A la cultura tecnológico-industrial le costó bastante trabajo desarticular el paradigma patriarcal bíblico acerca del origen de la especie humana. Años de desinformación y autoritarismo religioso crearon una cultura sin espíritu crítico que se resistió duramente a dejarse sustituir.
El nuevo
paradigma, que al fin lo suplantó resultó también profundamente autoritario.
Los «popes» de la aristocracia tecnológico-industrial definieron sus dogmas y
se atrincheraron para defenderlos por todos los medios a su alcance. Quienes no
estaban o no están de acuerdo con las teorías «de recibo» eran o son
considerados heréticos, ignorados, ridiculizados, y finalmente, excomulgados de
sus cargos y excluidos en la distribución de fondos de investigación.
La teoría acerca
de la evolución humana, elemento clave del paradigma científico reinante, no es
una excepción a este proceder.
Hace ya varias
décadas. las autoridades científicas decretaron que la especie se originó en
las sabanas africanas. Para ello produjeron numerosos argumentos, incluyendo
varios centenares de fragmentos de fósiles óseos y algunas herramientas.
El origen
«sabanero» de los primates humanos se transformó en artículo de fe sin que
prácticamente nadie osara contradecirlo.
En realidad, ya
desde la década de 1930 hubo alguien que se atrevió. Era un biólogo inglés de
nombre Allister Hardy quien señaló las contradicciones de la «Teoría de la
Sabana» y propuso una visión alternativa: los seres humanos se habían
desarrollado como tales en una etapa anfibia de su evolución1,2.
En 1960, luego
de casi treinta años de prédica, The New Scientist accedió a publicar un
artículo de Hardy titulado: «Was man more aquatic in the past?» (March, 1960,
ppp. 642-645).
Pasaron más de
diez años sin que nadie osara mencionar el asunto.
Recién en 1972
se publicó un nuevo trabajo que desarrollaba en profundidad los conceptos de
Hardy, realizado por una talentosa escritora galesa.
Su nombre era
Elaine Morgan y su obra «La Descendencia de la Mujer» (The Descento of Woman).
El título era un juego de palabras contradiciendo el famoso libro darwiniano
llamado «La ascendencia del hombre» (The Ascent of Man).
El libro de
Morgan fue ignorado totalmente por el «establishment» científico. Sin embargo,
a pesar de ello, no pasó inadvertido para mucha gente y gradualmente se fue
transformando en un «best seller».
Diez años
después la Sra Morgan publicó otro libro extendiéndose en el tema: «El Mono
Acuático» (The Aquatic Ape, 1982). Luego siguieron «Las Cicatrices de la
Evolución» (Scars of Evolutionn), «El Monot Acuático, Hecho o Ficción» (The
Aquatic Ape: Fact or Fiction, 1991). «La Descendencia del Niño» (The Descent of
the Child, 1994) y «La Hipótesis del Mono Acuático» (The Aquatic Ape
Hypothesis, 1997).
Todos los
trabajos de Elaine Morgan tuvieron gran éxito en el público. Treinta años
después resulta muy difícil ignorar a la persistente escritora, que además se
transformó en una experta en paleo-antropología.
Los argumentos
de la «Teoría del Mono Acuático» son contundentes.
Los humanos
somos muy diferentes a los animales de la sabana y, en cambio, tenemos mucha
afinidades con los mamíferos anfibios.
Al igual que los
mamíferos marinos, tenemos muy poco pelo en el cuerpo, poseemmos 10 veces más
grasa que los otros primates, e incluso más al nacer. A diferencia de la grasa común en otros simios, la nuestra
es grasa subcutánea que forma parte de la piel y se desprende con ella. Se
trata del tipo «grasa blanca» (white fat)
que no suministra energía inmediata y sirve más bien como aislamiento
térmico y para ayudar a flotar (como en los mamíferos acuáticos). Para el
desarrollo cerebral requerimosciertas sustanias que sólo se encuentran en los
peces y mariscos (por ejemplo, el ácido eicosnoico).
Dilapidamos
nuestra agua interior a través del sudor (gran número de glándulas sudoríparas)
y de las lágrimas saladas (inexistentes en los otros primates), practicamos el
sexo frontal, como las focas y cetáceos;podemos contener la respiraciónpor
varios minutos (cosa que no ocurre en ningún otro simio), y nadamos
instintivamente al momento de nacer.
Por otra parte,
nuestras enfermedades y parásitos específicos requieren fases acuáticas para desarrollarse,
y el bipedalismo que nos caracteriza (que no se encuentra en ningún otro animal
de saban, ni en ningún primmate, excepto nosotros) es fácilmente explicable si
imaginamos una existencia en las aguas poco profundas
Repriducido de "Pueblos, Drogas y Serpientes", D.Antón, Piriguazú Ediciones
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