El arduo problema de
la terminología en las sustancias psicotròpicas
Es obvio que no
se sabe que hacer con las drogas. Ni con los que las usan. Ni tan siquiera se
sabe cómo hablar de ello, que es más grave. .
En muchas ocasiones se apela a causas demasiado falsas, vagas e inexactas para
atacar los psicotropos. Afirmar que la droga mata es tan necio como declarar
que el agua ahoga o que las drogas iluminan. Nuestros gobiernos, la burda
prensa de masas y un aparente gran número de occidentales dicen estar contra el
consumo de ciertas substancias psicoactivas. Bueno. Cuando uno se interesa por
sus argumentos, descubre que su grosero bagaje lingüístico se limita al término
drogas. Máxime lo amplían con las drogas matan o con un mal usado
estupefacientes o narcóticos. Lo que queda así reflejado es la descomunal
ignorancia y confusión que reina sobre este tema, que mal conjuga con
opiniones pretendidamente sólidas y con actitudes enjuiciadoras. Por ejemplo,
hay la costumbre de hablar de alucinógenos como genérico de todas las
substancias prohibidas cuando, en realidad, solo se conocen cuatro compuestos
que sean literalmente alucinógenos y ninguno es de uso popular ni están
perseguidos… porque no son usados por el pueblo llano (me refiero a la
ketamina, escopolamina, hiosciamina y atropina). Así mismo, se habla de
narcóticos para referirse, por ejemplo, a la cocaína o al MDMA cuando se trata
de estimulantes del SNC. Sería, literalmente, como etiquetar de hortaliza al
hígado de oveja porque ambos son alimentos y se desarrollan en el campo. Por su
parte, la mayoría de usuarios suelen conformarse con expresiones tipo pillar un
globo, estar colocado, andar ciego, volarse con una pasti y poco más que esto.
Es de una pobreza espiritual e intelectual atroz que contrasta con la riqueza
léxica de otras culturas. Cada psicotropo tiene efectos, duración e intensidad
propios. Nada tiene que ver la euforia causada por los opiáceos con la
estimulación de la cocaína o la del café –distintas entre ellas–, y menos aún
con los efectos de los enteógenos tipo ayahuasca u hongos psilocíbicos –también
con notables diferencias internas. Cualquier substancia biológicamente activa
es una droga. Que cause malestar o placer, curación, cambio de ánimo, visiones
maravillosas o varios efectos a la vez es harina de otro costal. Muy a menudo,
la variación no depende tanto de una substancia sino de la dosis que se
ingiere, del individuo que la consume con todo lo que lleva dentro y de las
expectativas previas que lo guían. Quinientos miligramos de ácido
acetilsalicílico –una aspirina– permite desentendernos por unas horas de
nuestros dolores; cinco gramos –diez aspirinas— aseguran un buen susto
gastro-intestinal por varios días. En farmacología botánica se entiende por
droga algo tan anodino como la parte de la planta que se usa. De ahí que denominar
drogas a las substancias prohibidas es, en farmacología al igual que en
medicina, un genérico en extremo confuso. A pesar de todo, droga aún podría ser
un término aceptable pero drogadicto ya está más lejos ¿Cómo denominar al que,
al igual de los dioses clásicos, usa de ciertas substancias para buscar el
placer, la ebriedad o la compensación farmacológica de sus déficits biológicos?
¿Drogófilo? ¿Farmacófilo? ¿Dionisíaco? ¿Farmatrapado? J. Ott propone
denominarlos “usanos” –derivado del inglés user– en lugar del correcto
usuarios. Se trata de un inaceptable barbarismo anglófono, pero retengamos su
propuesta. La casi totalidad de nuestra cosmovisión gira alrededor de una
autocomplacencia alimentada con química legal: drogas fácilmente adictivas y
aceptadas por todos, no nos engañemos. Es muy corriente el personaje que, para
dormir, ingiere una pastillita blanca; a la mañana siguiente le es preciso
activarse rápido y bebe un tazón de oscuro café, previa dosis de algún
antidepresivo pariente del Prozac para soportar el sinsentido de su vida. Más
tarde debe evacuar sus heces ayudado de un nuevo fármaco en forma líquida o
sólida; por la tarde ingiere una buena dosis de alcohol para desinhibirse en
sus relaciones sociales y sentirse más seguro; y por la noche, antes de la
pastillita blanca para dormir, toma una aspirina que le borrará la sensación de
migraña proveniente del alcohol bebido. Cuando alguien regula su relación con
el mundo y consigo mismo por medio de drogas, sean o 6 no legales ¿Cómo debe
ser denominado? ¿Drogadicto? ¿Débil de carácter? ¿Enfermo, tal vez? Nadie
llamaría convaleciente ni indispuesto a alguien por tomar los fármacos citados
en las líneas anteriores. Hay millones de personas en Occidente que viven así.
Más de la tercera parte de nuestros congéneres necesitan ingerir hipnóticos a
diario para poder dormir ¿Por qué tachar de toxicómanos, pues, a aquellos que
actúan de la misma forma solo que prefiriendo otras substancias, muchas de las
cuales son incluso más interesantes e inocuas desde diversos puntos de vista
que las recetadas por los médicos? No es que no existan toxicómanos. Los hay.
Pero en muchos casos lo son más los que señalan (que usan a diario
barbitúricos, alcohol, tabaco, estimulantes, hipnóticos…) que los señalados, y
ello al margen del estatus legal de las substancias objeto de compulsión
Reproducido de "El arduo problema de la terminología en los psicotropos"
Dr. Josep Mª Fericgla, 2004
Societat d’Etnopsicologia Aplicada
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