martes, 9 de enero de 2018


El arduo problema de la terminología en las sustancias psicotròpicas 

Es obvio que no se sabe que hacer con las drogas. Ni con los que las usan. Ni tan siquiera se sabe cómo hablar de ello, que es más grave. . En muchas ocasiones se apela a causas demasiado falsas, vagas e inexactas para atacar los psicotropos. Afirmar que la droga mata es tan necio como declarar que el agua ahoga o que las drogas iluminan. Nuestros gobiernos, la burda prensa de masas y un aparente gran número de occidentales dicen estar contra el consumo de ciertas substancias psicoactivas. Bueno. Cuando uno se interesa por sus argumentos, descubre que su grosero bagaje lingüístico se limita al término drogas. Máxime lo amplían con las drogas matan o con un mal usado estupefacientes o narcóticos. Lo que queda así reflejado es la descomunal ignorancia y confusión que reina sobre este tema, que mal conjuga con opiniones pretendidamente sólidas y con actitudes enjuiciadoras. Por ejemplo, hay la costumbre de hablar de alucinógenos como genérico de todas las substancias prohibidas cuando, en realidad, solo se conocen cuatro compuestos que sean literalmente alucinógenos y ninguno es de uso popular ni están perseguidos… porque no son usados por el pueblo llano (me refiero a la ketamina, escopolamina, hiosciamina y atropina). Así mismo, se habla de narcóticos para referirse, por ejemplo, a la cocaína o al MDMA cuando se trata de estimulantes del SNC. Sería, literalmente, como etiquetar de hortaliza al hígado de oveja porque ambos son alimentos y se desarrollan en el campo. Por su parte, la mayoría de usuarios suelen conformarse con expresiones tipo pillar un globo, estar colocado, andar ciego, volarse con una pasti y poco más que esto. Es de una pobreza espiritual e intelectual atroz que contrasta con la riqueza léxica de otras culturas. Cada psicotropo tiene efectos, duración e intensidad propios. Nada tiene que ver la euforia causada por los opiáceos con la estimulación de la cocaína o la del café –distintas entre ellas–, y menos aún con los efectos de los enteógenos tipo ayahuasca u hongos psilocíbicos –también con notables diferencias internas.  Cualquier substancia biológicamente activa es una droga. Que cause malestar o placer, curación, cambio de ánimo, visiones maravillosas o varios efectos a la vez es harina de otro costal. Muy a menudo, la variación no depende tanto de una substancia sino de la dosis que se ingiere, del individuo que la consume con todo lo que lleva dentro y de las expectativas previas que lo guían. Quinientos miligramos de ácido acetilsalicílico –una aspirina– permite desentendernos por unas horas de nuestros dolores; cinco gramos –diez aspirinas— aseguran un buen susto gastro-intestinal por varios días. En farmacología botánica se entiende por droga algo tan anodino como la parte de la planta que se usa. De ahí que denominar drogas a las substancias prohibidas es, en farmacología al igual que en medicina, un genérico en extremo confuso. A pesar de todo, droga aún podría ser un término aceptable pero drogadicto ya está más lejos ¿Cómo denominar al que, al igual de los dioses clásicos, usa de ciertas substancias para buscar el placer, la ebriedad o la compensación farmacológica de sus déficits biológicos? ¿Drogófilo? ¿Farmacófilo? ¿Dionisíaco? ¿Farmatrapado? J. Ott propone denominarlos “usanos” –derivado del inglés user– en lugar del correcto usuarios. Se trata de un inaceptable barbarismo anglófono, pero retengamos su propuesta. La casi totalidad de nuestra cosmovisión gira alrededor de una autocomplacencia alimentada con química legal: drogas fácilmente adictivas y aceptadas por todos, no nos engañemos. Es muy corriente el personaje que, para dormir, ingiere una pastillita blanca; a la mañana siguiente le es preciso activarse rápido y bebe un tazón de oscuro café, previa dosis de algún antidepresivo pariente del Prozac para soportar el sinsentido de su vida. Más tarde debe evacuar sus heces ayudado de un nuevo fármaco en forma líquida o sólida; por la tarde ingiere una buena dosis de alcohol para desinhibirse en sus relaciones sociales y sentirse más seguro; y por la noche, antes de la pastillita blanca para dormir, toma una aspirina que le borrará la sensación de migraña proveniente del alcohol bebido. Cuando alguien regula su relación con el mundo y consigo mismo por medio de drogas, sean o 6 no legales ¿Cómo debe ser denominado? ¿Drogadicto? ¿Débil de carácter? ¿Enfermo, tal vez? Nadie llamaría convaleciente ni indispuesto a alguien por tomar los fármacos citados en las líneas anteriores. Hay millones de personas en Occidente que viven así. Más de la tercera parte de nuestros congéneres necesitan ingerir hipnóticos a diario para poder dormir ¿Por qué tachar de toxicómanos, pues, a aquellos que actúan de la misma forma solo que prefiriendo otras substancias, muchas de las cuales son incluso más interesantes e inocuas desde diversos puntos de vista que las recetadas por los médicos? No es que no existan toxicómanos. Los hay. Pero en muchos casos lo son más los que señalan (que usan a diario barbitúricos, alcohol, tabaco, estimulantes, hipnóticos…) que los señalados, y ello al margen del estatus legal de las substancias objeto de compulsión
Reproducido de "El arduo problema de la terminología en los psicotropos" 
Dr. Josep Mª Fericgla, 2004
Societat d’Etnopsicologia Aplicada

No hay comentarios: