos y lucha, tanto en su período de esclavitud como en los años de pertenencia a la toldería guanoá.

Tenía tatuajes en la cara, tres rayas rojas en la frente y el pelo crecido y ensortijado, con una gran pluma de águila incrustada en la cabellera.

Todos los caciques se expresaban fluidamente en guaraní que desde hacía tiempo era la “lingua franca” en el valle del Uruguay. También Isa-istaut lo hablaba. En su estadía en el contiinente americano había aprendido a hablar no sólo el idioma guanoá, sino también la “lingua geral”, que era el dialecto guaraní hablado en Brasil y la campaña oriental, el portugués, que ya conocía desde Angola, y en los últimos años el español. 
En pocos minutos recorrieron la distancia que los separaba del rancho grande de barro y paja que oficiaba de cuartel general de la Liga Federal.  En la habitación había unos pocos bancos, dos  o tres cabezas de vaca y una mesa desvencijada. José Artigas como era su costumbre estaba sentado en uno de los cráneos vacunos. 
El Jefe levantó la cabeza al sentir acercarse a los invitados y cuando éstos hubieron llegado se puso de pie.  Se saludaron al estilo guanoá y charrúa poniéndose la mano en el pecho. En ese momento los oficiales y ayudantes presentes  pudieron notar que a todos los caciques les faltaban dedos en las manos. También a Isa-istaut que se había amputado un dedo cuando los españoles se llevaron su mujer e hijos. 
Algunos caciques se sentaron. El resto permaneció de pie.
Escrutando el sitio donde estaban Isa-istaut notó que atrás del jefe, ocupándose de ordenar unos papeles, estaba su paisano, el ovimbundo “Ansina”.
Habló el General:
 “Hermanos, este es el momento de defender nuestras familias y la tierra en que vivimos.  Los imperios nos han esclavizado mucho tiempo.  Contamos con  ustedes que son los verdaderos hijos del país. No disponemos de muchas armas pero les facilitaremos algunas dentro de nuestras posibilidades y un mínimo razonable de municiones. Ahora nuestra gente les dará de comer, tabaco y yerba para que se sientan a gusto. Vayan con Dios y los espíritus”. 
Se dirigió a un ayudante, “déle de comer a los hermanos”. Se levantó y se retiró.
Los caciques se dirigieron hacia un fogón donde había varias reses asándose. Allí les fue ofrecida carne y galletas, completada con yerba y tabaco que recogieron antes de volver a sus campamentos. .
La toldería guanoá estaba golpeada luego de varios años de guerra.
En un enfrentamiento reciente contra un destacamento del ejército portugués a orillas del Ibicuy dejaron cinco cadáveres en el campo de batalla y perdieron gran parte de su tropilla.
Habían quedado reducidos a doce “varones de pelea”. Entre ellos se incluía el “indio negro” y su hijo Aratá que ya hacía varios años se había integrado al grupo de guerreros de la comunidad. Si agregamos mujeres y niños no sobrepasaban cincuenta personas.
Desde aquel entonces se habían dirigido al sur hasta las cabeceras del río Arapey donde solo encontraron esmirriados rebaños. Allí habían establecido su campamento permaneciendo por varias semanas en el lugar.
Cuando comprobaron que no había más ganado en la cercanía levantaron campamento y marcharon hacia el Salto Chico, el sitio conocido como Itú-miní.  
Acercándose al río Uruguay fueron interceptados por una patrulla enemiga 
Consciente de su debilidad los guanoás intentaron alejarse pero no tuvieron éxito. Al frente iba Isa-Astaut.  Fue en ese momento que apareció un grupo de cinco jinetes armados con sables y mosquetes que le obstruyeron el camino y por más que procuró defenderse con su lanza no le fue posible. 
Fue derribado de su cabalgadura y acuchillado sin miramientos. Otro guerrero que intentó defenderlo también fue desmontado y muerto.
Aratá Guanoá desde la distancia comprendió que no podía hacer nada para defender a su padre, que ya era demasiado tarde. Procurando salvar al resto de la tribu encabezó una rápida retirada con media docena de guerreros, unas pocas mujeres que quedaban y una veintena de niños. Terminó de ponerse el sol y la mermada comunidad logró escabullirse refugiándose en los montes del Arapey. 
En ese momento, las tolderías guanoás eran una sombra de lo que habían sido en el pasado. Luego de la derrota del ejército artiguista quedaban apenas tres grupos pequeños y dispersos que no excedían el centenar de personas. Luego de la guerra los campos de la Banda Oriental se habían despoblado. Se notaba la ausencia de ganado cimarrón. Charrúas y guanoás sufrieron fuertemente su participación en  los conflictos militares. La falta de ganado cimarrón dificultaba la sobrevivencia.
La toldería guanoá de Aratá había logrado sobrevivir muchas dificultades.
De la novela histórica "De todas partes vienen", D. Antón, Piriguazú Ediciones


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