La amapola y el opio
El opio, obtenido a partir de la amapola, es probablemente el fármaco más antiguo utilizado en las sociedades humanas y seguramente uno de los más inocuos y efectivos para calmar los dolores y generar una sensación de tranquilidad y bienestar.
La amapola (Papaver somniferum) es una
de las plantas medicinales más antiguas del mundo afro-eurasiático.
Se trata de una planta herbácea anual
que crece naturalmente en el Asia Menor y en otras regiones del Cercano y Medio
Oriente. Sus semillas son edibles y no son psicoactivas. Sin embargo, cuando se
araña la cápsula sale un material lechoso y gomoso que al endurecerse se vuelve
marrón. Esta substancia, que tiene propiedades muy especiales, se llama opio.
La amapola fue domesticada en tiempos
muy antiguos. Hay registros sumerios en Mesopotamia (hace 6,000 o 7,000 años)
que mencionan la amapola, y las tabletas medicinales asirias se refieren a su
poder curativo. En el siglo XVII a.e.c. un tratado médico egipcio prescribía el
opio para los niños que lloran, del mismo modo que, muchos siglos más tarde,
las niñeras de la época victoriana habrían de utilizar opiatos para calmar a
los bebitos.
Históricamente, el opio no se fumaba,
sino que era más bien bebido con vino o tragado como píldoras. Se le usaba para
calmar el dolor, lograr un estado de euforia o como afrodisíaco.
En Creta antigua se plantaba la amapola
desde tiempos minoicos (tercer y segundo milenio antes de la era común).
Existen jarras de cerámica del año 1,500
a.e.c. provenientes de Chipre que muestran
incisiones estilizadas con la forma de las cápsulas de amapola18 . También
se han encontrado pipas de marfil del siglo XII a.e.c. en un templo de esta
misma isla que según se piensa eran utilizadas para inhalar los vapores del
opio (uno de los pocos ejemplos de «pipas de fumar» de que se tiene noticia en
el Mediterráneo, anteriores a la expansión europea en América).
La deidad femenina griega Demeter, la
Diosa Madre, era al mismo tiempo Diosa de los granos y de las amapolas.
En Grecia y Roma el opio era
habitualmente administrado como calmante del dolor. Con ese fin era recomendado
por los fundadores de la medicina europea: Hipócrates (c.400 a.c.), Dioscórides
y Galeno (130-200 d.c.).
Se piensa que la poción que preparaba
Helena de Troya en la Odisea de Homero «para
acallar el dolor y la pena y traer olvido a cada malestar» estaba preparada en
base al opio de amapola. Del mismo modo, hay quien sostiene que el vinagre
mezclado con «hiel» que se ofreció a Cristo en la Cruz (Mateo 27:34) también
contenía esta sustancia. Es sintomático que en el antiguo idioma hebreo, la
palabra utilizada para designar la «hiel», rôsh, se usaba también para denominar al opio.
A partir de los siglos VII y VIII, la
medicina del opio también formó parte de la civilización islámica. Los
comerciantes árabes difundieron el opio en Persia, la India, el país malayo y
finalmente China.
En el año 1530 el médico suizo-alemán
Paracelsus19 desarrolló un nuevo tipo de medicina que, en cierto modo, integró
las prácticas clásicas y medievales. Paracelsus
era un admirador de los poderes del opio al que llamaba «la piedra de la
inmortalidad» que siempre transportaba en «el pomo de la silla de montar».
El medicamento basado en el opio que
tuvo más trascendencia fue la tintura de láudano que se prepara disolviendo
opio en alcohol. Esta receta de Paracelsus tuvo éxito singular difundiéndose
rápidamente en todo el continente europeo.
Durante más de tres siglos el láudano
fue «la» medicina que no podía faltar en ningún botiquín médico. Su consumo se
extendió a las clases acaudaladas en todos los estados del continente, a los
clubes de sociedad de Londres y París y
a las altas esferas políticas y militares.
Durante casi todo el siglo XIX la mayor parte de los aristócratas se
habían hecho aficionados al láudano, o sea, al opio con alcohol.
El avance musulmán llevó el consumo del
opio hasta la India, país que, con el tiempo, habría de terminar siendo el
mayor productor mundial de amapola. En los siglos diecisiete y dieciocho, los
monarcas mogules le deban opio a los
soldados, y el propio emperador Shah Jahan, constructor del Taj Mahal, bebía
opio en su vino. Todavía hoy, en ese país, los trabajadores de la construcción
y los peones agrícolas se introducen una pequeña pelota de opio en la boca
ingiriéndola con su té. Sin embargo, en el subcontinente hindú, el consumo del
opio nunca alcanzó la dimensión social que luego habría de alcanzar en China,
sobre todo durante el siglo XIX.
(continuará)
Reproducido de “Pueblos, Drogas y
Serpientes”, D.Antón, Piriguazú Ediciones
No hay comentarios:
Publicar un comentario