sábado, 3 de febrero de 2018

La amapola y el opio

El opio, obtenido a partir de la amapola, es probablemente el fármaco más antiguo utilizado en las sociedades humanas y seguramente uno de los más inocuos y efectivos para calmar los dolores y generar una sensación de tranquilidad y bienestar.
La amapola (Papaver somniferum) es una de las plantas medicinales más antiguas del mundo afro-eurasiático.
Se trata de una planta herbácea anual que crece naturalmente en el Asia Menor y en otras regiones del Cercano y Medio Oriente. Sus semillas son edibles y no son psicoactivas. Sin embargo, cuando se araña la cápsula sale un material lechoso y gomoso que al endurecerse se vuelve marrón. Esta substancia, que tiene propiedades muy especiales, se llama opio.
La amapola fue domesticada en tiempos muy antiguos. Hay registros sumerios en Mesopotamia (hace 6,000 o 7,000 años) que mencionan la amapola, y las tabletas medicinales asirias se refieren a su poder curativo. En el siglo XVII a.e.c. un tratado médico egipcio prescribía el opio para los niños que lloran, del mismo modo que, muchos siglos más tarde, las niñeras de la época victoriana habrían de utilizar opiatos para calmar a los bebitos.
Históricamente, el opio no se fumaba, sino que era más bien bebido con vino o tragado como píldoras. Se le usaba para calmar el dolor, lograr un estado de euforia o como afrodisíaco.
En Creta antigua se plantaba la amapola desde tiempos minoicos (tercer y segundo milenio antes de la era común).
Existen jarras de cerámica del año 1,500 a.e.c. provenientes de Chipre que muestran  incisiones estilizadas con la forma de las cápsulas de amapola18 . También se han encontrado pipas de marfil del siglo XII a.e.c. en un templo de esta misma isla que según se piensa eran utilizadas para inhalar los vapores del opio (uno de los pocos ejemplos de «pipas de fumar» de que se tiene noticia en el Mediterráneo, anteriores a la expansión europea en América).
La deidad femenina griega Demeter, la Diosa Madre, era al mismo tiempo Diosa de los granos y de las amapolas. 
En Grecia y Roma el opio era habitualmente administrado como calmante del dolor. Con ese fin era recomendado por los fundadores de la medicina europea: Hipócrates (c.400 a.c.), Dioscórides y Galeno (130-200 d.c.).
Se piensa que la poción que preparaba Helena de Troya  en la Odisea de Homero «para acallar el dolor y la pena y traer olvido a cada malestar» estaba preparada en base al opio de amapola. Del mismo modo, hay quien sostiene que el vinagre mezclado con «hiel» que se ofreció a Cristo en la Cruz (Mateo 27:34) también contenía esta sustancia. Es sintomático que en el antiguo idioma hebreo, la palabra utilizada para designar la «hiel», rôsh,  se usaba también para denominar al opio.
A partir de los siglos VII y VIII, la medicina del opio también formó parte de la civilización islámica. Los comerciantes árabes difundieron el opio en Persia, la India, el país malayo y finalmente China.
En el año 1530 el médico suizo-alemán  Paracelsus19 desarrolló un nuevo tipo de medicina que, en cierto modo, integró las prácticas clásicas y medievales. Paracelsus  era un admirador de los poderes del opio al que llamaba «la piedra de la inmortalidad» que siempre transportaba en «el pomo de la silla de montar».
El medicamento basado en el opio que tuvo más trascendencia fue la tintura de láudano que se prepara disolviendo opio en alcohol. Esta receta de Paracelsus tuvo éxito singular difundiéndose rápidamente en todo el continente europeo.
Durante más de tres siglos el láudano fue «la» medicina que no podía faltar en ningún botiquín médico. Su consumo se extendió a las clases acaudaladas en todos los estados del continente, a los clubes de sociedad de Londres y París  y a las altas esferas políticas y militares.  Durante casi todo el siglo XIX la mayor parte de los aristócratas se habían hecho aficionados al láudano, o sea, al opio con alcohol.
El avance musulmán llevó el consumo del opio hasta la India, país que, con el tiempo, habría de terminar siendo el mayor productor mundial de amapola. En los siglos diecisiete y dieciocho, los monarcas mogules le deban opio a  los soldados, y el propio emperador Shah Jahan, constructor del Taj Mahal, bebía opio en su vino. Todavía hoy, en ese país, los trabajadores de la construcción y los peones agrícolas se introducen una pequeña pelota de opio en la boca ingiriéndola con su té. Sin embargo, en el subcontinente hindú, el consumo del opio nunca alcanzó la dimensión social que luego habría de alcanzar en China, sobre todo durante el siglo XIX.
(continuará)

Reproducido de “Pueblos, Drogas y Serpientes”, D.Antón, Piriguazú Ediciones

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